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G. LA PRUDENCIA: El código de buenas maneras de la Corte absolutista. VI.

El código de buenas maneras de la Corte absolutista. La prudencia.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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La entrada tuvo lugar el 10 de Octubre de 1746 y los fastos que celebraban la llegada al trono del nuevo monarca se prolongaron durante cuatro días. El primer día se dedicó a la entrada propiamente dicha y al desfile por la ciudad del séquito real; el segundo, vió como los gremios ofrecían a Fernando un desfile de máscaras; el tercero estuvo presidido por fuegos artificiales y el cuarto por una doble sesión -mañana y tarde- de corridas de toros en la que se mataron veintinueve astados y a la que asistió casi un tercio de la población madrileña.(Ringrose, 1994: 132). Si nos centramos en el desfile del primer día, puede observarse cómo la comitiva real se organiza con arreglo a un criterio de proximidad al rey dada su condición de símbolo de prestigio y de posición de privilegio en el entramado cortesano. El rey y la reina se sitúan en el centro de la comitiva por lo que estar próximo al centro comportará mayores niveles de prestigio y revelará posiciones elevadas en la jerarquía de la Corte. El desfile lo abre la Real Guardia de Alabarderos, seguida de la Guardia de Corps y los timbales y trompetas de las Caballerizas Reales. A continuación, cuatro coches dorados con los Doce Mayordomos de Semana del Rey. Después, los Gentiles Hombres de la Cámara de Su Majestad tras los que encontramos el coche de oficios, que antecede al coche del rey y la reina. Este coche de oficios transporta al Caballerizo Mayor, al Mayordomo Mayor, al Sumiller de Corps y al Capitán de la Guardia de Corps, desempeños al más alto nivel en la Corte. Le siguen, como decía, el coche del rey y la reina rodeado de oficiales de la Guardia de Corps al que secunda una berlina con la Camarera Mayor de la Reina, tres coches con Damas Reales y los Batallones de la Guardia de Infantería (Ringrose, 1994: 133). De entrada, el desfile fija, como en el XVI y XVII, la magnificencia real y la dignidad del monarca, indisolublemente ligado a su Corte. Todas las ciudades del reino organizaron festejos similares y a falta de los monarcas en persona, las celebraciones eran presididas por retratos de ambos (Ringrose, 1994: 133).

Continúan desplegándose públicamente los honores y gracias reales al igual que antaño. Carlos III (1716-1788; reina desde 1759) prosigue en esa línea y dota a la capital de nuevos escenarios cortesanos además de acondicionar los ya existentes: acaba y decora el Palacio Real, amplía el Palacio de Aranjuez y construye la Casita del Príncipe como añadido al conjunto de San Lorenzo de El Escorial (Gómez Centurión, 2003: 272). Sin renunciar a la magnificencia, Carlos III intentará reducir el gasto de la Corte unificando la Casa del rey y la reina. A la muerte de Fernando VI se contabilizan cerca de 2500 personas del servicio real, muchas de ellas con funciones duplicadas al existir esa distinción entre las dos casas. La unificación corregirá tal duplicación aunque el gasto siguió siendo elevado: el treinta por ciento de la Hacienda se destinaba a sufragar los gastos que genera la Corte (Gómez Centurión, 2003: 275). Mas la novedad más significativa que introduce Carlos III no es este intento fallido de reducción de gastos. El monarca va a tornarse más visible y físicamente más cercano que sus antecesores (Nota: Habrá todavía quien juzgue insuficiente esa visibilidad y cercanía. Así lo demuestra el testimonio, en 1765, de un visitante de la Corte cuando afirma "[el rey] en general, pone a todo el mundo en su sitio, no se mezcla con los ministros y tiene tan sujetos a los grandes y a los favoritos que es muy poco comunicativo y trata poco con ellos". Gómez Centurión (2003:276)). La visibilidad a la que me refiero se manifestará en la comida del rey, realizada en público, a diferencia de lo que había sucedido con los monarcas anteriores (Gómez Centurión 2003: 208) (Nota: Luis Paret y Alcázar (1746-1799) pinta uno de estos almuerzos. El título del lienzo es "Carlos III comiendo ante su Corte" (1770) y puede contemplarse en el Museo del Prado). Entiendo que se trata de un dato relevante y por ello me detendré para ilustrarlo pormenorizadamente (Nota: Sigo aquí de manera expresa a Gómez Centurión (2003: 280-284)).

A mediodía comienza la jornada pública del rey. Recibe primero a los embajadores representantes de las monarquías borbónicas de Francia y Nápoles y a continuación a los embajadores restantes. Después llega la hora de la comida, perfectamente ritualizada y organizada. La Primera Entrada al comedor la protagonizan los Grandes de España y sus primogénitos, el gobernador del Consejo de Castilla, el arzobispo de Toledo, el Inquisidor General, los Mayordomos de Semana, los Sumilleres, Capitanes Generales, Mariscales de Campo y el Comisario General de la Cruzada. La Segunda Entrada, una vez servida la sopa y sentado el rey a la mesa, ve llegar al resto de los títulos de Castilla, los ministros de los Tribunales y los oficiales del ejército hasta el grado de cadete. Whiteford Dalrymple, viajero inglés, deja constancia en 1744, de la disposición de la comida real con las siguientes palabras:

"He ido varias veces a la Corte mientras he estado aquí; toda la familia real como en público, pero cada uno separadamente; es de etiqueta el ir a hacer su corte en cada habitación durante las comidas [...] La última visita es para el rey [...] En la comida, los pajes traen los platos y los presentan a un oficial que los coloca sobre la mesa, mientras otro gentilhombre se mantiene cerca del rey para verter el vino y el agua, que los prueba y los presenta después de rodillas. El primado está presente para bendecir la mesa; el inquisidor mayor está también del lado del rey, un poco más lejos; y el capitán de las guardias de cuartel está al lado; los embajadores forman un círculo cerca de él; conversa algún tiempo con ellos, y después se retiran detrás de la silla del rey; todo el resto de los asistentes forman un segundo círculo detrás de los embajadores" (Citado en Gómez Centurión, 2003: 281).

Acabada la comida, el rey se retira a su cámara en donde conversará con los embajadores y todos cuantos están presentes en la Primera Entrada. Terminada la conversación, se acaba la jornada pública de Carlos III y marcha de caza, afición predilecta del soberano.

En definitiva, tras este breve trayecto por la Corte de los Austrias y los Borbones, puede apuntarse que los principales rasgos que singularizan la Corte española frente a otras cortes europeas son a) el acusado carácter religioso que poseen siempre las apariciones públicas del rey, habitualmente con motivo de festividades religiosas y b) la utilización de la etiqueta con extraordinario celo y rigor a fin de conseguir un elevado grado de inaccesibilidad e invisibilidad para el monarca -tanto para los Austrias como para Borbones como Felipe V y Fernando VI (Nota: Afirma Elliott (1987:13): "En la España de Felipe III y IV y Carlos II, el ceremonial de la corte era empleado para aislar al soberano y confinarle en compañía de un puñado de aristócratas privilegiados")- si bien esta invisibilidad es menor durante el reinado de Carlos III. La Corte española, sin renunciar a la magnificencia y despliegue de la diginidad real, es austera y rigurosa. En este contexto general es donde se inserta el código de la prudencia.

3. Observación, manipulación y autodominio: los principios del código de la prudencia.

Del mismo modo que Erasmo de Rotterdam era el autor clave en el código de buenas maneras de la cortesía moderna y del mismo modo que su obra "De civilitate morum puerilium" (De la urbanidad de las maneras de los niños) fue tomada como punto de referencia por otros autores para confeccionar obras sobre buenas maneras, será Baltasar Gracián (1601-1658) quien tome en cuenta como autor que mejor y con más precisión define el contenido del código de buenas maneras de la prudencia (Nota: Las referencias de Elias a Gracián existen si bien son realmente escasas. Su atención se centró en manuales y autores franceses y por ello no concedió la debida importancia a un autor como Gracián que ya había sido reivindicado por pensadores como Nietzsche o Schopenhauer. En concreto, las menciones de Elias a Gracián se encuentran en El proceso de la civilización -cfr. Elias (1987:570-572; nota n° 134)- y La sociedad cortesana -cfr. Elias (1982:146, 148, 149)). Si bien su pretensión es exceder con sus preceptos el ámbito del palacio y la Corte, lo cierto es que éstos resultan especialmente adecuados para aquel que desee conducirse con éxito por el intrincado universo cortesano (Blanco, 1997:30) (Nota: La bibliografía sobre Gracián es ingente. Tan sólo citaré aquí el estudio ya clásico de Batllori (1958) y la más reciente aportación a cargo de Andreu Celma (1998), en la que se efectúa un repaso del grueso del pensamiento de este autor).

La más amplia y sistemática exposición del contenido del código de la prudencia se encuentra en la obra Oráculo manual y arte de prudencia, publicada por Gracián en 1647. Se trata de un conjunto de trescientos aforismos cuyo objetivo general es el de proporcionar a la persona procedimientos y formas de actuación de tal manera que pueda desenvolverse con corrección en cualesquiera que sean las situaciones en las que se encuentre (Nota: "Toda la sabiduría, la inteligencia, el discurrir, se cifra para Gracián en saber salir airoso de cualquier situación, en manejarse con soltura en la vida cotidiana". Blanco (1997:49)). Antecedentes clásicos de esta obra de Gracián son textos de Plutarco o Erasmo acogiéndose de esta manera nuestro autor a una fórmula ya conocida antaño que había venido gozando de cierto predicamento (Blanco, 1997:49). La estructura del aforismo en Gracián es sencilla: se inicia con una sentencia breve que a modo de título condensa en sí el sentido total del aforismo y que es seguida por reflexiones sobre ese título, breves, de carácter sentencioso, que pretenden ampliarlo y que bien podrían figurar también como títulos generales del mismo aforismo.

 

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