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La civilización como modelo de vida en el Madrid del siglo XVIII. Parte 3

Los cambios de los usos y costumbres de la ciudad de Madrid durante el siglo XVIII

CSIC. Madrid
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Cómo se vivía en Madrid en el siglo XVIII
Modelo de la vida de Madrid en el siglo XVIII. Cómo se vivía en Madrid en el siglo XVIII

La civilización como modelo de vida en el Madrid del siglo XVIII

La civilización, el progreso, traía consigo una reglamentación nueva, de la cual se derivaban prohibiciones y legislación de aspectos que hasta ese momento se habían mantenido fuera de dicho impulso. El furor de legislar del que se ha hablado era una manifestación de modernidad y de progreso. Se abrían cafés, por ejemplo, para inmediatamente dictar normas y regulaciones que afectaban al modo de estar, de vestir, de hablar en ellos, y se prohibía la entrada de personas desocupadas y ociosas.

Este afán por legislar, que refleja un interés por ordenar la vida, se centró mucho en aquellos aspectos que se entendían como suntuarios o propios del lujo, indicándonos que en la cultura del momento se problematizó lo que hasta entonces se había tenido por superficial. Era precisamente eso lo que daba riqueza, aunque gran parte de los beneficios salieran del país. Al mismo tiempo, este interés por lo superficial, por la imagen, como siempre, provocaba problemas morales y de relación social.

El cambio que se daba en la valoración de las indumentarias, es decir, ante los signos externos que identificaban a las personas y proporcionaban información sobre su procedencia social, y que alteraba la fiabilidad de esa información -problema que venía de atrás, así como la legislación sobre calidades y adornos de los vestidos-, llevó a los Borbones a concebir una serie de normas que, desde la moral y la ideología, intentaron aminorar esos excesos y otorgar o recuperar la seguridad de la información, y así se reglamentó -otra vez, pero con razones e implicaciones nuevas- el tipo de tejidos que se podían vestir y utilizar, el número y tipo de adornos de los trajes, el de las muías que podían tirar de un coche, cómo debían vestir los cocheros y lacayos, etc. Y todo esto con unas importantes multas y castigos, si se cometían infracciones.

Esta actitud reguladora, que también buscaba mejorar la industria nacional, llevó, a finales del reinado de Carlos III, a proponer un traje para las mujeres, que al parecer eran las que más gastaban en adornos. La idea se expuso en un Discurso sobre el lujo de las señoras y proyecto de un traje nacional. Aunque algunos piensan en una mujer como autora, tras las iniciales M.O. parece estar el oficial de contaduría de la Fábrica de Tabacos de Sevilla José de Espinosa y Brun (Para el nombre del autor, véase Archivo Histórico Nacional, Estado, 323 (10). Aguilar Piñal (1984: 205). Ficha 1501.), que ofrecía al conde de Floridablanca la reglamentación del lujo y la posibilidad de reconocer a cada cual por lo que era, no por lo que parecía, que era otro de los cambios que los nuevos tiempos traían y que atemorizaba a los amigos del orden. El librito se publicó "De orden superior" en la Imprenta Real, lo que da cuenta del interés que la superioridad tenía en este asunto. Desde otro punto de vista, el proyecto se ajusta plena aunque tardíamente a los esquemas del arbitrismo.

El autor señala bien, por defecto, que la movilidad social, el deseo de aparentar lo que no se es y el interés por el aspecto exterior, es decir, por la creación de una apariencia o máscara que tanto oculte y proteja la personalidad como proyecte una imagen deseada, lleva a no conocer la clase ni la condición de las personas; algo que sí sucedía antes, en los buenos tiempos en que el español (y por ende el madrileño) era fiel, claro y recto en sus valores, expresiones y conductas. Por eso es necesario el traje nacional, porque se podrá distinguir por el exterior a las personas, en este caso, a las mujeres, así como su puesto en la jerarquía social. Hay que tener presente que Espinosa, por el momento, no señala traje concreto al "estado general", pero considera que también debe ser incluido en la reforma en un estadio posterior.

Este interés por reglamentar la indumentaria, el porte, pone de relieve la importancia que adquiría en aquellos años de transición del Antiguo Régimen hacia una sociedad moderna la representación del individuo en sociedad, la distancia que se establecía entre el hombre en privado y en público. Todo esto se percibe en las páginas del Discurso sobre el lujo de las señoras, en las que el autor no admite ni siquiera la posibilidad de aceptar el lujo porque "fomenta la industria y las manufacturas, (por)que hace florecer el comercio" (1788: 16); para el autor son palabras huecas. La dimensión económica del asunto sólo le interesa en tanto en cuanto puede ejercer un nacionalismo mediante el cual pedir que los pocos adornos de sus trajes nacionales y éstos mismos se fabriquen con materiales del país.

Preocupado por las relaciones entre hombres y mujeres explica que su proyecto será también ventajoso porque permitirá un mayor número de matrimonios, ya que, por lo que cuenta Espinosa, muchos eran los hombres que no se casaban entonces por miedo a no poder mantener el lujo de sus mujeres (24). Algo similar, como parte de la representación exterior, ocurría con el deseo de tener coche en Madrid. Son numerosos los testimonios, literarios y jurídicos, que reflejan las quejas de los maridos ante el gusto de las esposas por pasear en aquéllos, con el consiguiente detrimento de la economía doméstica, y muchas también las referencias a lo perjudicial que esto era para la ganadería y la agricultura (Álvarez Barrientos 1985).

Apoyado en el intento de volver a hacer creíble el valor informativo de la apariencia, señal de que se había diferenciado lo que se era y lo que se parecía, establece Espinosa que, para que las damas más importantes y nobles se distingan de las demás, "a similitud de la tropa", lleven 'divisas'" galones y distintivos (37-38), y hace una catalogación femenina por clases, empleos, nobleza y riqueza de sus padres y maridos, a la que deberá arreglarse ese traje nacional, que será de tres tipos: uno de gala, denominado "a la española"; otro mediano o "a la Carolina" y uno sencillo, "a la borbonesa o a la madrileña". M.O. no duda que su propuesta resolverá los problemas económicos que el excesivo lujo produce y que contribuirá a la felicidad nacional.

El proyecto, bien visto por Floridablanca y por el mismo rey, pasó a la Junta de Damas de la Real Sociedad Económica Matritense para que establecieran un premio y poder ofrecer a las ciudadanas súbditas unos modelos de trajes nacionales.

Pero las damas estudiaron el proyecto y lo rechazaron: les parecía, entre otras cosas, que la nobleza no debía exhibirse mediante galones como en el ejército, que si sería difícil sujetar a los hombres a un solo traje, más lo sería que ellas lo hicieran si antes no existía el ejemplo masculino. También le parecía mal a la Junta que hubiera una comisión, como pretendía Espinosa, para perseguir las infracciones que pudieran cometerse en cuanto a los adornos y calidades. Terminaban su informe señalando que "el grave desorden que se experimenta en cuanto a trajes y adornos" sólo se remediará cuando "mejoren las costumbres por medio de la educación", que es el punto en el que insisten los mejores ilustrados (Este informe se encuentra en el ejemplar R-33985 de la Biblioteca Nacional de Madrid. Años después, esta actitud moral e ideológica, respecto del traje, se politizará, y será un signo de identificación. Así lo hacer ver repetidas veces Antonio de Capmany en 1808 (1988: 90, 116, 137).).

 

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