Bodas. Palabra de protocolo
¿Cuándo llevar pamela a una boda? ¿Debe una invitada ir siempre de largo a una celebración de tarde? ¿Desentonan los vestidos claros?
Vestuario adecuado para acudir como invitado a una boda
Las invitaciones de boda suelen llegar acompañadas de un agudo dolor de cabeza. Que los novios reclamen asistencia es para muchos una faena en lugar de una buena noticia. Se celebran todas juntas, después de haberse rifado las fechas del calendario y copar todos los fines de semana entre mayo y octubre, barren sin piedad los bolsillos de sus asistentes y suponen un torrente de suspiros, evidencia física de los quebraderos mentales que supone elegir un atuendo adecuado. No repetir. No desplumar la cuenta corriente. No llamar en exceso la atención.
Cada vez con más frecuencia, esta delicada ecuación se resuelve echando mano de facilonas opciones, primando frente a las sagradas leyes del protocolo los anhelos más inhibidos durante el aburrido resto del año. Llamar la atención se convierte en una suerte de sentencia mal dictada. Se pierde de vista la perspectiva y las bodas acaban convertidas en lo que hoy son: un auténtico circo. Se equivocan los que rebeldemente proclaman que el protocolo está para saltárselo. Porque cuando realmente uno llama la atención es cuando acierta, no cuando resbala y solo convoca a la carcajada.
Si dudas, vestido corto
El protocolo establece que si la boda es de mañana, solo hay una opción: el vestido corto (nunca muy corto). Si la celebración es por la tarde, el espectro se amplía. La alternativa de menos tela nunca pondrá en duda el buen criterio. Los expertos más benévolos defienden que a última hora del día está admitido el traje largo , siempre en colores oscuros -se apuesta en esta franja horaria por los diseños más confeccionados y los tonos más sólidos-, pero la mayoría se aferra a que el vestido hasta los pies solo está aceptado para las madrinas, las testigos, las hermanas de los novios y las amigas íntimas, a petición de la novia.
Escotes y hombros, en la iglesia no
Las bodas civiles, no solamente en este aspecto concreto, permiten más licencias que las religiosas. En el caso de estas últimas, es recomendable no entrar en la iglesia ni con los hombros al descubierto ni con escotes pronunciados. Los boleros, los chales o las pasminas sacarán del apuro a las invitadas más atrevidas. Eso sí, todos estos complementos textiles deberán quedar bien alojados en el coche o en algún ropero cuando no sean estrictamente imprescindibles. No existe nada que de una imagen peor que una invitada preocupada y sobrecargada de accesorios de quita y pon.
El eterno debate de las pamelas y los tocados
Las bodas de mañana dan rienda suelta a las pamelas. Se admite la exageración, siempre que permita un cierto grado de visión. Para las tardes y las noches, mejor los tocados. Se admite la originalidad, sin muchos excesos. Si las dudas sobre esta cuestión empiezan a revolotear permanentemente, lo mejor es la melena. Natural y al viento. Sin adornos capilares, ni recogidos pretenciosos. Los tocados no se quitan jamás, se entra y se sale por la puerta, aunque sean las siete de la mañana, con el tocado sobre la frente. A la hora de elegir estos complementos, hay que tener en cuenta que el tamaño irá menguando según vaya pasando el día -por eso la mañana es para las pamelas-.
Sí al tacón alto
La misma regla del tamaño se aplica a los zapatos de tacón, pero a la inversa. Aunque en este dictado hay más flexibilidad -un tacón de una considerable altura nunca va a desentonar-, los centímetros suelen ir creciendo a medida que cae la noche. Por la mañana se permite un calzado menos empinado y las bailarinas solo se aceptan en casos muy concretos, como por ejemplo, adaptarse a la altura de la pareja. Existen otras premisas algo menos sólidas con respecto a los zapatos, como no combinarlos con el color del vestido y huir del cristal y el charol. Una boda no es una fiesta de noche.
La gama de los blancos, solo para las novias
Entre otras muchas cosas, la novia tiene reservada en su gran día la gama de blancos de la paleta cromática. Deberían ser desterradas aquellas invitadas que optan por diseños claros. A la anfitriona nadie debe hacerle sombra. Descarta los crudos, los marfiles, los beiges, los champanes, los vestidos en tiza, en maquillaje o los blancos rotos. No hay reparos en potenciar los colores, sobre todo si la ceremonia es de mañana, y rechaza los negros, son sinónimo de luto. Si el enfurruñamiento por el color más oscuro de todos es mayúsculo, se puede optar por combinarlo con complementos de vivos y llamativos colores.
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