Protocolo del dolor.
Todo atado y bien atado dentro de los que ellos llaman lo políticamente correcto.
Otros actos luctuosos son los institucionales, esos que los medios de comunicación nos muestran y que son organizados por y para la oficialidad con todo detalle. Los partes más implicadas en esos actos nombran a sus encargados de protocolo que se reúnen con la intención de llegar a un consenso en cuanto al día, la hora, el lugar y otros aspectos de interés.
La negociación distinta en cada caso y siempre en función de la magnitud del acto terrorista trata las zonas que cada colectivo acreditado debe ocupar, las filas y asientos en función del cargo, el color y la ubicación de los reclinatorios, los gestos, los tiempos, las declaraciones, las lecturas, los oficiantes...
Todo atado y bien atado dentro de los que ellos llaman lo políticamente correcto. Nada queda para la improvisación dentro del ceremonial, ni los propios sentimientos. Los asistentes con acreditación oficial están preparados para conservar la serenidad, mostrar calma en esos momentos tan duros, dar consuelo y ánimos a los que han sufrido la perdida del ser querido; y salvo excepciones, no lloran, y si lo hacen, a pocos se les nota las lagrimas, y en sus rostros se les ve la contenida pena, cada uno la suya y todas distintas.
A veces surgen gesto de dolor, un sollozo, un llanto que irrumpe en el recinto y altera el solemne silencio; suele ser alguien que no ha firmado ese protocolo oficial, alguien que de verdad sufre ese dolor, un padre, una madre, un hijo, una esposa, un hermano, una novia, un amigo... un doliente.
La muerte y su duelo tiene unas formas sociales muy arraigadas entre nosotros, costumbres que el pueblo a veces cuestiona, pero que acepta y que cada uno llegado el momento las mantiene. El dolor por las victimas del terrorismo además tiene su protocolo.
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