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Deberes de la vida social.

El seminarista, aunque como tal tenga que cumplir sus principales deberes dentro del Seminario, no puede prescindir de otras relaciones de índole social que le obligan a no ofender a nadie.

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¿Qué deberes sociales tiene que cumplir el seminarista? ¿Cuáles son los deberes del seminarista para con su Santa Madre la Iglesia Católica?

El seminarista, aunque como tal tenga que cumplir sus principales deberes dentro del Seminario, no puede prescindir de otras relaciones de índole social que le obligan a no ofender a nadie, agradar a todos en lo posible y guardar en todas partes las fórmulas corrientes de la sociedad. Los objetos de estas relaciones son: la Iglesia, la Patria y la sociedad misma o personas con quienes trate.

DEBERES PARA CON LA IGLESIA.

Los deberes de todo seminarista para con su santa Madre la Iglesia Católica son: conocerla, amarla, servirla y llenarse del espíritu eclesiástico: Por el Catecismo, la Historia Eclesiástica y la Sagrada Teología iré aprendiendo las grandezas, bellezas y glorias de este cuerpo místico de que formo parte, y así me dispondré para estrechar más y más los lazos de veneración y afecto que me unen a ella y a toda su Jerarquía cuyas enseñanzas, mandatos y consejos debo acatar reverente, prestándoles, además, mis pobres servicios para el esplendor del culto y la dilatación de la fe. Según el Cardenal Vives y Tutó, la devoción a la Iglesia y al Papa ha de ser una de las características de todo buen seminarista.

¿Tiene usted algunas obligaciones para con su propia Diócesis? ¿Cuándo y cómo tiene usted que tratar a su Reverendísimo Prelado y a la Curia Diocesana?

Para con mi propia Diócesis tengo la obligación de estimarla, servirla y agradecerle cuantos servicios ha hecho por mi formación. Sería una bajeza medir el afecto a la Diócesis por las ventajas materiales que ahora y después pueda ofrecerme y pedir la excardinación sin justo y natural motivo.

He de mirar como a un amoroso Padre al Reverendísimo Prelado propio y debo saludarle con respeto, descubierto y rodilla en tierra para recibir su bendición; si hubiere de tratar con él personalmente pediré audiencia con la debida anticipación, cuando esté yo interno, y cuando no, iré al Palacio en horas de visita, guardaré turno en la antesala, pasaré cuando me avisen a la sala de audiencias, saludaré respetuosamente a Su Excelencia con genuflexión al besarle el anillo, y cuando me de licencia le expondré breve y claramente mis asuntos, retirándome en cuanto el mismo Prelado lo indique o de por solucionada la cuestión...

Mientras esté interno en el Seminario, todos los asuntos particulares que haya de gestionar la Curia Diocesana debo tramitarlos por el fiel conducto de mis Superiores, cuidando de que las solicitudes y demás documentos vayan bien escritos y completos. Si he de tratar mis asuntos personalmente acudiré al departamento correspondiente, entraré descubierto en el pasillo y en el lugar destinado al público gestionaré cuanto sea necesario, sin entrar a la oficina ni a los despachos más que en caso de necesidad o invitado a ello.

¿Qué relaciones tendrá usted con su propia Parroquia y con el Clero parroquial? ¿Qué obligaciones tiene el seminarista para con su Patria?

Con mi propia Parroquia he de estar en constantes relaciones de afecto y servicio. Este es el templo que debo frecuentar durante mis vacaciones y estancia en la casa solariega y el que habrá de ser objeto de mis predilecciones, ya que en él fui bautizado y recibí la Primera Comunión, y en él también se notificará al pueblo mi elección para el Sacerdocio, y allí probablemente celebraré mi Primera Misa.

El Clero adscrito, y en especial el señor Cura Párroco, es preciso que vean en mí un imitador de sus buenos ejemplos y una poderosa ayuda para toda labor de la vida parroquial y salvación de las almas. La Parroquia tiene que ser para mí como una prolongación del Seminario; junto a ella se inició mi vocación eclesiástica y ella debe servirme de aliciente para sostenerla y de campo de experimentación para los ensayos de mi vida sacerdotal y de celo apostólico; su Cura Párroco y su Clero vienen a ser como los dignos suplentes de mis Superiores y Profesores.

DEBERES PARA CON LA PATRIA.

El Seminarista, como todo ciudadano, también tiene deberes para con su Patria, y son éstos: amarla con amor de predilección y sacrificio y acatar los legítimos poderes que la gobiernan. El Papa León XXIII decía:

"Civitatem in qua editi susceptique in hanc lucem sumus praecipue diligere tuerique jubetur lege naturae usque eo, ut civis bonus mortem pro patria oppetere non dubitet." (Enc. Sapientiae christianae).

¿De qué modo debe honrar usted a los emblemas de la Patria y a las autoridades? ¿Cómo se portará usted al cumplir el servicio militar?

El principal emblema de la Patria es su bandera, y debo saludarla descubriéndome con respeto ante ella o haciendo el saludo prescrito, siempre que la vez en los desfiles militares y actos oficiales; mas no cuando sólo esté izada en los edificios públicos o privados. También he de tributar semejante saludo a las Autoridades civiles y militares cuando asistan a los actos oficiales, y aun al encontrarles por la calle, si les conozco personalmente o van en carruaje oficial. (Se entiende por Autoridades civiles y militares: el Gobierno de la Nación, el Capitán General, los Gobernadores civil y militar, los Presidentes de la Diputación y de la Audiencia, el Delegado de Hacienda, el Rector de la Universidad y el Alcalde del Ayuntamiento). El himno nacional debo escucharlo de pie y descubierto.

Aunque todo seminarista, por serlo, está exento en conciencia de cumplir el Servicio Militar, cuando me vea precisado a someterme a la Ley, cumpliré con exactitud todos sus requisitos; en el Cuartel seré modelo de subordinación a mis Jefes y de compañerismo a mis camaradas, con los que observaré todas las atenciones y deferencias que no estén reñidas con mi vocación y ocasionen peligros a mi alma. La dura prueba del Servicio Militar ha de servirme para afianzar mi vocación al Sacerdocio y para dejar santa y grata memoria en el cuartel de las virtudes y celo de los seminaristas, esmerándome también en el fiel cumplimiento de las cortesías reglamentarias y sociales, de que tanto se pagan los militares.

DEBERES PARA CON LA SOCIEDAD.

¿Tiene el seminarista algunos deberes para con la sociedad? ¿En qué ocasiones tendrá usted relaciones sociales? ¿Qué se entiende por saludo? ¿Cuántas clases hay de saludos?

Aunque no suelen ser muchas las relaciones sociales de los seminaristas, no podemos aislarnos de tal modo, que no nos liguen algunos deberes para con la sociedad; por lo tanto, en mi trato con las gentes debo procurar tal mesura y delicadeza en mis palabras y acciones, que evite toda falta de cortesía, no desagrade a nadie y complazca a todos, sin detrimento de mi vocación.

Las relaciones sociales que pueda tener serán: unas, de ocasión transitoria, como las de viajes, negocios, etc., y otras tendrán carácter permanente, como las de vecindad, empresas, etc.; en todas ellas he de procurar la unión y concordia con todos, para poder gozar de los bienes que reporta la vida social y al mismo tiempo hacer a las almas cuanto bien pueda, según los dictámenes de un prudente celo, bien orientado por mi Director Espiritual.

SALUDOS.

Se entiende por saludo el testimonio de respeto o amistad que se dan dos o más personas al encontrarse. No pueden ser iguales todos los saludos, ya que es tan varia la condición de las personas por su edad, sexo, estado y categoría social; pero en todos ellos han de brillar las cualidades de oportunidad, finura y espontaneidad.

Si atendemos a la diversa condición de las personas, puede haber saludos entre parientes, amigos y conocidos, entre súbditos y superiores y entre individuos del mismo o de diferente sexo; en cuanto al modo de saludar, puede hacerse a distancia, acercándose y deteniéndose, y según los casos, descubriéndose, hablándose, dándose la mano, abrazándose y besándose. Además de estos saludos de cortesía está el militar y los que, como muestra de respeto religioso o social, hemos de hacer a los lugares o insignias dignos de tales honores.

¿Cuándo debe hacerse el saludo y quién ha de iniciarlo? ¿Cómo practicará usted las diversas clases de saludo?

Debo saludar: para contestar a quien me salude; cuando me encuentre con alguna Autoridad, superior o jerárquico, persona digna de respeto o que acabe de hacerme algún favor; cuando vea a algún pariente, amigo o conocido, y en el caso de ir acompañando a otro, si éste saludase a alguna persona.

La iniciativa del saludo debe partir siempre del menos digno; entre iguales o amigos, del que reconozco o vea antes al otro; si se va acompañando a una persona de más categoría no se debe saludar a los conocidos, a no ser que lo sean de ambos, y en este caso toca iniciarlo al más digno.

El saludo a distancia debo practicarlo sin detenerme, descubriéndome con la derecha antes de llegar a la persona a quien salude, y, a ser posible, aprovechando un momento en que lo vea ésta; al tiempo de quitarme el sombrero, más o menos según la categoría del saludado, le haré una ligera inclinación de cabeza, acompañada de suave sonrisa y ademán de simpatía, pero de ordinario sin decir palabra.

Para saludar de cerca y detener a la persona que se encuentre en la calle o paseo se requiere que no sea de superior categoría, a no ser que él mismo me lo indique y que vaya solo, porque si no se molestaría al acompañante: para que la detención de la calle sea larga, se necesita que haya verdadero y urgente motivo; al saludar de esta forma, unos pasos antes de llegarme a la persona con quien voy a hablar, me quitaré totalmente el sombrero, sosteniéndolo cogido por el ala, de modo que no se vea la abertura interior; haré una inclinación más o menos profunda, según la posición social del saludado y los grados de amistad; en el caso de tratarse de un Presbítero, le besaré la mano; si es Religioso, el escapulario, y si fuera Prelado, el anillo; no debo dar la mano si no media amistad o no me la ofrecen, porque el apretón de manos supone igualdad o deferencia, y en los seminaristas no está bien que la ofrezcan a personas de otro sexo, salvo que lo autorice el uso común, aunque no deben desairar a las señoras, cuando ellas se adelanten a darla; se ha de ofrecer la mano derecha y ésta desenguantada, a no ser en caso imprevisto; es muestra de gran intimidad, rara vez usada, el estrecharse ambas manos, y resulta grosero apretarla demasiado, sacudirla o dar sólo los dedos.

El abrazo es saludo propio de familia o de intimidad extraordinaria y rara vez suele darse en público, a no ser cuando se trata de saludos o despedidas en casos de larga ausencia o enhorabuenas excepcionales; lo mismo puede decirse del ósculo, que en un seminarista sólo está permitido para con sus padres o hermanos.

¿Cuáles son las fórmulas corrientes del saludo?

Las fórmulas orales que han de acompañar a la acción del saludo varían mucho según los casos, intimidad, tratamiento, etc. Para con los inferiores o iguales suele ser el saludo correspondiente de: Buenos días (o buenas tardes) nos de Dios, amigo N., continuando con otras fórmulas de cortesía, v.g.: ¿Cómo está usted? ¿Sigue bien de salud su familia?, etc. Cuando se trate de personas de respeto les diré: Buenos días, señor D. X; o si fuesen de dignidad: Excelentísimo (o Ilustrísimo) señor Obispo (Provisor, etc.), me cabe la satisfacción de saludar a Vuecencia, o tengo el honor de saludar, etc.; pero sin proseguir preguntando por la salud y la familia.

¿De qué modo deben terminar los saludos? ¿Qué abusos suelen cometerse en esta materia?

Los saludos en la calle han de ser siempre muy breves; la persona inferior debe permanecer descubierta hasta que se le invite a cubrirse, y también de la persona más digna ha de partir la iniciativa de terminar el saludo.

Para despedirse se sigue ceremonial semejante al del encuentro, descubriéndose ambos, dándose la mano y acompañando las acciones con palabras corteses, tales como: He tenido tanto honor (o gusto) en saludar a V.E...; sabe que me tiene siempre a sus gratas órdenes...: Usted lo pase bien..., etc.

En esta materia pueden cometerse abusos, tanto al saludar cuando y donde no se debe, como al prodigar saludos sin necesidad, o, por el contrario, haciéndose el distraído para no saludar; también se falta a la cortesía llamando a voces, hablando a los que están en los balcones y desde ellos, haciendo ademanes exagerados al saludar, reiterando el saludo todas las veces seguidas que se encuentre a la persona conocida durante el mismo paseo, acelerando el paso para rehuir un saludo, etc.

PRESENTACIONES Y TRATAMIENTOS.

¿Qué fin tiene la presentación? ¿De cuántas maneras pueden hacerse las presentaciones? ¿De qué forma suelen verificarse las presentaciones?

La presentación tiene por fin entablar relaciones sociales y amistosas entre varias personas; en toda presentación es necesario que intervengan tres o más individuos: el que presente y los dos o más presentados; el que hace la presentación debe tener alguna confianza o familiaridad con los otros. El presentarse uno a sí mismo, aunque en ciertos casos resulte forzoso, no es correcto, y en ocasiones sería imperdonable falta de educación.

Las presentaciones pueden hacerse en varias formas: unas son ex profeso, efectuadas en el propio domicilio de uno de los presentados; otras, ocasionalmente, en visitas o en lugares públicos, y hay otras que se hacen por carta. A más de éstas, que tienen carácter social, están las presentaciones de índole oficial, que se verifican según los ceremoniales correspondientes, y las presentaciones particulares propias de los negocios y tramitación de asuntos, las cuales suelen ser autopresentación y muchas veces requieren in provisto de documentos de identidad.

En las presentaciones, por regla general, debe ser nombrada primero la persona de menor categoría o de menor edad, y prefiriendo el sexo débil al fuerte. Una vez efectuada la presentación, debe hacerse una ligera inclinación, a la que suele acompañar un apretón de manos con frases de mutua estima, y la persona más digna ha de iniciar la conversación. Al indicar en tales clases los títulos que posean las personas presentadas, cuando el cargo sea permanente (como Obispo, Marqués, etc.), se antepondrá éste al nombre; cuando sea transitorio(como Alcalde, Coadjutor, etc.), se dirá primero el nombre y después el título o empleo.

¿Qué normas seguirá usted en las presentaciones hechas en casa? ¿Cuándo y cómo se harán las presentaciones ocasionales?

Un seminarista, por regla general, no suele tener que hacer muchas presentaciones ni habrá de recibirlas en el propio domicilio, a no ser huérfano y jefe de familia. Las presentaciones hechas en casa tienen por fin establecer amistad durable y deben ser preparadas por el amigo de ambos presentados, previo el consentimiento de éstos. En las presentaciones de los caballeros, el que la hace se ha de dirigir primeramente al jefe de la casa y éste seguirá presentándole a su esposa y familia; si se trata de presentar a una señora, ésta lo será a la dueña del hogar, la cual se encargará de hacerlo a su marido e hijos; no hay que citar el nombre del cabeza de familia en cuya casa se hace la presentación, pero éste debe dar a conocer al visitante cómo se llama cada hijo que le presente.

En todos estos casos han de acompañarse las presentaciones con inclinaciones de cabeza y apretón de manos, manifestando el mutuo placer de conocerse, y entre los jefes de familia se cruzarán atentos ofrecimientos de domicilio.El presentante no podrá dejar solo a su presentado durante la visita, y a él toca iniciar su término.

Al retirarse se repiten las frases de mutua complacencia y los ofrecimientos de domicilio. Después de la presentación debe hacerse otra visita, teniendo en cuenta que el tiempo que medie entre ambas suele interpretarse como indicación de la mayor o menor intimidad que reinará en las relaciones.

Por presentaciones ocasionales suelen entenderse aquellas que se hacen en cualquier sitio público (la calle, tranvía, etc.), cuando van dos personas juntas y se encuentran con una tercera, conocida de una de ellas; ésta entonces debe hacer por el orden ya indicado (núm. 208) una breve presentación de ambos conocidos suyos, los cuales se harán mutuamente las debidas cortesías, descubriéndose los dos presentados, mas cuando sean personas de mucho respeto o de mayor que quien los presenta, se descubrirán los tres; en los casos de presentar o ser presentado a señoras, siempre se debe estar descubierto; si se trata de presentar a parientes, se hará indicando el grado de parentesco, y se comenzará la presentación por ellos, a no ser que sea muy grande la diferencia de dignidad, pues entonces rigen las normas corrientes; al hacer estas presentaciones se usarán palabras expresivas y encomiásticas, y los presentados, antes de despedirse, expondrán con frases atentas el gusto que han tenido en conocerse, y, en caso de simpatizar, se harán los mutuos ofrecimientos de domicilio, partiendo éstos del primero que se retire o del más digno.

¿Qué uso y valor tienen las presentaciones hechas por carta?

Se puede hacer por carta la presentación de un amigo o pariente, cuando éste se ausente y vaya a residir a una población donde habite algún conocido del que presenta; el interesado, ordinariamente, no debe pedir estas cartas, ni conviene ofrecerlas si no se tiene seguridad de que serán gratas y útiles a entrambos, a no ser que nuestra posición nos obligue a mirar por el que se ausenta; cuando las cartas son de verdadera recomendación se deben leer ante el portador y entregárselas abiertas, pero éste las cerrará en el acto de recibirlas; mas si se trata de mera presentación ocasional, se dejarán abiertas.

Las cartas de presentación tienen el mismo valor de una visita del que la escribe; por eso el portador, cuando llegue a la ciudad de su destino, mandará dichas cartas acompañadas de una tarjeta propia con las señas del hospedaje o domicilio a las personas a quien vayan dirigidas, y los que reciban las cartas le atenderán como un amigo, cuando les visite, o se adelantarán ellos mismos a visitarle, si el presentado es persona digna de atenciones; si se trata de negocios urgentes, al enviar la carta y tarjeta se puede pedir hora para la visita.

Cuando la persona a quien se hace la presentación es de mucha importancia, o cuando la carta y asunto de la visita es más bien de recomendación y negocios, no se requiere que sea correspondida la visita. En todo caso, el portador de las cartas de presentación debe escribir o visitar al que se las proporcionara, para darle las gracias y comunicarle impresiones de la entrevista.

¿Cuándo pueden omitirse las presentaciones? ¿Qué tratamiento se ha de dar a las diversas personalidades?

Las presentaciones han de omitirse en las reuniones públicas numerosas, en los casos de coincidencia de muchas visitas (por motivo de enhorabuenas, duelos, etc.), y cuando se cruzan o reciben servicios de personas de igual categoría., en cuyo caso es obligatoria una visita de gratitud y ofrecimiento.

A las diversas personalidades se les ha de dar, tanto en la presentación como en el trato, el tratamiento correspondiente: En el elemento eclesiástico tienen tratamiento de Eminentísimo Señor o V.Em., los Cardenales; de Excelentísimo Señor o V.E., los Arzobispos, Obispos y Cabildos, los Vicarios Generales o Capitulares, Rectores de Universidad ,miembros de la Rota, Prelados domésticos de Su Santidad; de Reverendísimo Señor o Reverendísimo Padre los Abades y Generales de Institutos y Ordenes Religiosas; de Muy Ilustre Señor, los Canónigos y de Muy Reverendo Padre, los Provinciales Religiosos.

En el elemento civil hay que atenerse a las disposiciones y usos sobre los tratamientos oficiales que estén vigentes en cada país. (Durante la Monarquía Española, los tratamientos usuales eran: Su Majestad, a los Reyes; Serenísimo Señor, a los Príncipes, Infantes y Regentes del Reino; Excmo. Sr., a los Grandes de España y a sus primogénitos, los Ministros de la Corona, Consejeros de Estado, Presidentes del Senado y del Congreso, Capitanes y Tenientes Generales, Almirantes, Caballeros de grandes cruces, Embajadores, Directores generales, Presidentes de Diputaciones y Audiencias, Rectores de Universidades, Generales de División con banda, los Gobernadores y los Ayuntamientos; de Vuestra Señoría o Usía, a los Títulos de la Nobleza y sus primogénitos, Jefes de Escuadra, Generales de División y Brigada, Auditores de Guerra, Comisarios, Ordenadores, Secretarios de S.M., Intendentes del Ejército y Marina, Senadores, Diputados, Presidentes de Academias y Directores de Institutos y Normales).

Por regla general suele darse el tratamiento de Señor o de Don a todas las personas que tengan título académico, pudiendo usar de éste al hablar con ellos, diciendo: señor doctor, señor abogado, etc.; también se antepone esta palabra a los cargos civiles, como señor Gobernador, señor Alcalde, etc., y tratándose de sus esposas o de mujeres que desempeñen dichos cargos o similares, se emplean los mismos tratamientos, con terminación femenina, según las últimas disposiciones de la Academia Española.

En el trato familiar se pueden suprimir los tratamientos oficiales, cuando nos autoricen para ello los interesados; a los padres y allegados no se les da tratamiento; cuando se hable con una persona, al referirse a sus parientes próximos, se dirá: su señor padre, etc.; si se trata de parientes lejanos, se dice sólo: su primo, etc.;cuando se alude a los propios: mi padre, mi hermano, etc.; a los criados no conviene tutearlos, si no hay mucha diferencia de edad.

VISITAS E INVITACIONES.

¿Qué se entiende por hacer una visita? ¿Cuántas clases hay de visitas?

Hacer una visita es presentarse en el domicilio de una persona para tener con ella una entrevista, en la que se cumpla con un deber de cortesía. Las visitas son algo imprescindible en la vida de sociedad, por lo que el seminarista se verá precisado algunas veces a hacerlas y recibirlas; pero ha de precaverse contra los muchos peligros que de algunas de ellas puedan provenir para su vocación.

Hay tantas clases de visitas como fines pueden tener éstas. Son íntimas aquellas que se hacen a los parientes próximos y amigos de suma confianza, para las cuales no hay más reglas que las generales de la buena educación. De negocios son aquellas en que se tratan asuntos profesionales (como las hechas a empleados públicos, comerciantes, abogados, etc.), y éstas no deben realizarse más que en la respectiva oficina o negociado, a no ser que el interesado nos invite a que vayamos a su domicilio particular; serán breves y sólo se tratará de los asuntos propios. De caridad y celo, como las que se hacen a los pobres y enfermos, para socorrerles y consolarles; en visitas de esta índole ha de brillar la caridad y sencillez.

De circunstancias son aquellas que deben hacerse a los parientes, amigos y personas de respeto con motivo de acontecimientos faustos o dolorosos, como para dar el pésame, felicitar en los días de santo y fiesta de pascua, y dar la enhorabuena por algún acontecimiento próspero o nombramiento honroso; en todas estas visitas se tendrán en cuenta la mayor o menor amistad, confianza y prestigio de la persona visitada para regular las ceremonias de cortesía y la duración de la entrevista.

En comisión también suelen visitar los alumnos de centros docentes al personal directivo y jerárquico, en cuyo caso a quien presida el grupo corresponde sostener la conversación y hablar por todos. También hay otras muchas clases de visitas de sociedad, impropias de seminaristas y llenas de peligros, como son las de etiqueta, de ceremonia, de cumplido, de sobremesa, de participación de enlace, de matrimonio, etc.

¿Cuáles son los días y horas oportunos para hacerlas?

Los días y horas de visita, para las que tienen carácter familiar e íntimo, no pueden señalarse; cada cual sabe en qué fecha y en qué tiempo serán más oportunas y agradecidas. En las visitas de circunstancias depende de éstas el día, que no podrá ser muy separado del acontecimiento: las de felicitación se harán el mismo día del santo; las de enhorabuena y pésame, en la fecha del acaecimiento o las próximas siguientes, y las de negocios, en los días y horas señalados. En la alta sociedad también suelen fijarse días y horas de visita, y entonces se debe acudir en el tiempo y hora señalados, que suele ser de tres a seis de la tarde; cuando coincida con alguna fiesta el día señalado para recibir, no se harán visitas.

Por regla general, para las visitas que solemos hacer los seminaristas, no hay días fijos, quedando esto al arbitrio y prudencia del visitante, que se cuidará de ir en el tiempo que crea más oportuno; la hora de visitas suele ser de tres a cinco de la tarde, y sólo en casos de gran confianza puede hacerse por la mañana, evitando siempre, como intempestivas, las horas próximas a la comida. La duración de las visitas, que no sean íntimas, no ha de alargarse mucho más de un cuarto de hora; en general, a los seminaristas nos conviene que nuestras visitas sean pocas y cortas, para que no lleguemos a contraer el mal hábito del visiteo inútil, tan funesto para la vida de celo.

¿De qué modo se portará usted en las visitas?

A las visitas he de ir con traje decente y limpio; al entrar en el zaguán me limpiaré el polvo y barro del calzado en la rejilla o felpudo; procuraré llamar con la campanilla o timbre, haciéndoles sonar con suavidad; cuando me abran la puerta, preguntaré al criado si está y recibe la persona a quien me dirijo; dejaré el sombrero, el gabán y el paraguas (si los llevo) en su sitio respectivo del perchero; siguiendo al sirviente o persona de la familia que me introduzca, me presentaré ante mi visitado, al cual toca salir a mi encuentro o levantarse, según los casos, la edad y calidad de la persona; tras los ordinarios saludos y apretones de manos, me sentaré cuando y donde me indiquen , no consintiendo en cubrirme, aunque se me invite a ello; en el caso de que haya otras visitas, si fuesen muchas, les debo saludar en común, y en algunos casos, como suele ocurrir en los duelos y enhorabuenas, basta una inclinación de cabeza; al dueño de la casa corresponde atendernos y mantener el interés de la visita con una amena y complaciente charla sobre materias gratas al visitante.

Para salir me pondré en pie y me despediré de la persona a quien visito, saludando a los demás como al entrar; al encaminarme a la puerta procuraré pasar por detrás de los demás visitantes, o si no es posible sin molestarles, por el medio de la sala, diciendo: Con permiso de ustedes; al llegar a la puerta haré un saludo general y me retiraré, rehusando que me acompañen; en el caso de que me siga alguno de la familia dándome conversación procuraré tomar el sombrero y demás antes de que me lo ofrezcan, a no ser que lo haga un criado; en llegando a la salida, reiteraré mi despedida, suplicando a quien me acompañe que se retire, y me pondré en marcha, descubierto hasta el punto en que deba perder de vista al que salió a acompañarme; le haré entonces un nuevo saludo y me cubriré.

¿Pueden los seminaristas hacer y aceptar invitaciones? ¿Qué defectos deben evitarse en las visitas?

Como corresponde hacer las invitaciones a comer, merendar, etc., al cabeza de familia, rara vez correrán a cargo de los seminaristas, a no ser en caso de orfandad, o tratándose de actos íntimos entre amigos. En lo tocante a aceptar invitaciones también hemos de ser muy discretos y excusarnos siempre que pueda haber algún peligro para nuestra vocación, sobre todo tratándose de actos familiares; en todo caso, las invitaciones aceptadas, como las rehusadas, piden una visita de gratitud dentro de los ocho días siguientes.

Entre otros muchos defectos que pueden cometerse en las visitas debo evitar todo lo que parezca demostrar poca atención a lo que se está diciendo, como mover objetos entre las manos, mirar hacia los balcones, etc.; todo lo que moleste a quien nos recibe, bien sea de palabra, bien con las actitudes o movimientos corporales; cuanto indique inquietud o falta de delicadeza, como mecerse en la silla, apoyarse en los muebles, etc., y cuanto pueda interpretarse como desaire a los circunstantes, aunque coincidan en visita varias personas enemistadas entre sí.

COMIDAS Y REFRESCOS.

¿Puede asistir el seminarista a los banquetes? ¿Qué normas han de seguirse en las comidas?

El seminarista, por serlo, puede y debe excusarse de asistir a banquetes de etiqueta o de bodas, aunque le inviten, y no debe propasarse a tomar parte en los banquetes públicos que se organicen en honor de personajes de cualquier índole. Ni nuestra edad ni nuestra vocación nos autorizan para asistir a actos de esta índole, donde la calidad de las personas y hasta la indumentaria que en ellos se requiere, están tan distanciados del aspirante al Sacerdocio.

En las comidas de índole familiar, pero algo numerosas y servidas con esmero, deben seguirse estas normas: se contestará, de palabra o por escrito, a la invitación, aceptándola; el invitado debe presentarse en la casa un cuarto de hora antes de la señalada para la comida, saludando a los dueños lo antes posible, y esperando en amena conversación con los demás convidados; cuando inicien la marcha hacia el comedor seguirá en turno de dignidad; al entrar en el comedor encontrará, señalado con una tarjeta, el sitio donde deba colocarse en la mesa; no se debe sentar, desdoblar la servilleta ni ponerse a comer hasta que no lo haya hecho quien presida; por la lista de manjares y bebidas se prevendrá para no servirse de cuanto pueda hacerle daño o dejarle en ridículo; en el modo de servirse, comer y beber, ha de cumplir con todo esmero las reglas dadas al tratar del comportamiento en refectorio(núm. 152 y siguientes); se debe sostener interesante y amena conversación con los comensales que estén a ambos lados, alternando discretamente, y es delicado hacerles algún pequeño obsequio o servicio, como ponerles vino en la copa, si no lo hicieran los criados; al levantarse para salir se seguirá el mismo orden que a la entrada; suele terminarse la comida tomando café en pequeñas mesas colocadas en alguna terraza o habitación contigua; tras un cuarto de hora de sobremesa irán retirándose los comensales, después de despedirse del dueño de la casa, pero sin detenerse a hacer lo mismo con los demás convidados. (Véase el Apéndice III).

¿Cómo se portará usted en los refrescos, tés, etc.?

Cuando con ocasión de alguna Primera Misa, función religiosa o enhorabuena, me vea en la precisión de asistir a refrescos, tés y pequeños convites a que suelen asistir los eclesiásticos, me portaré con toda la delicadeza posible, sentándome donde me corresponda por mi edad, y, a ser posible, lejos de las señoras.

Cuando pasan con una bandeja de dulces, no se debe tomar más de uno cada vez, escogiendo entre los que estén más próximos, y sin propasarse a tomar más de dos veces; sería una grosería incalificable meterse los dulces en el bolsillo. Si ofrecen tabaco, no lo aceptarán los que no fumen o esté mal visto que lo hagan en público; pero instados por quien lo reparte, y por no desairarle, está permitido recibir un puro y guardarle sin encender. En estos casos es imprescindible, al entrar, hacer un saludo al homenajeado o a quien dé la fiesta, y a él o alguien de la casa corresponde atendernos, conducirnos a la mesa y obsequiarnos; pero no es preciso despedirse del mismo al salir, cuando esté atendiendo a otros visitantes.

PASEOS Y JUEGOS.

¿Cuándo y cómo puede pasear un seminarista? ¿Qué normas debe usted seguir cuando sea invitado y cuáles cuando invite a pasear?

Un seminarista puede aceptar las invitaciones para ir a paseo que le hagan las personas de respeto, considerándose muy honrado con tal honor, como también las personas de su familia y sus amigos o vecinos; puede también invitar él mismo a sus parientes o compañeros; pero no a quienes tengan sobre él autoridad o gran preeminencia. El paseo podrá hacerse a pie, a caballo o en vehículo, por las calles y cercanías de la ciudad y también por paseos públicos, pero poco concurridos.

El fin del paseo es oxigenarse y solazar el ánimo, por lo cual han de evitarse las marchas aceleradas y cuanto pueda ocasionar fatiga o preocupación, y sobre todo se debe huir de cuanto pueda engendrar peligros para nuestra alma y nuestra vocación, y guardar gran recato en la vista.

Cuando sea invitado a pasear procuraré ante todo la puntualidad en acudir a la cita; me pondré a disposición del que hizo la invitación, aceptando y agradeciendo sus finezas, sin mostrar displicencia por la forma y objetivo del paseo, a no ser que me pretendiera llevar por sitios para mí peligrosos o prohibidos, en cuyo caso, respetuosamente, debo hacérselo notar.

Cuando la invitación parta de mí procuraré elegir bien a los acompañantes de paseo para que no pueda haber roce entre ellos; procuraré escoger el modo y lugar que les sea más grato, corriendo por mi cuenta todos los gastos que hubieran de hacerse. No es propio de un seminarista ir de paseo con personas de otro sexo, a no ser señoras de edad y de su familia; en cambio, la compañía más indicada y recomendable es la de sacerdotes o seminaristas.

¿Qué conducta ha de observar usted por las calles? ¿Cómo se pasea en grupos?

Cuando andemos por las calles me colocaré siempre a la izquierda de las personas de más categoría, a no ser que por alguna razón especial caminemos por la izquierda y la acera fuese estrecha, en cuyo caso le cederé la parte interior. Se han de acatar las normas de las ordenanzas municipales para regular la circulación; cuando se deban cruzar calles hay que atravesarlas perpendicularmente a la acera por los sitios de paso, como las bocacalles o lugares donde hay guardias o señales.

Se debe ceder la acera a los sacerdotes, ancianos y demás personas respetables; pero no se ha de saludar, ni menos detenerse a hablar a los transeúntes, a no ser que se trate de personajes de categoría muy superior a la de los que acompañamos. El pasear por las calles es propio sólo de las grandes ciudades, donde sea difícil y lejano el acceso al campo o jardines; por las calles muy concurridas, en horas de paseo, no debe transitar el seminarista más que en caso de necesidad. Cuando sea preciso montar en tranvía se hará en los sitios de parada, y subirá primero el más digno; se debe ir sentado, sin molestar a los demás viajeros ni sostener conversaciones íntimas.

Cuando la disposición del sitio por donde se pasea lo permita o requiera, si son varios los que van de paseo, pueden formar un grupo que nunca debe ser muy numeroso, pues difícilmente sostienen una conversación animada y correcta más de cuatro o cinco individuos, caminando en fila.

A las personas de respeto se les lleva en el centro, y los demás deben ir cambiando de puesto, si tienen que dar vueltas; cuando se trate de individuos de igual categoría, todos turnarán indistintamente. (Sánchez Moreno da las siguientes reglas: "Cuando en el paseo u otro sitio cualquiera se reúnen varias personas para pasear, si son dos, para dar la vuelta se despliegan por el centro, describiendo cada una, hacia fuera, una línea semicircular; si son tres, la del centro abre el grupo por el lado izquierdo, junto con el que va a su derecha, para que ésta quede en el centro, y la que va a la izquierda cambia de frente; cuando son cuatro personas, se despliegan en dos alas, de forma que los que ocupan el centro pasen a los extremos, y las que ocupan éstos vayan al centro; si hubiere una persona de respeto, siempre ocupará el centro, cuando sean tres los paseantes, siendo los otros dos los que cambiarán de derecha a izquierda y viceversa. Para conducirse bien y no obstaculizar el paseo ni tener que hablar a gritos para entenderse, lo preferible es no ir en grupos de más de cuatro personas."

¿De qué modo se hacen los paseos a caballo? ¿Cuáles son las reglas que han de observarse al pasear en coche?

Para pasear a caballo es preciso ser un buen jinete, y en muchas ocasiones tener caballo propio y adecuado. Cuando se vaya en compañía de una persona de superior categoría se le debe dejar que monte primero y ayudar a hacerlo; el puesto de honor es el centro o la derecha y debe dejarse regular la marcha al más digno, cuidando de que el caballo de éste avance un largo de cabeza al nuestro; en el caso de ser personaje de mucha categoría, la cabeza de nuestro caballo no ha de pasar más allá de la grupa del suyo.

Cuando se utilice para el paseo cualquiera clase de vehículo, al dueño de éste corresponde hacer los honores y señalar el puesto que deba ocupar cada cual. El orden de preferencia en los asientos es: 1º, fondo derecha; 2º, fondo izquierda, 3º, frente o delante del primero, y 4º, frente o delante del segundo; cuando se trata de un automóvil que vaya conducido por el dueño, si monta sólo una persona, debe colocarse ésta junto al del volante y el mecánico detrás.

Para montar, lo harán por orden de dignidad, según indique el dueño; pero si está sólo abierta la puerta derecha subirá primero el que vaya a ocupar la izquierda, para no molestar al más respetable; al bajar se guarda el orden inverso, y tanto al montar como al apearse, ha de ofrecerse apoyo a los ancianos, enfermos, etc.

¿En qué juegos y deportes puede tomar parte un seminarista?

Todos los juegos y deportes que están prohibidos a un clérigo están igualmente vedados al seminarista; por eso no puedo aceptar ninguna invitación que se me haga para tomar parte en los deportes de moda, que disipen y embrutezcan, ni en los juegos de salón, regulados por el azar y el lucro; pero sí que me está permitido en las reuniones familiares e íntimas entretenerme con juegos de ingenio y distracción, como el ajedrez, damas, asalto, etc.

Siempre que juegue me portaré con nobleza y desinterés; al principiar el juego, debe fijarse el límite de su duración, para no engendrar hábitos viciosos; no se debe consultar con personas extrañas la marcha de las jugadas, ni mostrar gran contrariedad o júbilo por el resultado de éstas; en las discusiones ha de imperar la razón y la delicadeza; al terminar la partida se departirá amigablemente con los compañeros y contrincantes, sin hacer alardes ni comentarios sobre los triunfos o malas jugadas. ("En el juego, el pasatiempo debe dominar al interés para ser moral; cuando se invierten los términos es indigno de la cultura y de la educación." -Félix Flor-)

CONVERSACIONES.

¿Qué importancia tiene la conversación en el trato social? ¿Qué propiedades físicas deben reunir las conversaciones orales? ¿Cuáles serán sus cualidades gramaticales y literarias? ¿Qué ideas pueden ser materia oportuna de conversación?

Es grandísima la importancia que tiene la conversación en el trato social, del que viene a ser como el fundamento, ya que ella es el vehículo por el cual se realiza la comunicación de pensamientos y afectos, tanto si se sostiene de palabra como por escrito.

En las conversaciones orales, físicamente consideradas, se requiere que haya suficiente emisión de voz, recta pronunciación y que el timbre, intensidad y tono sean proporcionados al local, distancia e interlocutores, para que todos puedan percibirla íntegramente y seguirla con interés. Se han de evitar: las gesticulaciones exageradas con la boca; el dejar caer saliva al hablar, y los defectos naturales o adquiridos por un mal hábito, de la precipitación o lentitud excesiva y del tartamudeo, ceceo, titubeo, etc.

Las cualidades referentes al lenguaje de las conversaciones están marcadas por las reglas gramaticales y de buen gusto literario. Se emplearán palabras propias y castizas, sin pruritos pedantescos de clasicismo y erudición; pero sin caer en los detestables barbarismos y neologismos, hoy tan en boga.

Está tolerado, y hasta puede servir de adorno, el uso oportuno de refranes y frases célebres; mas no se podrán intercalar palabras o adagios en idioma desconocido de los demás interlocutores. Las muletillas y vocablos o giros malsonantes son indignos de toda conversación culta y cortés.

La conversación, para que no degenere en vana chocarrería y charlatanería, necesita sustentarse a base de ideas dignas y oportunas. Cuando los interlocutores sean de la misma profesión o índole, pueden hablar de los asuntos propios de sus inclinaciones o especialidades; pero de otra suerte la materia de conversación debe ser general, de cosas de actualidad y de dominio público. Es muy expuesto a quedar mal el meterse a hablar de asuntos en que uno carezca de competencia, como también el fantasear o hacer afirmaciones falsas, gratuitas o exageradas.

¿Qué cualidades morales debe reunir toda conversación?

Toda conversación debe ser verídica, discreta y alegre; para que no se falte en ella a Dios, ni al prójimo, y sirva a todos de solaz y provecho. En todos los sentidos sale perdiendo el que habla de tal suerte que sus oyentes duden de su veracidad o vean que no respeta al ausente ni sirve para guardar secretos. ("El secreto se debería definir en esta forma: es una noticia reservada que se propaga con más intensidad que si no lo fuera, pero al oído. Sin embargo, las reglas de urbanidad aconsejan guardar el secreto que en nosotros ha confiado una persona.

Hay personas oficiosas que, al saber que tenemos un secreto, quieren que se lo digamos, asegurándonos que saben guardarlo, a lo que debemos contestar que nosotros también, y en prueba de ello no se lo decimos". -J. Sánchez Moreno). Como también el que habla demasiado de sí y se jacta de hacer el papel de gracioso. Para conversar con la debida prudencia y acierto es preciso tener en cuenta estos tres factores: el carácter de los interlocutores, el estado de ánimo que imponen las circunstancias y el lugar en que se habla. En los seminaristas está muy propio encauzar la conversación discretamente de modo que puedan santificarla y hacer algún bien a las almas de sus interlocutores.

¿Qué fórmulas sociales ha de usar usted cuando conversa? ¿Está bien accionar en las conversaciones? ¿Cómo se comportará usted cuando escucha?

Cuando se conversa deben guardarse las fórmulas sociales en uso entre gente bien educada. Se ha de suprimir el tuteo, a no ser en la intimidad, y dar a cada cual el tratamiento correspondiente según su rango. Hablando con militares, se antepone la palabra señor a la graduación, como: señor Coronel, o mi Coronel, si se fuere subordinado suyo. Al hablar aludiendo a los presentes, si no son parientes, se emplearán fórmulas respetuosas, como: El señor me lo dijo. No ví al tío del señor, etc., y a veces conviene añadir el título, dignidad o empleo. Conviene entremezclar durante la conversación, aunque sin prodigarlas demasiado, frases de respetuosa delicadeza; por ejemplo: Tenga usted la bondad... Permítame usted que le diga... Dígnese usted aceptar mi más profunda gratitud... Mucho lo siento, pero no puedo hacer... Es ridículo interrumpirse a sí mismo durante la conversación con preguntas impertinentes como: ¿Me entiende usted?... ¿Hablo claro?... ¿Verdad?... ¿Sabe usted?...

A la palabra, puede y debe acompañar una acción delicada y expresiva, sobre todo con la mano derecha, cuando no se sostenga algo. Resulta fría e inexpresiva la conversación mantenida sin moverse, como también se ha de evitar el excesivo manoteo, por lo ridículo, máxime cuando en la mano se lleva paraguas o bastón. La acción y mirada del que hable debe dirigirse principalmente a la persona con quien sostenga el diálogo; pero sin dejar de mirar y atender a todos de cuando en cuando.

Deber es del que escucha prestar atención al que habla, no interrumpir a destiempo, contestar cuando convenga y no dar señales de cansancio y molestia. El arte de escuchar con cortesía no es tan fácil como a primera vista parece, pues el rostro del oyente con sus gestos, y el cuerpo con sus actitudes, han de estar en continua relación con las ideas del que habla.

Respecto a las interrupciones, se debe tener en cuenta que al súbdito no le está permitido interrumpir cuando habla un superior, ni entre iguales para rectificar, completar o desvirtuar lo que está diciendo; puede interrumpirse, pidiendo antes dispensa, para rogar que repitan lo que no se ha oído, o que expliquen algo más claro, como también para evitar descortesía o manifestar rápidamente nuestra admiración y sentimientos, sin esperar respuesta; están obligados a interrumpir los que escuchen blasfemias, injurias o frases escandalosas, y además los que, teniendo alguna autoridad, observen que quien habla falta a la verdad, a la caridad o a la justicia, como también cuando esté aburriendo o haciendo el ridículo.

CORRESPONDENCIA.

¿Merece especial cortesía en la correspondencia? ¿Cuándo y cómo ha de escribirse la correspondencia?

Merece que prestemos una atención especial a la cortesía en la correspondencia, porque ésta viene a ser una conversación por escrito, que permanece y muestra a todos nuestras palabras y nuestra cultura; tanto, que ha llegado a decirse que una carta es el retrato de quien la escribe.

La correspondencia puede y debe escribirse siempre que lo requieran la propia conveniencia o la cortesía.

La frecuencia y el modo de escribir las cartas varía según la diversa índole de las mismas: en las cartas familiares o de amistad ha de graduarse la frecuencia y sencillez por la intimidad; las de felicitación y enhorabuena se escribirán con tiempo, para que lleguen a mano del destinatario en el día oportuno o en cuanto se sepa la buena nueva; las de pésame y condolencia, apenas se sepa la desgracia; la de negocios y comerciales, siempre que lo pida la índole de los asuntos; las de cortesía y ofrecimientos, según lo requieran los acontecimientos o hechos que las motiven, y las de índole espiritual y de conciencia, en la medida que lo pida el bien de nuestra alma y siempre bajo secreto.

No se debe mantener más correspondencia que aquella de que se nos siga algún provecho, pues de lo contrario sería ésta una carga abrumadora e inútil; pero la cortesía impone el contestar a algunas cartas superfluas, cuando el no hacerlo equivaldría a negar la respuesta a quien las escribió.

(Véase modelos de correspondencia en el Apéndice IV).

¿Qué condiciones materiales deben reunir las cartas?

Las cartas deben escribirse siempre en papel decente y adecuado: por regla general debe ser blanco y sin perfumes, pudiendo llevar el membrete del individuo o del centro o entidad a que pertenezca. Los membretes se imprimen en la parte superior izquierda; las personas nobles ponen su escudo de armas y título; los que ostentan cargos públicos, el cargo y población de residencia; las entidades, su título, domicilio y apartado; los particulares, su nombre completo y domicilio; los comerciantes e industriales, el nombre, número del teléfono y artículos que explotan, usando éstos papel de mayor tamaño que el de las cartas ordinarias. Si no cupiese el texto de la carta en un pliego, se ponen dos o más, pero de igual clase y sin partir por medio, aunque no se llenen. En los casos de luto, se orla el papel de negro, según lo requiera el caso. Siempre se dejan los correspondientes márgenes, siendo el del encabezamiento mayor o menor, según la importancia de la persona a quien se escriba.

¿Cómo ha de ser el sobre y franqueo? ¿En qué forma se han de escribir y redactar las cartas?

Los sobres serán de tamaño proporcionado al papel para que no tenga éste que doblarse más de dos veces. La dirección ha de escribirse con corrección y esmero, poniendo el tratamiento, nombre y apellidos, domicilio y residencia del destinatario; ha de cursarse siempre la correspondencia con el debido franqueo, pegado en la parte superior derecha del sobre. Para escribir las señas hay dos sistemas: el más corriente, que principia por el nombre, continúa por el domicilio y termina con la residencia, y otro más lógico, en el que se van poniendo las direcciones partiendo de lo general a lo individual. (Véase el Apéndice V.).

Cuando la carta lleva documentación interesante o valores o es de trascendencia que llegue a manos del destinatario, se lacra y certifica. Cuando se pide respuesta por algo que sólo interesa al que escribe, lo más delicado suele ser incluir en la carta otro sobre con la dirección y el franqueo completo. Está permitido, y en algunas naciones mandado, poner en el sobre el nombre y señas del remitente, impreso o manuscrito, con lo que se evitan extravíos forzosos de la correspondencia, en el caso de no encontrarse al destinatario.

Toda carta puede decirse que consta de tres partes: encabezamiento, el cual se redacta poniendo debajo de algún signo religioso (como la cruz, Ave María, etc.) el nombre de la población en que se escribe y la fecha, pero cuando el membrete indica la procedencia, a continuación de ésta se pone sólo la fecha; en línea más abajo, el tratamiento y nombre de la persona a quien se escribe, y debajo, la dirección o, al menos, el punto de destino; mas cuando el destinatario resida en la misma población, se indica ésta poniendo: Ciudad o Presente; el texto de la carta no puede someterse a más reglas que las que dicten la prudencia en el fondo, y la literatura, gramática y ortografía en la forma; la despedida debe ser breve y oportuna, correspondiendo siempre a la índole del que redacta y recibe la misiva; todo debe terminar con la firma y rúbrica, que constará de sólo el nombre en la correspondencia íntima o familiar, y del nombre y dos apellidos en las de negocios y etiqueta. En caso de ser correspondencia interior, la fecha se pone al final. Las posdatas nunca son corteses, pues suponen olvido o negligencia, y sólo pueden tolerarse en las cartas familiares. (Véanse modelos de correspondencia en el Apéndice VI.

¿Cuándo se pueden utilizar las postales, volantes y saluda? ¿Qué normas han de seguirse en los documentos de carácter oficial?

Las tarjetas postales del Estado se suelen utilizar tan sólo para asuntos comerciales o familiares sin interés; las postales ilustradas se emplean para saludos, felicitaciones y, sobre todo, en los viajes. Los volantes son verdaderas cartas, pero de muy cortas dimensiones, y sólo pueden usarse para dar respuestas breves y de asuntos privados. Los saludas son impresos que han de completarse con la noticia, dato o aviso que se comunique y que tan sólo deben emplear las personas que tienen cargo oficial, para citas, invitaciones, acciones de gracias, etc. (Véanse modelos del Apéndice VII.)

En las solicitudes, instancias, certificados y demás documentos de carácter oficial se debe emplear papel timbrado de la clase prescrita para cada caso, o al menos un pliego de papel de hilo, en el que habrá de dejarse un margen lateral a la izquierda, equivalente a una tercera o cuarta parte del ancho, cuidando también, al escribir el reverso, de que sobre suficiente espacio para que el documento se pueda leer cuando esté cosido y archivado. Las solicitudes e instancias se encabezan con el tratamiento de la persona a quien se dirigen; después el firmante declara nombre y datos personales; expone sobria y ordenadamente sus razones; manifiesta la gracia que pide o el derecho que reivindica; a continuación pone la fórmula final de cortesía, con la fecha y la firma rubricada (en los documentos dirigidos a S.M. el Rey no se rubrica la firma y se comienza con la palabra: Señor.), y se termina con el tratamiento y cargo, sin nombre, del destinatario. (Véase el Apéndice VIII.)

¿Cuándo y cómo se han de utilizar las tarjetas de visita?

Las tarjetas de visita aunque imprescindibles en el trato social, no son de uso necesario ni corriente entre los seminaristas. Se deben hacer de cartulina blanca, tamaño corriente, y llevarán el nombre o cargo y señas, impreso todo con caracteres sencillos; en los lutos se emplean tarjetas más o menos orladas de negro, según los casos.

Se usan: para anunciarse en las visitas, para hacer constar que se ha ido a visitar, cuando se hallen ausentes los dueños de la casa, y en este caso se da por hecha la visita; para hacer presentaciones; para acompañar regalos; enviándolas por correo, para felicitar, participar enlaces o nacimientos, y ofrecimientos de cargos o domicilio, aunque para éstos últimos casos más bien suelen usarse otras cartulinas impresas ex profeso.

En las tarjetas pueden escribirse algunas breves palabras, acomodadas a las circunstancias; pero no es elegante escribirlas totalmente, para suplir una carta. Resultan ridículas las tarjetas de seminaristas, cuando bajo su nombre ponen la palabra: Estudiante. (Véase el uso de las tarjetas en el Apéndice IX.) .

¿En qué ocasiones han de emplearse los telegramas y telefonemas? ¿Qué reglas de Urbanidad deben observarse en los viajes?

Los telegramas, telefonemas y similares se emplean tan sólo en casos urgentes, o para felicitaciones, pésames y adhesiones a los grandes personajes. Su redacción ha de ser lacónica y clara; en los familiares se puede firmar poniendo sólo el nombre. Las pruebas de afecto y cortesía recibidas por telégrafo, se deben contestar por el mismo medio de comunicación.

Para hablar por teléfono hay que atenerse a las instrucciones que dé la Compañía para el uso de los aparatos; ante todo se ha de buscar en la lista de abonados el número de la casa o persona con quien se quiere conferenciar, y, hecha la llamada a la central (si el teléfono no es automático), se pedirá comunicación con aquel número, sin emplear más palabras que las necesarias y pronunciándole cifra a cifra (por ejemplo, el número 167 se pide diciendo; 1, 6, 7; o si tiene más cifras, como el 2346, se dice 23, 46); puestos ya al habla, previos los oportunos saludos, se tratan brevemente los asuntos; y, al terminar la conferencia, se cuelga el microteléfono y se hace girar la manivela como fin de conversación.

VIAJES Y HUESPEDES.

En los viajes puede uno dispensarse algo de observar con todo rigor las reglas de Urbanidad referentes al aseo y compostura, y también se interpretará con más amplitud la del trato social; pero conservándose siempre dentro de los límites de la decencia y delicadeza.

¿Cómo se portará usted en los viajes a caballo? ¿Qué cortesías se guardan en los trenes y coches de servicio público?

En los viajes a caballo, cuando se hacen en comitiva, debo guardar las normas ya dichas(Vide núm. 227) para los paseos ecuestres; en los sitios peligrosos, lodazales y vados, el inferior se adelanta siempre al superior, debiendo todos cuidar de que su cabalgadura no salpique a las demás personas; suelen saludarse por los caminos los viajeros que se encuentran o cruzan; cuando dos personas algo conocidas, que marchan en la misma dirección, se alcanzan en cualquier punto del camino, el más digno debe invitar al otro a continuar la marcha juntos; entre todos los compañeros de viaje se procurará mantener animada conversación y cuidarán de prestarse mutuamente cuantas atenciones ocurran.

En los viajes que se hagan en tren o coches de servicio público, se ha de guardar el respeto debido a los pasajeros, cuidando además de no desedificar a nadie. En el ferrocarril está permitido usar guardapolvo y guantes para preservar de la suciedad la ropa y las manos; pero de ningún modo quedarse en mangas de camisa o sin cuello. Los equipajes de gran tamaño conviene que vayan facturados para que no molesten a los demás viajeros; los maletines y demás bultos se colocarán en los percheros.

Al entrar en el departamento, se dirigirá un saludo común a los demás compañeros de viaje. Si viene alguien a despedir a los viajeros, deben éstos atenderles hasta que el tren arranque. Cuando el tren se ponga en marcha, es muy recomendable rezar privadamente el Itinerarium, o al menos un Padrenuestro a San Rafael, después de santiguarse. Son sitios de preferencia las ventanillas y los asientos de cara a la locomotora, y deben cederse a las personas de distinción.

Es cortés entablar conversación durante el trayecto; pero ha de iniciarla la persona de más prestigio o de mayor edad, y versará sobre auntos de interés común y carácter general, sin descender a pormenores que obliguen a revelar datos de índole particular. Cuando sale uno momentáneamente del departamento, conviene dejar sobre el propio asiento alguna señal para que se lo respeten.

En el caso de tener que comer en el mismo coche, se suele hacer un cortés ofrecimiento a los demás viajeros antes de empezar. Si la comida se hace en el vagón-restaurante, se sentará cada cual en el sitio que le indique el camarero, y no suelen gastarse más cumplidos que el saludo; en caso de que se entable charla entre los que ocupan una misma mesa, debe iniciarla la persona más respetable. Cuando se viaja de noche, se puede dormitar según se está sentado; no es delicado, ni prudente, recostarse en el asiento, sobre todo cuando viajan señoras en el mismo departamento. Al tener que apearse, se hará una cortés despedida de los demás compañeros de departamento, deseándoles un feliz viaje.

¿Qué debe tenerse presente al viajar embarcado? ¿Cuál es la conducta que ha de seguirse en las excursiones en grupo?

En los viajes por mar, cuando son largos, suele entablarse gran familiaridad entre los pasajeros, procurando todos complacerse y atenderse mutuamente, pero dentro de la corrección y buenas maneras. Se suprimen las presentaciones; en el comedor suelen ocuparse cada día los mismos asientos; y en los puertos se acostumbra a saltar a tierra, para recorrer la población y hacer compras.

Cuando se hagan excursiones en grupo, si están organizadas por alguien, bien sea con carácter de superior, o bien de amigo que convida, a él corresponde dirigir la expedición y sufragar todos los gastos; cuando se trate de amigos que se reúnan o de meros compañeros de viaje que se aúnen para visitar alguna población, los gastos pueden distribuirse entre todos, ya pagándolos siempre uno, el cual los asigna al fin a prorrateo, ya pagando por turno, sobre todo cuando los desembolsos son insignificantes; en todo caso, se ha de procurar no separarse demasiado de los compañeros de excursión, ni entretener a todos por los negocios o gustos de uno.

¿De qué modo se portará usted en las fondas, hoteles o balnearios? ¿Cuándo podrá usted ofrecer hospitalidad?

En las fondas, hoteles y balnearios se guarda al público que los frecuenta la consideración y atenciones que se merecen, propias de las relaciones de mera ocasión. No se puede uno permitir la libertad de bajar al comedor sin traje de calle; en el salón de lectura se pueden utilizar cuantos libros, periódicos y lecturas decentes haya; pero sin ocupar varios a la vez; las puertas, por regla general, deben dejarse como se encuentran al entrar; y al rendir cuentas, hay que dar propina a la servidumbre, si no está ya cobrado con este fin algún tanto por ciento del total gastado.

Un seminarista rara vez puede ofrecer hospitalidad en su propia casa, porque corresponde hacerlo al jefe de familia, a no ser que se trate de invitar a algún amigo o condiscípulo, previa autorización paterna. Para ofrecer la casa a un huésped, se necesita tenerla en condiciones de poder obsequiarle dignamente, atendida la calidad del invitado; en caso contrario, vale más excusarse, que hacer sufrir molestias al forastero.

¿Cómo se debe tratar a los huéspedes? ¿De qué manera los huéspedes han de comportarse?

A los huéspedes se les debe tratar con el mayor afecto, dedicándoles todas las atenciones posibles: se les preparará una habitación independiente, sin que para esto tenga que cederle la suya el dueño, a no ser que se trate de una persona de muy elevada categoría; en este alojamiento habrá todo el menaje necesario, y los armarios y cajones estarán abiertos y vacíos; si avisa la hora de llegada, se le irá a buscar a la estación, trayéndole en coche; hechas las presentaciones y saludos a la familia, que saldrá a recibirle a la puerta, se le acompaña a su habitación, para que se lave y descanse, dándole toda clase de confianzas, para que obre como en su propia casa; durante la estancia, se le acompañará a todas las partes donde no deba ir solo, y se comunicará aviso de su venida a las personas que tengan interés o gusto en verle, a las cuales se puede también invitar algún día a la mesa, o a cualquiera excursión organizada en obsequio del huésped; le dejaremos en completa libertad para que obre según sus gustos y costumbres; todos los gastos que se hagan, como lavado de ropa, franqueo de correspondencia, billetes de tranvía etc., corren por cuenta del que invita; cuando llegue la marcha, que se procurará dilatar lo que sea prudente, la despedida será tan amena como el recibimiento.

Los huéspedes, a su vez, han de comportarse de manera delicada y agradecida. Ante todo, cuando recibe uno la invitación, ha de pesar bien los motivos que tenga para aceptar, y prever si le podrá sobrevenir algún inconveniente de aquella estancia; con la debida anticipación avisará el día y hora de su llegada, para evitar sorpresas desagradables; durante la permanencia en la casa, corresponderá dignamente a cuantas atenciones le guarden, soportando con paciencia y silencio las molestias que le sobrevengan, y no metiéndose en las intimidades de la familia, cuyos secretos guardará cuidadosamente; debe fijar con anticipación la fecha de su regreso, y antes hacer algún obsequio a la familia, pero que no se dé tal suerte que equivalga al gasto hecho; a la servidumbre se debe recompensar con espléndida propina; y al retornar a su domicilio, se ha de escribir cuanto antes una carta de gratitud y ofrecimientos.

DEFUNCIONES Y LUTOS.

¿Qué se debe hacer en la enfermedad grave de los parientes y conocidos? ¿Qué conducta se observa en los fallecimientos?

En los casos de grave enfermedad, la familia del moribundo debe ante todo avisar a la Parroquia, y hacerlo saber a los parientes y amigos íntimos, poniendo además en el portal una mesa con tintero, pluma y un pliego grande de papel, en cuya cabecera se haga constar el parte facultativo.

Los amigos de la casa se limitarán a firmar en listas o entregar tarjeta en la portería, donde no las haya; los parientes y amigos íntimos que fueren avisados particularmente, subirán a las habitaciones para visitar al enfermo, si el estado del mismo lo permite, y para consolar a la familia, ofreciéndose para cuanto puedan servirles. Deben regularse estas visitas al mismo tiempo por la caridad y la cortesía; pues tienen por fin llevar lenitivo y ayuda, y no han de ocasionar nunca molestias, ni redoblar dolores e inquietudes.

En caso de defunción, después de orar por el eterno descanso del finado y de dar desahogo a los afectos del dolor, moderados por la cristiana resignación, los parientes próximos o amigos íntimos del fallecido le amortajan con las propias ropas o algún hábito religioso; para un seminarista, la mortaja adecuada será su uniforme, y si fuere tonsurado, la sotana y roquete.

Los que hayan sido avisados por la familia se preocuparán de atender a ésta en todo, y de recibir las visitas de pésame de los demás amigos y conocidos, las cuales habrán de ser breves y lacónicas. Para velar el cadáver, sólo se quedarán los parientes y amigos íntimos, a no ser que se trate de un personaje de categoría, al que suelen honrar de esta manera sus subordinados y las entidades favorecidas por él; en todos estos casos, cuando se trate de tomar refrigerio, ha de reinar siempre la gravedad y sobriedad.

 

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