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D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. VIII.

La sociedad estamental española: El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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La segunda gran dificultad que enfrenta la posición universalista es superar la acusación de promover la afectación del comportamiento. El problema de acceder a las buenas maneras vía instrucción o aprendizaje es el de poseer unas maneras afectadas; unas maneras, en definitiva, que no revelan naturalidad, fingidas, rebuscadas, ampulosas o exageradamente ceremoniosas. La afectación saca a la luz la falta de naturalidad de las maneras de dos modos distintos. Por un lado, es un indicio de que éstas son aprendidas y, en consecuencia, carecen de ese halo de "naturalidad" que hacen creíbles y "auténticas" las buenas maneras. Por otro, delata a la persona que desarrolla esfuerzos conscientes por ajustarse a sus dictados revelando tal esfuerzo que las buenas maneras no se han interiorizado y que, por tanto, no son naturales. Y es que la sensación de naturalidad, para el comportamiento en general y para las buenas maneras en particular, es algo que predican todos los autores que se deciden a escribir o a aconsejar sobre estas cuestiones. La afectación, pues, anega las buenas maneras de artificialidad y las desprovee de naturalidad. Tras esa falta de naturalidad puede ocultarse la intención de generar un efecto interesado; algo así como aparentar lo que socialmente no se es. Pensemos en una persona que a través de las buenas maneras pretenda generar la impresión a cuantos le rodean de poseer una condición distinguida que no se corresponde con una posición social igualmente distinguida u honorable; una persona que carece del estatuto legal de distinción, honor y privilegio reconocido por la sociedad estamental. En definitiva, la crítica a la afectación es la crítica al individuo que no siendo de origen nobiliario intenta actuar como si lo fuera. Es una crítica tras la que se sitúa la tradicional defensa por parte de la nobleza del particularismo estamental. Una intención de este tipo es doblemente condenada:

a) Servirse de un comportamiento refinado y distinguido para aparentar lo que socialmente no se es pone en cuestión el ordenamiento natural de la sociedad. Este ordenamiento estipula que las personas queden adscritas a una posición social específica en virtud del nacimiento. Se trata de un ordenamiento de origen extrahumano legitimado, de acuerdo con los teóricos estamentales, por la propia divinidad. Según este ordenamiento, la posición social de una persona es inamovible y debe ser aceptada en tanto cada persona, de acuerdo con su adscripción social, realiza una función imprescindible para el mantenimiento y correcto funcionamiento de la sociedad. Por tanto, el auténtico estado social de una persona no debiera disfrazarse con las maneras propias de alguien encuadrado en una posición social elevada y digna de honores en sentido pleno como ocurre en el caso de la nobleza.

Ese enmascaramiento de la posición social a través de las buenas maneras podría calificarse como un proceso de ostentación anómala (Barber, 1991:161-165). Las buenas maneras están ligadas al estamento nobiliario, que las emplea para desplegar públicamente el grado de honor, prestigio y distinción que reserva para ella el ordenamiento estamental. Servirse de ellas para camuflar la auténtica posición social implica utilizar símbolos de posición social propios de la nobleza. Esa utilización consciente de las buenas maneras como indicador de una posición social que realmente no se posee se efectúa con visos de emular el prestigio, la distinción y la posición social de los nobles. Pero como ya se ha dicho, lo que convierte a una persona en noble es el hecho de haber nacido noble; requisito que queda al margen de la voluntad personal y que de ningún modo puede suplirse haciendo gala de unas buenas maneras pulidas y refinadas.

En la sociedad estamental española, la imagen y cultura nobiliarias fueron patrón de referencia constante para otros grupos sociales. Tal y como señala Carrasco Martínez, "el éxito de lo nobiliario como sistema universal de valores fue incontestable; en todos los ámbitos, las categorías de la nobleza representaban el ideal de éxito" (Carrasco Martínez, 2000:73). La nobleza encarna un modelo paradigmático de honor, distinción y estimación social del que otros grupos sociales mínimamente distinguidos mediante, por ejemplo, el saber o la riqueza, intentarán participar (Maravall, 1979:39). Ese deseo de aparentar ser noble, extendido por todo el escalafón social, se explica por el prestigio de la nobleza aunque también cuentan como razones que explican tal deseo las oportunidades y privilegios de los que goza el noble. Este deseo choca frontalmente con un principio fundamental para el mantenimiento del estamento nobiliario: la no-participación en él de otros grupos sociales. Esa no-participación asegura la pervivencia de la distinción y diferenciación en relación con los restantes grupos; hace único el modo de vida noble. En el ánimo de la nobleza está el no permitir esa participación de cuantos llegan procedentes de estamentos inferiores. Es por ello que el noble rechazará la utilización de las buenas maneras como vía de emulación de su carácter distinguido ya que éstas, en su dimensión de símbolos de posición social y manifestación del honor, se hallan indisociablemente vinculadas a lo nobiliario.

b) Aparentar lo que socialmente no se es no deja de ser una suerte de engaño o mentira que revela una falta de moralidad. Inicialmente, el enmascaramiento de la posición social a través de las buenas maneras es condenado no tanto porque se entienda que la verdad, la autenticidad o la sinceridad sean valores que haya que cultivar. La condena sobreviene por cuanto tal enmascaramiento supone un desacato al orden social estamental. A esto se le añade el hecho de que las buenas maneras, durante gran parte del periodo estamental, van a ser concebidas como elemento inseparable de la rectitud moral. En nombre de esa rectitud serán rechazados la mentira o el enmascaramiento de la posición social. Es preciso que las personas acaten el ordenamiento estamental sea cual fuere la posición que les haya correspondido ocupar. La virtud moral, en el contexto estamental español, no se entiende en un sentido íntimo o individual sino en el sentido de reputación -derivada de la posición estamental ocupada- que se es obligado a mantener frente a los demás. Así, la rectitud moral pasa por la aceptación de la posición social asignada y el mantenimiento de dicha reputación (Maravall, 1979:54).

Cierto es que existen posiciones privilegiadas y no privilegiadas y que, en buena lógica, resultaría más fácil esa aceptación cuando la persona disfruta de privilegios que cuando no disfruta de ellos. Para estos últimos, para los no privilegiados, se acuña el concepto de "consuelo de estado" que recuerda a los hombres que han de asumir el ordenamiento social estamental sin reservas porque su origen es divino y las funciones reservadas a cada estamento, correctamente satisfechas, redundan en el buen estado del cuerpo social. Existen, dentro del periodo estamental, elementos que psíquicamente contribuyen a aminorar la carga que soportan quienes no pertenecen a un estamento privilegiado. Tales elementos proporcionan un honor diferido -y no pleno como el de la nobleza- a los no privilegiados y de un modo u otro hacen por compensar lo gravoso de sus obligaciones. Elementos de esta naturaleza son, tal y como apunté con anterioridad, a) la tendencia a recalcar la dignidad del campesino mediante una vaga "ética del labrador" que lo ensalza como hombre de palabra, austero y puro y b) la reivindicación de la sangre limpia como indicio de supuesta nobleza y, en consecuencia, como elemento de prestigio. Estos elementos pudieran haber atenuado psíquicamente la pesadez de las cargas que tenían que soportar los no privilegiados, quizá hacerlas en algunos momentos más llevaderas, pero nunca las eliminaron. Las cargas derivadas de una posición social no privilegiada no son susceptibles de ser anuladas. El ordenamiento social es de obligada aceptación. Aunque existen maneras de aliviar las cargas que soportan los no privilegiados lo que no es tolerado es el enmascaramiento de la posición social mediante las buenas maneras puesto que dicho enmascaramiento implica el desencadenamiento de procesos de ostentación anómala y una falta de moralidad.

De acuerdo con lo anteriormente expuesto en torno a las dificultades que debe afrontar la posición universalista en el terreno de las buenas maneras, cabe concluir que el debate particularismo-universalismo en un contexto estamental se resuelve a favor de la posición particularista. La sociedad estamental sanciona teológica, jurídica y socialmente la natural desigualdad cualitativa de los seres humanos. Tal estado general de las cosas deja un muy reducido espacio a la idea de igualdad y a todas las consecuencias que de ella pudieran derivarse. La desigualdad en este periodo histórico es un hecho universalmente aceptado; una desigualdad que viene dada por el nacimiento. Utopías igualitarias son únicamente fruto de pensadores aislados y gozan de escasa repercusión en el conjunto social (Domínguez Ortiz, 1974:108). Por añadidura, las críticas que se dirigen al sistema estamental no se encaminan tanto a la abolición del mismo como a la posibilidad de lograr mejor acomodo en él.

Es cierto que existen autores que, por ejemplo, cuestionan el papel de la sangre como vehículo transmisor del honor del que en sentido pleno disfruta la nobleza. Empero, tales autores no reclaman la desaparición de la nobleza sino que solicitan que ésta justifique su reputación y prestigio con arreglo al ejemplo virtuoso que recibieron de sus antepasados (Nota: Una muestra de este cuestionamiento de la sangre lo hallamos en Antonio de Torquemada y sus Coloquios satíricos con un coloquio pastoril (Salamanca, 1533): "Lo que concluyo es que todos somos hijos de un padre y de una madre, todos sucesores de Adán, todos somos igualmente sus herederos en la tierra, pues no mejoró a ninguno ni hay escritura que de ello dé testimonio; de lo que nos hemos de preciar es de la virtud, para que por ella merezcamos ser estimados, y no poner delante de la virtud la antigüedad y nobleza del linaje, y muy menos cuando nosotros no somos tales que nos podemos igualar con los antepasados porque, como dice San Agustín, no ha de seguir la virtud a la honra y a la gloria, sino ellas han de seguir la virtud". Citado en Maravall (1979:48)).

 

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