Del aseo en el vestir
El vestir ha de ser en las personas según su estado y circunstancias. Su régimen es la fortuna y conciencia en el modo de proceder
Del aseo en el vestir
Aquella urbanidad
Decía el profesor don Pablo Espel y Comas, en su libro "Lecciones progresivas de urbanidad", editado en Barcelona en 1989, que "el vestir ha de ser en las personas según su estado y circunstancias. Su régimen es la fortuna y conciencia en el modo de proceder. Su aseo no depende necesariamente de llevar nuevos y engalanados vestidos, sino también de que, estando éstos rotos y marchitados, se arreglen con esmero; y el modo de vestir, que no se oponga al poderío de cada uno y según el lugar que representa". Los esfuerzos del señor Espel y Comas por mantener a cada miembro de la sociedad "en su sitio" no parecen haber sido coronados por el éxito. Los nietos de los que fueron sus educandos comprobamos hoy hasta qué punto son engañosas las apariencias que en su forma de vestir ofrecen las personas.
Siendo la urbanidad la enseñanza de aquello que "se hace" o se cree que se hace, es ciencia particularmente difícil en una época en que se hacen tantas y tan contradictorias cosas que toda generalización es imposible, ¿Cuál no sería el asombro y escándalo de nuestro don Pablo si levantara la cabeza y viera "lo mezclado que está todo", y cómo desea el rico pasar por pobre y el pobre por rico?
¿Cómo reaccionaría al ver no sólo la "discreción pisoteada" sino también -¡Oh, tiempo, oh costumbres!- la "inmodestia triunfante" sobre la compostura que él enseñó?; ¿qué pensaría al comprobar cómo los modernos, en número creciente, aparecen endomingados en los días laborables mientras frecuentan vestidos de trapillo los salones en los días de fiesta? La visión de estas cosas le devolvería a la tumba pero antes, aún tendría tiempo para compadecer a los modernos cultivadores de su disciplina.
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Pero la confusión de los antiguos no podría hacernos desistir a nosotros de acometer el compendio de la urbanidad de hoy. Y comenzaremos por el vestido, que es la más patente manifestación de la educación de una persona. Y, en seguida, un principio parece poder enunciarse en la urbanidad del vestido. Y es que, aparte de su función de cubrir las desnudeces del hombre arrojado del Paraíso, el vestido sirve ante todo en nuestros días para disimular lo que realmente se es.
Los notables cambios en el vestuario
Si en tiempos el señor tuvo a gala vestir de señor y el criado de criado, hoy vemos lo contrario. Y el abuso ha llegado a tanto -no se extrañe el lector de que me indigne; es tradición en la asignatura- que se puede establecer la regla, con todas las matizaciones necesarias, de que la riqueza ha de buscarse hoy más en las hirsutas apariencias que en la atildada compostura.
El principio merece una explicación. Aún hay pobres, y muchos, que visten de pobre. El problema de los pobres es no poder alcanzar lo que desean. Y aún hay ricos que visten de ricos porque no saben que eso ya no se lleva. Pero la verdadera urbanidad de hoy manda que el pobre se supere a sí mismo vistiendo el atuendo que él piensa que han de llevar los ricos, mientras el rico tenga en su vestuario, junto a opulentos ternos que apenas usa, trajes que denoten un si es no es de pobreza.
La "sencillez", la "naturalidad" son notas distintivas de la elegancia de los ricos al paso que el ostentoso farde suele ser señal de modernas estrecheces. Los banqueros, "damas del Ropero" de la nueva sociedad española, conocen muy bien esta sencilla regla y la aplican sabiamente cuando les solicitan créditos.
La "sencillez", la "naturalidad" son notas distintivas de la elegancia
Del abandono de la ostentación entre los ricos de bolsa y/o de cuna da buena muestra el creciente desuso de prendas como el smoking o el chaqué, que a lo mejor empiezan a verse en bodas o fiestas de barrio. Otro indicio es el total abandono del sombrero entre hombres. A este propósito se cuenta la divertida anécdota del sombrerero madrileño que, después de la guerra española, cuando había comenzado ya la "plaga" del sinsombrererismo, puso en su escaparate un anuncio que decía: "Los rojos no llevan sombrero. Nosotros, sí".
Otra señal inequívoca es el triunfo del marrón en estos años en la moda masculina. El color marrón era antes color de pobre. Quienes vivieron los años cuarenta y cincuenta saben lo verosímil que suena la anécdota del pobre que se presenta en una casa y dice: "Mire a ver si me puede dar algún traje viejo, aunque sea marrón". Pues bien, en años más recientes, el marrón, matizado en Italia, ha escalado el trono de la moda, aunque recientemente parece haber perdido la primacía en ante el imperioso regreso del azul marino.
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