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Deberes para consigo mismo. Hacerse una persona educada.

Después de los deberes para con Dios, los más sagrados y trascendentales que tiene cualquier hombre, son los deberes para consigo mismo.

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Después de los deberes para con Dios, ¿cuáles son los más sagrados que tiene el hombre? ¿Qué deberes tiene usted para con su propia alma? ¿Cómo puede el hombre purificar su alma?

Después de los deberes para con Dios, los más sagrados y trascendentales que tiene cualquier hombre, son los deberes para consigo mismo. Aunque haya personas a quienes esté muy obligado, el deber de mirar por mí en las cosas necesarias prevalece sobre toda cortesía por derecho natural; tengo un alma que salvar, tengo un cuerpo que conservar sano y decente, y he sido llamado por Dios a una vocación altísima, a la que debo corresponder, todo lo cual engendra una serie de deberes para conmigo mismo.

Los deberes que tengo para con mi alma pueden reducirse a tres: purificarla, santificarla e instruirla. No será deber el conservarla, porque es inmortal; ahora que, habiendo sido elevada por la misericordia de Dios al estado de gracia santificante, puedo fácilmente perder esa vida sobrenatural por el pecado, y el conservar esa vida de la gracia es el primero y más grave de mis deberes, porque, como dijo el mismo Jesucristo: "¿De qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?".

Para purificar las almas redimidas con el Bautismo de sus caídas y reatos de pecado estableció nuestro Divino Salvador el sacramento de la Penitencia, y a él debo acudir siempre que tenga la desgracia de caer en falta grave.

Así como cuando doy con mi cuerpo en tierra y me enlodo sería una grosería lamentable permanecer mucho tiempo sucio y presentarme de ese modo en sociedad, así también sería una falta y una temeridad muy grave dilatar por largo tiempo la purificación de mi alma, y llegaría a ser horrendo sacrilegio el acercarme en pecado a recibir al Señor.

¿Tiene usted obligación de santificar su alma? ¿Qué prácticas le impone el deber de instruirla?

Tengo obligación de santificar mi alma como simple fiel cristiano, y mucho más como seminarista. A todos los hombres dio Dios su precepto de amarle sobre todas las cosas y está en esto la cima de la perfección; pero además, debo aspirar a llegar hasta ella, porque pretendo ser Ministro del Dios tres veces santo, oficio sagrado que requiere la santidad más elevada; para alcanzar esta suma perfección del alma, debo arrancar de ella con la mortificación todas las imperfecciones, e irla adornando y avalorando con la adquisición de las virtudes cristianas.

El deber de instruir a mi alma me impone la tarea del estudio y la investigación de las verdades, y el aprovechar toda ocasión propicia para adquirir conocimientos. Mi inteligencia está sedienta de verdades, y seré muy cruel e insensato para conmigo mismo, si no doy al trabajo intelectual todo el tiempo que pueda, sobre todo si voluntariamente pierdo el tiempo de estudio y aun el tiempo libre que con facilidad podría emplear en adquirir nuevos conocimientos.

¿Cuáles son los principales deberes que tiene el seminarista para con su vocación? ¿Cómo conocerá usted que tiene vocación al sacerdocio? ¿Debe usted estimar en mucho su vocación?

Los principales deberes que tiene todo seminarista respecto de su vocación son: conocerla, estimarla, cultivarla, preservarla y fomentarla. Cada hombre tiene unas aptitudes especiales, que deben tenerse muy en cuenta para la elección de estado, y de que ésta sea o no acertada depende las más de las veces la felicidad temporal y la eterna.

La vocación al Sacerdocio consiste en el llamamiento de los que sean aptos para recibir los Ordenes Sagrados, que les hace el propio Prelado en nombre de Dios; por tanto, al ser admitido en el Seminario, tengo ya esa vocación inicial a la que debo corresponder libre y conscientemente, para lo que he de ir estudiando con calma y seriedad mi inclinación y correspondencia a ella, poniendo tan grave asunto en manos de mi Director espiritual, para el foro interno, y del señor Rector de mi Seminario, para el foro externo; los días de Ejercicios Espirituales son el tiempo más oportuno para hacer estos exámenes y consultas sobre la vocación.

Debo estimar en mucho mi vocación al Sacerdocio, porque no hay otra más alta sobre la tierra: me hará llegar a ser Ministro de Dios y otro Cristo, el cual vendrá del cielo a ponerse en mis manos, obedeciendo a mi voz; los hombres me mirarán como a su maestro, su médico, su juez, su intercesor y su padre; me hallaré revestido de fortaleza singular, gracias celestiales y poderes extraordinarios que no fueron concedidos por el Altísimo ni a sus propios Angeles.

Sería ridículo que yo me avergonzara de ser y parecer seminarista, contentándome con pasar y ser tenido como un simple estudiante; si así obrara, los que lo supieran se reirían de mi cobardía e incultura.

¿Qué medios puede usted emplear para cultivarla? ¿De qué peligros ha de procurar preservarse el seminarista? ¿Tiene usted que preocuparse de fomentar en otros la vocación al Sacerdocio?

Para cultivar mi vocación sacerdotal y procurar que arraigue más y más en mi alma, he de darme muy de lleno a la vida de oración y estudio, fomentar el espíritu eclesiástico, tomar parte activa en las funciones litúrgicas y leer libros en que se expongan las grandezas del Sacerdocio.

Todo buen seminarista ha de precaverse y preservarse de los peligros y lazos que constantemente le tienden los enemigos del alma, el demonio, el mundo y la carne, que al mismo tiempo son enemigos de la vocación sacerdotal. El mundo me presentará malos ejemplos y desacertados consejos, aun de personas, al parecer, dignas y discretas; el demonio me sugerirá dudas y torcidas ambiciones; la carne me pedirá deleites ilícitos y funestas holganzas, y aun muchas veces en el cumplimiento de las reglas de cortesía mundana puedo hallar graves peligros contra mi santa vocación.

Tengo, además, que preocuparme de fomentar en otros la vocación al Sacerdocio, porque ésta es la mejor manera de demostrar a Dios mi gratitud por su llamamiento y al mismo tiempo es uno de los medios más eficaces para perseverar en él.

¿Qué deberes tenemos para con nuestro cuerpo? ¿Cuáles son los cuidados que ha de tener usted para con su cuerpo? ¿Qué razones hay para cuidar de la limpieza corporal?

Como nuestro cuerpo es un don que hemos recibido del Supremo Autor y Señor de todas las cosas para que con él le sirvamos y, mediante esto, alcancemos nuestro último fin, todos hemos de preocuparnos de dar gracias a Dios por él, conservarle y contribuir a su desarrollo y perfección.

Estos cuidados especiales que debo tener para con mi cuerpo son: procurarle una alimentación suficiente y nutritiva; facilitarle el desarrollo de sus miembros con el ejercicio metódico y la práctica de la gimnasia; atender a la conservación de su salud evitando y curando las enfermedades, y cuidar de su limpieza y decente ornato. El dedicar por las mañanas, al levantarse, cinco minutos a practicar evoluciones gimnásticas, según lo prescriben los métodos modernos, es muy recomendable para conservar la salud y facilitar el crecimiento integral.

Hay razones muy poderosas para cuidar de la limpieza corporal, ya que sin ella la misma salud podría correr peligro; además, con ella nos hacemos gratos a Dios y a los hombres, pues muchos lugares se encuentran en la Sagrada Escritura alabando la pobreza y la limpieza, mas no hay ninguno en que se encomie la suciedad; y respecto del mundo, de nada suele éste pagarse tanto como de la pulcritud. Es también cierto que poco o nada podremos poner de nuestra parte para aumentar nuestra belleza y perfección corporal; pero el aseo es algo que está siempre en nuestra mano y que todos estiman.

¿Cómo ha de procurar usted la limpieza de su cuerpo? ¿De qué modo debe efectuarse la limpieza de las diversas partes del cuerpo: cabeza, boca, barba, manos y pies?

Debo cuidar de la limpieza de todo el cuerpo por medio de los baños, que procuraré tomar en invierno al menos cada quince días, y en verano con mayor frecuencia, según me aconseje el médico. Suele recomendarse más bien la ducha que los baños en pila, y, en general, los baños de inmersión deben ser cortos en la duración y en el número. La limpieza del cuerpo es recomendable no sólo por urbanidad e higiene, sino hasta por moralidad.

LA CABEZA, requiere un aseo especial: cada día, al levantarme, lavaré con agua a la temperatura ordinaria y jabón, por lo menos, la cara, orejas y cuello; si la decencia del lugar lo permite, es recomendable que este lavado se extienda también a los brazos, pecho y espalda; en seguida, procederé al aseo del pelo, peinándome bien diariamente y lavando con jabón toda la cabeza al menos una vez por semana, si la caspa no exigiese mayor frecuencia; el uso de cosméticos y perfumes es reprobable higiénica y moralmente.

Los peinados a la moda, cualquiera que sea ésta, dan siempre carácter mundano y son indignos del buen seminarista: llevar el pelo corto, pero decentemente arreglado, es lo más serio y digno. San Agustín decía: "Capillos nec spargat negligentia, nec componat industria".

LA BOCA, debe lavarse también diariamente, aunque no es preciso que se haga después de cada comida. No es digno enjuagarla en la misma mesa y hacer buches con agua al terminar de comer, ni tampoco es preciso usar de palillos o limpiadientes; mas, en caso de hacerlo, se ha de procurar que éste sea siempre nuevo y no retenerlo en la boca, ni en la mano, más tiempo del imprescindible. Aunque la limpieza de la boca es recomendada por todos para evitar caries y hedores, no coinciden los doctos en aconsejar el uso de dentríficos y cepillos de dientes, pues con éstos dicen que se destruye el esmalte si no son muy suaves; lo más recomendable es limpiarles con un enjuagatorio antiséptico y una toalla reservada para el caso.

LA BARBA Y CORONA debe cuidarse de que estén siempre bien afeitadas, rasurándolas cuantas veces a la semana sea preciso, sobre todo en los días en que haya de tomar parte en actos públicos religiosos o literarios, y también siempre que se hayan de hacer o recibir visitas. Es lo laudable, higiénico y cómodo afeitarse uno a sí mismo: muchos suelen hacerlo a diario, al mismo tiempo que se asean por la mañana.

LAS MANOS, necesito tenerlas siempre limpias, aunque sea preciso para ello lavarlas varias veces al día; sobre todo he de cuidar de hacerlo antes de comer, y si he tocado alguna inmundicia o visitado algún enfermo. Respecto de las uñas, habré de preocuparme de cortarlas, estando a solas, al manos cada semana, y de quitar diariamente toda la suciedad que pudiera haber en ellas.

En un clérigo o seminarista resultaría escandaloso adornar los dedos con sortijas y someterse a los cuidados de un manicuro; pero también es repugnante llevarles coloreados por el tabaco y ennegrecidos por la desidia. Respecto de las enfermedades y lacras propias de la juventud en los países fríos (como grietas, sabañones, etc.), ha de ponérseles oportuno remedio, y no servirse de ellas para descuidar la limpieza, que es uno de los más eficaces medios para combatirlas.

LOS PIES, requieren también una esmerada limpieza; debo lavarlos lo menos una vez a la semana en invierno y casi diariamente en verano, y he de cortar las uñas y callosidades siempre que sea conveniente. Los alumnos de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y de algunas otras casas de educación acostumbran a lavarse los pies cada mañana con agua a la temperatura ordinaria, y esto es lo más recomendable contra la excesiva transpiración y malos olores.

¿Qué faltas de Urbanidad suelen cometerse en lo tocante a la limpieza corporal? ¿Qué me dice usted del uso del tabaco?

Son faltas de Urbanidad en lo tocante a la limpieza: hacer públicamente toda operación que resulte repugnante, como rascarse la cabeza, limpiarse con los dedos el interior de la nariz o del oído, morderse o cortarse las uñas, limpiarse la boca con las manos después de toser o estornudar, enjugarse el sudor o expeler mucosidades sin usar de pañuelo, presentarse ante otros con las manos manchadas de tinta, lavarse con agua ya utilizada por otro, etc.

El uso del tabaco es algo que en general está prohibido por la Medicina y por la Higiene; y que, además a los clérigos y seminaristas suele estar vedado en todos los centros de formación, al menos en hacerlo públicamente, y lo mismo puede decirse del rapé. Cuando se use, tanto el uno como el otro, se ha de cuidar que no cause repugnancia ni escándalo en los que hayan de percibir sus efectos.

¿Cuál es el fin y uso que debe hacerse del vestido? ¿Qué prendas interiores han de usarse?

Como el fin del vestido no es sólo proporcionar al cuerpo el necesario abrigo, sino velar por la honestidad y manifestar el respeto que debo a los demás, he de procurar ponerme siempre la ropa suficiente para resistir a los cambios de temperatura; que las prendas sean de materia y forma corrientes; que esté dignamente confeccionado el traje, sin roturas ni suciedades; y que todo el conjunto no desdiga de un aspirante al Sacerdocio.

Se pueden distinguir tres clases de prendas: interiores, exteriores y de uniforme, y conviene estar lo suficientemente surtido de ellas para poder mudarlas cuantas veces lo exijan la limpieza y las relaciones sociales, pues puede muy bien un traje ser decente para uso privado y no estar presentable en actos de alguna etiqueta.

Las prendas interiores han de acomodarse al uso regional y a las necesidades individuales. Suele usarse: camisa, camiseta, calzoncillos, medias o calcetines, pañuelos, cuello y puños; el color y forma es indiferente, aunque se recomienda el blanco, sobre todo para las piezas visibles, menos las medias o calcetines, que deben ser negros.

A estas prendas puede añadirse el traje de dormir y el traje de baño, que se recomienda sean de la forma más honesta posible. Cada una de estas piezas, aunque sean interiores, deben estar presentables y sin roturas, para evitar que por cualquier descuido se vea la carne tras ellas; además, conviene tenerlas marcadas con las propias iniciales, y cuidar de que tengan completos sus botones y cintas.

El traje exterior, ¿de qué se compone? ¿Cuándo y cómo ha de usar usted el uniforme?

El traje exterior de paisano ordinariamente se compone de sombrero o gorra, chaqueta, corbata, pantalones y zapatos; a lo que suele añadirse en invierno más abrigo. Las diversas temperaturas pueden permitir que se aligere la calidad de la ropa, pero no el suprimir el uso de dichas prendas: sería una grosería presentarse en sociedad o en la calle descubierto, sin corbata o en zapatillas; también es descuido lamentable llevar el calzado sin atar o ajustar.

Respecto al color, para los seminaristas, es recomendable que sea negro y en algunas diócesis así está preceptuado. Dentro de casa puede sustituirse la chaqueta por una bata o guardapolvo; mas siempre se ha de estar presentable ante una visita imprevista. El calzado debe ser holgado a fin de evitar molestias en los pies, y se ha de cambiar cuando esté humedecido por la lluvia o el sudor.

El uniforme es el traje preceptuado como de comunidad; he de tenerlo completo y en buen uso, para lo cual debo estar provisto de dos prendas, por lo menos, de cada clase, una para los días ordinarios y otra para los días de fiesta y casos de necesidad.

El aprecio en que tenga mi uniforme y el respeto con que lo trate demostrarán, no sólo mi buena crianza, sino el amor y estima que tengo de mi vocación. Durante mi permanencia en el Seminario, debo usar en todos los actos el uniforme preceptuado para cada cual y aunque haya de jugar,. correr, etc., no me desabrocharé ni levantaré la sotana, de modo que pueda verse la ropa interior.

¿Qué reglas ha de observar al vestirse y desnudarse? ¿Qué cuidado y limpieza requiere la ropa?

Al vestirme y desnudarme he de observar las reglas que dictan la modestia y la buena educación: siempre que haya de cambiarme alguna prenda de vestir, procuraré hacerlo a solas o, al menos, con el mayor recato posible, dejando lo que me quito bien doblado o colgado de la percha; al acostarme y levantarme he de procurar, aunque esté sólo, conducirme con tanta delicadeza y modestia como si me estuvieren mirando otros, porque al menos Dios me ve y junto a mí tengo al Angel de la Guarda; al quitarme la ropa, no la dejaré tirada por el suelo, ni en revuelto desorden, sino colgada en la percha o bien doblada en una silla junto a la cama; y en el mismo lecho he de procurar que las sábanas cubran todo mi cuerpo, metiéndolas debajo del colchón, al menos por la parte de los pies, para que no se caigan con los movimientos inconscientes del cuerpo y dejen a éste al descubierto.

En los dormitorios de salón corrido, sin cortinas, es donde más recato se requiere y donde se ha de ejecutar por parte de todos la virtud de la modestia en su más alto grado; en tales casos conviene que todos se despojen de la ropa de cara hacia la pared y que nunca se muden las prendas interiores fuera del lecho; allí es donde todos han de ser mutuamente Angeles de la Guarda, que sirvan de garantía al común recato.

La ropa interior debo cambiármela, al menos, cada semana, y las medias con más frecuencia, si es mucha la transpiración de los pies, y siempre que me la ponga limpia he de cuidar de que no tenga rotos ni le falten las cintas o botones necesarios.

En la ropa exterior no puede exigirse el lavado, pero sí la limpieza y aseo; para esto, cada día, antes de vestírmela, la cepillaré con atención, quitando cuando sea preciso las manchas y dando a coser o arreglar lo que fuere necesario; también he de cuidar de usarla con discreción, no poniéndome lo nuevo a todas horas, pues así nunca tendría ropa presentable.

El calzado procuraré que esté siempre limpio, dándole de betún cuantas veces fuere necesario, y por lo menos un par de veces por semana, además de pasarle el cepillo especial todos los días; está permitido poner a las botas medias suelas y tacones de goma y usar chanclos en los días de lluvia, pero no se debe tolerar que esté el calzado descosido, ni la suela con grandes deterioros que dejen pasar la humedad.

En todo lo que atañe a la limpieza y ornato exterior, ha de cuidarse de huir de dos extremos: el refinado acicalamiento de los petimetres y la sucia desidia de los haraganes; el llegar en la limpieza al ridículo de los perfumes y el tolerar que llegue nuestra suciedad a provocar la repugnancia de los transeúntes. Decía San Gregorio: "Ornatus et sordes pari modo fugiendae sunt".

¿A qué otros objetos usuales deben extenderse las normas de Urbanidad?

El cuidado y esmero que pongo en el aseo y conservación de mi indumentaria se ha de extender también a todos los demás objetos de uso personal. El paraguas debo conservarlo siempre limpio y he de sacarlo de casa tan sólo en los días lluviosos, pues sería ridículo utilizarle también como quitasol; cuando lo lleve en la mano, no debe ir plegado ni enfundado, como ha de estar en casa, y al tener que dejarlo para entrar en cualquier domicilio, cuidaré de ponerlo en el paragüero o, si el edificio es público, en el lugar destinado a ellos en la portería, mediante consigna, dando una propina al recogerlo.

El bastón es un objeto más bien de lujo que de necesidad y no está bien en manos de un seminarista a no ser en caso de largas excursiones. El reloj es hoy muy corriente y cómodo usarlo; cuídese de no juguetear con él, y de no darle cuerda en momentos inoportunos, como sería estando en visita, en la capilla, en la clase, etc.

La cartera y el portamonedas resultan muy prácticos y corrientes; sería ridículo y hasta peligroso que abultaran demasiado, como también son poco prácticos, si no hay orden en los papeles, datos y aun monedas que contengan. La navajita, lapicero y demás objetos menudos de uso particular ha de procurarse que estén limpios, que sean decentes y que no desdigan de un seminarista.

Los libros y cuadernos pueden dar una idea bastante exacta de la fina educación del que los usa; desdice de un estudiante tenerlos mal conservados, picoteados y llenos de letreros o monigotes; los más usuales conviene conservarlos bien forrados, pero no se debe emplear para esto papel de revistas o encuadernaciones de otros libros, porque quien tal hace no manifiesta grande amor a la cultura.

¿Cómo ha de comportarse usted en los diversos lugares de uso personal: habitación, dormitorio, etc?

En los lugares destinados a mi uso personal debo demostrar la buena educación que he recibido, procurando que reine en ellos la decencia y el orden. En mi habitación particular todo debe estar pulcro y en su debido lugar; no puede faltar algún Crucifijo, ni una imagen o cuadro de María, y en modo alguno he de consentir que haya ningún cromo o grabado indecoroso; la mesa ha de conservarse siempre ordenada, incluso en los cajones; la ropa, bien guardada en la cómoda o armario; y todo esto, tanto si se trata de mi domicilio solariego, como de mi habitación del internado.

En la alcoba he de redoblar la ventilación y limpieza; la cama debo tenerla, o bien hecha, o decentemente doblada su ropa; en la mesilla es indispensable orden y pulcritud; el calzado y las prendas de vestir procuraré que estén colocados en su respectivo sitio; y no he de consentir que haya por mucho tiempo aguas sucias de ninguna clase, ni plantas, ni flores, que vicien el aire.

Sobre el modo de portarme en otros sitios más secretos, me atendré a lo que dice el Padre Gambrón, S.J.: "Aquellos lugares que están destinados a un uso general, y en los cuales el hombre se encuentra sin testigos, merecen del joven bien nacido, no sólo una conducta llena de recato, sino también un cuidado que jamás puede ser nimio; pues nada hay con que podamos ofender y molestar tanto a los que han de acudir al mismo sitio, como la repugnancia que se causaría con ciertos descuidos y la insolencia y procacidad que revelarían ciertos escritos".

¿Puede denotar la compostura exterior nuestra buena educación?

La compostura exterior puede dar claros indicios de buena educación, pues los diferentes gestos, posiciones y movimientos del cuerpo dan a la persona expresión y carácter peculiares y a veces revelan las disposiciones intimas del alma.

Este es un hecho que la experiencia confirma a todas horas, y hasta figura reconocido en los Sagrados Libros: "Por su aspecto se descubre el hombre y por su semblante el prudente. El vestir, el reir y el andar denuncian lo que hay en él". (Eccl., XIX, 26-2).

¿Debe usted tener cuidado especial de guardar siempre digna compostura? ¿En qué posición debe usted tener ordinariamente su cabeza, cuerpo y miembros?

Como la apostura es el resultado de todos esos movimientos y posiciones, debo tener cuidado especial de regularla según las normas que dicta la Urbanidad, y según lo requiere la dignidad del Sacerdocio a que aspiro. La Iglesia ha exigido siempre de sus clérigos que su comportamiento exterior revele gravedad, recato y piedad; el mismo Concilio de Trento dice: "Sic decet omnino clericos, in sortem Domini vocatos vitam moresque suos omnes, componere, ut habitu, gestu, incessu, sermone, aliisque omnibus rebus nihil nisi grave, moderatum ac religione plenum prae se ferant".

Para adquirir el hábito de una apostura digna, procuraré tener la cabeza siempre recta: aunque no permanezca inmóvil, sus movimientos serán naturales y suaves, sin afectación ni rapidez. Dicen que la cabeza inclinada hacia delante significa benevolencia; cuando se abaja, humildad,; estando recta, firmeza: elevándola hacia atrás, soberbia y blandura o piedad, al inclinarse suavemente hacia los lados.

El tronco del cuerpo ha de estar habitualmente recto, pues de lo contrario se pueden contraer enfermedades peligrosas y se adquieren posiciones ridículas.

Los brazos y las manos no pueden admitir regla fija, porque depende de la posición del conjunto. El cruzarse de brazos, llevar las manos entrelazadas por detrás del cuerpo o tenerlas metidas en los bolsillos, no son posiciones admitidas en sociedad.

¿Cuál debe ser la expresión de su rostro y ademán? ¿Cómo ha de portarse usted cuando esté de rodillas, sentado, de pie o andando?

La expresión del rostro dicen que es un reflejo del alma, por lo que ha de acomodarse a las circunstancias e impresiones del momento. He de procurar que mi rostro esté ordinariamente tranquilo, serio, bondadoso y siempre modesto, evitando contorsiones grotescas y gestos rápidos.

La vista debo vigilarla de un modo especial, para que no se derrame hacia todas partes con grave peligro de mi alma; lo mismo que he de cuidar de mirar con recato a mi interlocutor, y no tener siempre los ojos clavados en él, ni mirarle de hito en hito. El ademán me ha de servir para dar expresión a lo que digo; pero he de emplear movimientos suaves, sencillos y nobles; el exceso de acción y continuo manoteo es ridículo y descortés.

Aunque en los tratados de Declamación se dan muchas reglas para regular estas acciones, la más práctica de todas es obrar con naturalidad, sin encogimientos ni exageraciones pues esto depende mucho de la índole personal y no pocas veces se ven declamadores más expresivos en la calle que en la tribuna.

La postura más irreprochable he de procurar tenerla estando de rodillas, ya que tal posición es la que expresa mi veneración hacia Dios: debo estar de hinojos con las dos rodillas, pues el hacerlo con una tan sólo es postura militar y mundana; no he de cruzar los pies, ni estarlos moviendo continuamente; si utilizo reclinatorio, puedo apoyar en él las manos y aun los brazos cruzados; pero de ningún modo ha de descansar allí todo el peso del cuerpo, ni he de sostener la cabeza con las manos ni tampoco dejar que estén los pies suspendidos en el aire, sin tocar el suelo con las puntas.

En caso de tener que hacer tan sólo genuflexión, ya sea sencilla, ya doble, debo volver la cara al sitio donde está reservado el Santísimo Sacramento y practicarla con toda gravedad, por ser los honores que tributo a mi Dios, diciendo interiormente algún acto de fe o jaculatoria.

Cuando esté sentado, por regla general tendré las piernas verticales, formando ángulo recto en las rodillas, las cuales no han de estar ni muy entreabiertas, ni forzadamente juntas; los pies deben, a ser posible, tocar en el suelo, formando un ángulo cuyo vértice sean los talones. Cuidaré siempre de no poner una pierna sobre otra, ni apoyar los pies en los travesaños, ni tampoco balancearme, a no ser que me siente en una mecedora; pero aunque alguna vez en la intimidad o estando a solas me tome estas libertades, he de hacerlo siempre con la mayor modestia posible y procurar no contraer hábito.

Cuando haya de estar parado a pie firme tendré los pies algo separados, formando ángulo abierto, pero en igual línea; las piernas han de estar rectas, sin rigidez forzada y sin cargar el cuerpo más sobre una que sobre otra: no debo inclinarme hacia delante, ni hacia atrás, como tampoco balancearme o apoyar la espalda en la pared o en los muebles, y las manos no han de cruzarse nunca por la espalda.

Andando he de evitar tanto la precipitación como la calma; el correr sólo puede permitirse en los recreos, y ordinariamente no puede autorizarlo la prisa, ni siquiera dentro de casa; el andar hacia atrás es sólo tolerable cuando se pasea en grupo por galerías estrechas y sin obstáculos; si se usa bastón, debe emplearse con gravedad, para apoyo, no para juego.

¿Qué defectos suelen cometerse en la postura?

Además de los defectos indicados,. suelen cometer otros muchos los mozalbetes y petimetres, tales como tomar actitudes provocativas, apoyar los brazos sobre el interlocutor o moverlos acompasadamente al andar, taconear o arrastrar los pies, sentarse poniendo el respaldo de la silla a la inversa o poniendo los pies encima del propio asiento u otro próximo, llevar ambas manos en los bolsillos del pantalón o debajo de los sobacos, frotar las manos, hacer crujir las articulaciones. etc., etc.

 

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