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Discurso de Su Santidad, Juan Pablo II, Miembros del Cuerpo Diplomático Acreditados ante la Santa Sede, 13 de Enero de 1.990.

Discurso de Su Santidad, Juan Pablo II, Miembros del Cuerpo Diplomático Acreditados ante la Santa Sede, 13 de Enero de 1.990.

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Excelencias,

Señoras,

Señores:

1. A todos vosotros, a los pueblos y a los gobiernos a los que representáis, así como a vuestras familias, os presento mis más cordiales deseos de felicidad y de prosperidad para el año que acaba de comenzar. Estas intenciones se convierten en oración, pidiendo a Aquel que "se hizo carne" y "puso su Morada entre nosotros" (cf. Jn 1, 14), que os bendiga y que haga fructificar vuestro trabajo al servicio de la comprensión entre los hombres, reconfortando a quienes, entre vosotros, sienten angustia o atraviesan un momento de prueba.

Satisfacción por Polonia.

2. Quisiera repetir de nuevo a los diplomáticos recientemente acreditados ante la Santa Sede mi alegría al acogerlos, así como cuánto esperamos de su colaboración, tanto mis colaboradores como yo mismo.

Igualmente, hago notar con satisfacción la presencia entre vosotros del embajador de Polonia, país que, tras un largo paréntesis, ha reanudado sus relaciones diplomáticas con la Santa Sede.

3. Finalmente, quiero agradecer cordialmente a vuestro decano, el embajador de Costa de Marfil, quien, con su habitual delicadeza, se ha hecho intérprete de vuestros pensamientos y deseos. Junto a los acontecimientos positivos, frecuentemente inesperados, que han marcado la actualidad internacional del año pasado, Usted, señor embajador, ha mencionado los esfuerzos de la comunidad internacional por remediar las crisis y las situaciones de injusticia sufridas todavía hoy por demasiados pueblos, con frecuencia los más desfavorecidos. Os agradezco el sincero aprecio que acabáis de manifestar hacia la actividad de la Iglesia católica y de esta Sede apostólica, quienes, mediante la difusión del mensaje evangélico, se esfuerzan por contribuir de forma específica a la causa de la justicia y a la búsqueda de la paz.

La Iglesia y la unión de la familia humana.

4. Señoras y señores, vuestra presencia manifiesta de forma clara que, para los pueblos a los que pertenecéis y para sus dirigentes, la Iglesia y la Santa Sede no son ajenas a sus realizaciones y a sus esperanzas, y menos todavía a los problemas y a las adversidades que jalonan su camino. Vosotros conocéis, y sois testigos directos, que la presencia de la Iglesia en el mundo y la acción diplomática de la Santa Sede en particular quisieran contribuir a fortalecer y a completar la unión de la familia humana. Recordad lo que a este propósito declara la Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II: "Como, en virtud de su misión y naturaleza, la Iglesia no está ligada a ninguna forma particular de cultura humana o sistema político, económico o social, puede ser por esta universalidad peculiar el lazo que estreche íntimamente a las diversas comunidades y naciones, siempre que ellas confíen en la Iglesia y reconozcan realmente su auténtica libertad para cumplir esta misión que le es propia" (n. 42).

Grandes transformaciones en muchos países.

5. En razón de esta solicitud e interés por el bienestar espiritual y material de todos los hombres, la Santa Sede ha acogido con satisfacción las grandes transformaciones que, en especial en Europa, han marcado recientemente la vida de diversos pueblos.

La irreprimible sed de libertad allí manifestada ha acelerado los cambios, haciendo caer los muros y abrirse las puertas a una velocidad de verdadero vértigo. Además, como sin duda ya lo habréis advertido, el punto de partida o el de encuentro con frecuencia ha sido una Iglesia. Poco a poco las velas se han encendido hasta formar un verdadero camino de luz, como diciendo a quienes durante esos años han pretendido limitar los horizontes del hombre a esta tierra, que éste no puede permanecer indefinidamente encadenado. Ante nuestros ojos parece renacer una "Europa del espíritu", al filo de los valores y de los símbolos que la han labrado, de "esta tradición cristiana que une a todos sus pueblos" (Alocución al Congreso para el V centenario del nacimiento de Martín Lutero, 24 de marzo de 1984).

Aun constatando esta feliz evolución que ha llevado a tantos pueblos al reencuentro de su identidad y de su igual dignidad, no hay que olvidar que nada está definitivamente conseguido. Las secuelas de la segunda guerra mundial, puestas en marcha hace cincuenta años, incitan a la vigilancia. Las seculares rivalidades siempre pueden reaparecer, los conflictos entre las minorías étnicas pueden inflamarse de nuevo y los nacionalismos exacerbarse. Por todo ello, es necesario que una Europa, concebida como una "comunidad de naciones" se afirme sobre la base de los principios tan oportunamente adoptados en Helsinki en 1975 por la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa.

Confianza entre los pueblos.

6. Esta Conferencia terminó por imponer la convicción fundamental de que la paz del continente depende no sólo de la seguridad militar, sino también -y puede ser que sobre todo- de la confianza que cada ciudadano debe poder tener en su propio país y de la confianza entre los pueblos. El año 1989 comenzó con la adopción en Viena, el 19 de enero, del Documento final de la tercera reunión consecutiva de esta misma Conferencia.

Los treinta y cinco países participantes adoptaron un texto importante que, por sus compromisos concretos y por el equilibrio establecido entre los aspectos militares, humanitarios y económicos de la seguridad, ha puesto de relieve que la estabilidad de la comunidad de las naciones europeas descansa ante todo sobre los valores compartidos y sobre un código de conducta exigente. Este código no permite a los dirigentes de un país convertirse en directores del pensamiento de sus conciudadanos, o a las naciones más fuertes imponerse a las más vulnerables, despreciando su dignidad.

Las libertades fundamentales.

7. Varsovia, Moscú, Budapest, Berlín, Praga, Sofía y Bucarest, por no citar nada más que las capitales, se han convertido en las etapas de una larga peregrinación hacia la libertad. Debemos rendir un homenaje a los pueblos que, al precio de inmensos sacrificios, han tenido la valentía de emprenderla y también a los responsables políticos que la han favorecido. Lo más admirable en los acontecimientos que hemos contemplado es que pueblos enteros han tomado la palabra; mujeres, jóvenes y hombres han vencido el miedo. La persona humana ha manifestado los inagotables recursos de dignidad, de valentía y de libertad que posee En países en los que durante tantos años un partido ha dicho cuál era la verdad que se debía creer y el sentido que debía darse a la historia, estos hermanos han mostrado que no es posible asfixiar las libertades fundamentales que dan sentido a la vida del hombre: la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión, de expresión y de pluralismo político y cultural.

Valores irreemplazables.

8. Es necesario que estas aspiraciones, manifestadas por los pueblos, sean satisfechas por el Estado de derecho en cada nación europea. La neutralidad ideológica, la dignidad de la persona humana como fuente de los derechos, la preferencia de la persona en relación a la sociedad, el respeto de las normas jurídicas democráticamente aceptadas y el pluralismo en la organización de la sociedad, representan los valores irreemplazables sin los que no se puede construir establemente una casa común en el Este y en el Oeste, accesible a todos y abierta al mundo.

No puede existir una sociedad digna del hombre sin el respeto de los valores trascendentales y permanentes. Cuando el hombre se convierte en la medida única de todo, sin referencia a Aquel de quien todo viene y hacia el que todo camina, rápidamente se convierte en esclavo de su propia finitud. El creyente sabe por propia experiencia que el hombre es verdaderamente tal cuando recibe y acepta el plan de salvación de Dios: "Reunir en uno a los hijos de Dios: que estaban dispersos" (Jn 11, 52).

Construcción de una casa común europea.

9. Para los Europeos del Oeste que tienen la ventaja de haber vivido largos años de libertad y de prosperidad, ha llegado la hora de ayudar a sus hermanos del Centro y del Este para que ocupen plenamente el lugar que les corresponde en la Europa de hoy y de mañana. En efecto, el momento es oportuno para recoger las piedras de los muros derrumbados y construir juntos la casa común. Desgraciadamente, con demasiada frecuencia, las democracias occidentales no han sabido hacer uso de la libertad conquistada al precio de duros sacrificios.

No se puede sino lamentar la deliberada ausencia de toda referencia moral y trascendente en la gestión de las denominadas sociedades "desarrolladas". Junto a generosos gestos de solidaridad, de un éxito real en la promoción de la justicia y una preocupación constante por el respeto efectivo de los derechos del hombre, es preciso constatar la presencia y la difusión de contravalores como el egoísmo, el hedonismo, el racismo y el materialismo práctico. Sería una pena que quienes acaban de alcanzar la libertad y la democracia se vieran decepcionados por los que, en cierta medida, son sus "veteranos".

Todos los europeos están llamados providencialmente a reencontrar las raíces espirituales que hicieron Europa. Sobre este tema quisiera repetir ante este cualificado auditorio lo que tuve la ocasión de decir en Estrasburgo a los parlamentarios del Consejo de Europa, en octubre de 1988: "Si Europa quiere ser fiel a sí misma, tiene que saber reunir todas las fuerzas vivas de este continente, respetando el carácter original de cada región, pero reencontrando en sus raíces un espíritu común... Expresando el deseo ardiente de ver intensificada la cooperación, ya bosquejada, con las otras naciones, particularmente del Centro y del Este, tengo la impresión de asociarme al deseo de millones de hombres y de mujeres que se saben ligados en una historia común y que esperan un destino de unidad y de solidaridad a la medida de este continente" (Discurso ante la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, en Estrasburgo, el 8 de octubre de 1988, L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de noviembre de 1988, pág. 8). He aquí, señoras y señores, no sólo lo que esperan los europeos, sino también lo que el mundo entero aguarda de un continente que tanto ha aportado a los demás.

Búsqueda de la paz y del diálogo.

10. Por todo ello, veo con confianza los esfuerzos emprendidos por los responsables de los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, preocupados por el diálogo y la paz. Mis contactos con ellos me han permitido constatar su voluntad de que la cooperación internacional repose sobre bases más seguras, haciendo que cada país sea considerado más como un compañero que como un competidor.

Esto será así si todos los miembros de la comunidad de naciones, en especial los que tienen mayor peso y responsabilidad en la salvaguarda de la paz, se empeñan en respetar escrupulosamente los principios del derecho internacional, que tanto ha contribuido a la consolidación de una armoniosa colaboración entre los Estados.

El nuevo clima que progresivamente se ha instalado en Europa ha favorecido sustanciales progresos en las negociaciones para el desarme nuclear, químico y convencional. El año 1989 bien podría representar el declive de lo que se ha venido llamando "la guerra fría", de la división de Europa y del mundo en dos campos ideológicamente opuestos, de la incontrolada carrera de armamentos y del aprisionamiento del mundo comunista en una sociedad cerrada. ¡Demos gracias a Dios, que ha querido inspirar a los hombres estos "pensamientos de paz" que Cristo, al venir a nosotros en la noche de Navidad, depositó en cada uno como una herencia y un fermento, capaces de cambiar el mundo!

Nueva atmósfera en el continente africano.

11. Esta nueva atmósfera también se ha extendido, felizmente, más allá de Europa. Procesos de pacificación han avanzado, en particular gracias a la clarividente acción de la Organización de las Naciones Unidas, a la que me satisface rendir homenaje en este momento.

Se han celebrado elecciones libres en Namibia, que pronto deberá acceder a su independencia, tan esperada por la población.

Las negociaciones en Angola y en Mozambique merecen ser animadas, a fin que la buena voluntad de todos permita superar los actuales obstáculos que retrasan su logro; así se pondrá término a las crueles pruebas de sus poblaciones, ya materialmente poco favorecidas, que de este modo podrán convertirse en los artífices de su propio desarrollo.

Las reformas políticas y constitucionales hacia las que parece encaminarse la República Sudafricana deberían traducirse mejor en la práctica, favoreciendo el clima de confianza y de diálogo. cuya urgente necesidad es sentida por todos.

También Burundi parece encaminarse hacia la vía que permita superar definitivamente los conflictos étnicos que hasta ahora padece.

Igualmente sobre el continente africano, es necesario que tomemos nota del nacimiento de la Unión del Magreb Árabe, punto de partida de una necesaria cooperación regional que debería favorecer no sólo los intercambios económicos. sino también el arreglo pacífico de los problemas pendientes y, finalmente, las relaciones favorables con la Comunidad Económica Europea.

Finalmente, bien lejos de aquí, en América del Sur, la celebración de elecciones democráticas, hace bien poco en Chile y en Brasil, constituye una etapa importante en la marcha de las naciones de esta región hacia una mayor libertad y democracia, una etapa que otros países todavía esperan.

Preocupación por el Líbano.

12. Sin embargo, lo mismo que a la misma hora en la que el alba se eleva sobre unas partes de la tierra, otras todavía permanecen en la sombra del crepúsculo, igual sucede en la escena internacional: aunque se constaten progresos aquí o allá, numerosos países permanecen prisioneros en la incertidumbre y en la prueba.

Mi pensamiento se dirige en primer lugar hacia el Oriente Próximo, víctima permanente de la injusticia y de la violencia. El porvenir del Líbano, a pesar de los numerosos esfuerzos emprendidos, sigue siendo precario. Es urgente que los libaneses puedan decidir soberanamente su futuro, en la fidelidad a los valores de la civilización que han labrado la cautivadora fisonomía de este país.

Al lado de la tierra libanesa, las poblaciones de Cisjordania y Gaza permanecen sometidas a sufrimientos difícilmente admisibles. ¿Cómo no repetir una vez más que sólo la negociación podrá garantizar a las partes enfrentadas el respeto de sus legítimas aspiraciones, la paz inmediata y la seguridad futura?

En el Golfo, terminada la guerra entre Irak e Irán, quedan por resolver, entre otros, los problemas de la repatriación de los prisioneros de guerra, problema humano por excelencia. Cuando acaban de concluir las fiestas de fin de año, tiempo de gozosos encuentros familiares, no deberíamos olvidar la suerte reservada a estas personas, jóvenes en su mayoría, todavía retenidos lejos de los suyos, sin un motivo que lo justifique.

Más hacia el Este, un problema parecido lo forman los refugiados afganos, que esperan poder regresar a su tierra. La comunidad internacional no puede desinteresarse de su situación, ni tampoco de la de las poblaciones de Afganistán que diariamente experimentan los efectos devastadores de un conflicto sangriento. También allí, desde hace bastante tiempo las partes interesadas multiplican sus esfuerzos para que, dentro del respeto a las legítimas aspiraciones de todos, cesen las endémicas hostilidades y los sufrimientos impuestos a civiles inocentes.

Situaciones dolorosas en Asia.

13. Una rápida mirada dirigida a la inmensa Asia Oriental presenta ante nuestros ojos grandes pueblos, nobles tradiciones culturales y religiosas, que deberían poder contribuir al armonioso progreso de la vida internacional. Junto a positivas señales, portadoras de esperanza, subsisten situaciones dolorosas

Pienso en Camboya, donde, a pesar de un primer intento de negociación, todavía se espera una transición pacífica hacia un futuro que a todos inspire confianza. Deseamos que una efectiva cooperación internacional impida la vuelta a las terribles pruebas ya vividas por todo este pueblo.

El Sri Lanka desgraciadamente continúa siendo sacudido por todo tipo de hostilidades. Estas han provocado, prácticamente a lo largo de todo el año pasado, numerosas víctimas y comprometen de forma peligrosa la cohesión de una nación de por sí tan pacífica.

También debemos mencionar al Vietnam. Quisiera alentar los discretos signos de apertura manifestados últimamente, incluidos los referidos a la libertad religiosa. La Iglesia y la Santa Sede permanecen disponibles para todo diálogo susceptible de mejorar la situación en este campo. La comunidad internacional, por su parte, debería estimular al valiente pueblo vietnamita, ayudándole cada vez más para que ocupe el lugar que le corresponde en el concierto de las naciones. Igualmente, la grave cuestión de los refugiados de este país no se resolverá si no es por esta misma solidaridad internacional.

Finalmente, no podría abandonar esta región sin mencionar a la nación china. Los graves acontecimientos del mes de junio de 1989 me impresionaron profundamente desde el principio y, haciéndome un poco el portavoz de todos los que permanecen atentos a la suerte de la humanidad, no he dejado de expresar mediante mis sentimientos de aflicción, el sincera deseo de que tantos sufrimientos no sean estériles sino que más bien sirvan para renovar la vida nacional de este noble país. En el umbral del año nuevo, no puedo sino formular una vez más estos votos, convencido de que los problemas de la paz presentan hoy tales dimensiones, que conciernen a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. En efecto, todos los pueblos del mundo están llamados a construir la paz mediante el respeto de la verdad, de la justicia y la libertad.

Violencia en América Central.

14. En América Central, las perspectivas de una vuelta al proceso de paz bajo los auspicios de la Organización de las Naciones Unidas, que tantas esperanzas había suscitado, en cierta medida han quedado diluidas. Recientemente El Salvador ha sido escenario de violentas luchas, que sobre todo han afectado a la población civil. Nos acordamos de forma particular del bárbaro asesinato de seis religiosos de la Compañía de Jesús. Pretender resolver los problemas sociales mediante la violencia no es nada más que una ilusión suicida. Por ello acogí con alivio la celebración de la reciente cumbre de los Presidentes de los países de América Central, en San José de Costa Rica, durante el último mes. Oportunamente declararon su profunda convicción de que "es indispensable suscitar en la conciencia de los pueblos la necesidad de rechazar el uso de la fuerza y del terror para la obtención de fines y de objetivos políticos" (Declaración de San Isidro de Coronado, 12 de diciembre de 1989).

La plaga de la violencia y del terrorismo, agravada por el infame comercio de la droga, que a menudo es la causa, ha hecho estragos en Perú y en Colombia, hasta el punto de hacer peligrar el equilibrio social de estos países. En este clima de anarquía, tenemos que deplorar el vil asesinato de un obispo, el pastor de la diócesis colombiana de Arauca, monseñor Jesús Jaramillo Monsalve.

Últimamente se ha añadido a estas preocupaciones la crisis del Panamá. Allí también ha sido la población civil la que más ha sufrido. Es de desear que, sin tardanzas, el pueblo panameño pueda reencontrar una vida normal, con la dignidad y la libertad a las que todo pueblo soberano tiene derecho.

Dramáticos sufrimientos en África.

15. Para finalizar este recorrido conviene hacer un alto en el continente africano, donde dos pueblos en especial sufren desde hace años una trágica suerte. En efecto, Sudán ha visto añadirse a las calamidades naturales las todavía más nefastas de la guerra desatada en la parte meridional del país. La devastación de ciudades y el éxodo de sus habitantes han provocado lamentables angustias, como la de los numerosos refugiados. Es evidente la urgencia de la ayuda internacional, la cual no podrá ser efectiva sin el cumplimiento de la tregua armada, a la espera de la reanudación de las conversaciones de paz, que habían abierto tantas esperanzas. Al silencio de las armas se deberá añadir el efectivo respeto de los derechos fundamentales de todos los componentes de la sociedad sudanesa, en especial de las minorías, con su participación en la gestión del poder, en la producción y en el uso de los recursos naturales; todo ello deberá hacerse con toda libertad y sin ninguna discriminación de raza o de religión.

No menos preocupante aparece la situación de las poblaciones de Etiopía, a las que por otro lado la Iglesia católica no ha cesado de ayudar mediante sus organizaciones caritativas, que se han unido a las iniciativas de los obispos del lugar y a los esfuerzos de los gobiernos y de los organismos no gubernamentales. Aquí también, los dramáticos efectos de la sequía, las enfermedades y el hambre han hecho todavía más devastadoras las consecuencias de los conflictos internos. Deseamos que pronto se pueda reemprender el envío de ayudas a los habitantes del Tigré si es que se quiere evitar durante los próximos meses una tragedia de proporciones gigantescas. Por otro lado, las negociaciones en marcha con Eritrea y Tigré deberán contribuir a que prevalezca la convicción de que este conflicto no puede encontrar una salida militar. A ello hemos de añadir que toda solución deberá tener en cuenta las legítimas aspiraciones del querido pueblo eritreo, que tanto ha sufrido ya.

Los cristianos en países de mayoría musulmana.

16. Excelencias, señoras y señores, este es el contexto, con sus luces y con sus sombras, sobre el que la Iglesia católica ha recibido la llamada de su Señor para llevar el testimonio de la fe, de la esperanza y de la caridad. Dicho testimonio se hace visible en la buena voluntad de sus fieles más humildes, en la incansable dedicación de sus obispos y sacerdotes y en el compromiso incondicional de sus religiosos y religiosas. Hace poco tiempo, al peregrinar por el Extremo Oriente y por la Isla de Mauricio, yo mismo he podido constatar los abundantes frutos producidos por el trabajo y la perseverancia apostólica de tantos obreros del Evangelio de ayer y de hoy. ¡Demos gracias a Dios!

Deseo ardientemente que, en medio de este clima de libertad que parece extenderse un poco por todas partes, los creyentes puedan no sólo practicar su fe -lo que determinados países y ciertas religiones mayoritarias no siempre permiten-, sino también participar activamente y con pleno derecho en el progreso político, social y cultural de las naciones a las que pertenecen.

En efecto, la increencia y la secularización presentan desafíos que deben ser recogidos por todos los creyentes, llamados a testimoniar juntos la primacía de Dios sobre todas las cosas. Por ello, además de la libertad religiosa que el Estado debe garantizarles, es esencial que se dé un mejor conocimiento y una mayor colaboración entre las religiones. A este propósito, yo mismo he podido constatar recientemente los beneficiosos efectos de este entendimiento inter-confesional en Indonesia, donde los principios del "Pancasila" permiten al Islam y a las demás religiones practicadas por los habitantes de ese país encontrarse en un armonioso diálogo, del que se beneficia toda la sociedad.

Sin embargo, no siempre es así. No puedo silenciar la preocupante situación en la que se encuentran los cristianos en algunos países donde la religión islámica es mayoritaria. Las noticias sobre su desamparo espiritual me llegan constantemente: privados en muchas ocasiones de lugares de culto, objeto de continua sospecha, imposibilitados para organizar una educación religiosa conforme a su fe o incluso actividades caritativas, tienen la dolorosa sensación de ser ciudadanos de segundo orden. Estoy convencido de que las grandes tradiciones del Islam, como la acogida al extranjero, la fidelidad en la amistad, la paciencia ante la adversidad y la importancia dada a la fe en Dios, representan otros tantos principios que deberían permitir la superación de inadmisibles actitudes sectarias. Espero vivamente que, del mismo modo que los fieles musulmanes encuentran hoy en los países de tradición cristiana las facilidades esenciales para satisfacer las exigencias de su religión, también los cristianos puedan beneficiarse de un trato similar en todos los países de tradición islámica. La libertad religiosa no debe limitarse a una simple tolerancia.

Se trata de una realidad civil y social, acompañada de derechos específicos que permitan a los creyentes y a las comunidades testimoniar sin temor su fe en Dios, viviendo todas sus exigencias.

La oración y la caridad de la Iglesia.

17. Nunca la contribución de los creyentes ha sido tan útil como hoy, en un mundo en el que tantos buscan dar un sentido a la existencia y a la Historia. Estoy convencido que, de forma especial, el testimonio de la oración, de la vida comunitaria en Iglesia y de la caridad efectiva es tan necesario para el desarrollo del mundo como el progreso técnico o la prosperidad material. Es esto lo que quise decir en el mensaje enviado al Encuentro ecuménico Europeo de Basilea, celebrado en mayo último: "Los pactos y las negociaciones políticas son medios necesarios para llegar a la paz; y es grande nuestro reconocimiento hacia quienes se consagran a ello con convicción, perseverancia y generosidad. Pero, para que sean duraderos y fructuosos, tienen necesidad de un alma. Para nosotros, una inspiración cristiana es la que puede proporcionársela por medio de una referencia intrínseca a Dios, Creador, Salvador y Santificador, y a la dignidad de todo hombre y de toda mujer creados a su imagen" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de junio de 1989, pág. 6).

¡Es cierto que, por todas partes, la fuerza del Espíritu otorga a esta humanidad un renovado brío espiritual que la acerca a su Creador! En nuestra época, en la que la rentabilidad cuenta tanto, cuando se invoca con tanta fuerza la libertad, ¡que nunca falten los signos de la trascendencia, la atención a los más débiles y el respeto a las aspiraciones de los demás!

Hacia el final del segundo milenio.

18. 1990 abre el decenio que nos llevará al final del segundo milenio de la era cristiana. Hagamos de este período un "adviento" para cada hombre, para cada pueblo, para nuestra tierra. Preparemos los caminos de Dios, que no cesa de venir a nosotros, como en la Nochebuena, para enriquecernos con su vida y con su presencia. Siempre queda en el corazón del hombre un espacio que sólo El puede llenar. ¡Ojalá podamos, cada uno en nuestro respectivo puesto, mediante el cumplimientos de las tareas que providencialmente se nos han confiado, ayudar a los hombres de hoy a descubrir cada vez mejor, con confianza y admiración, que Dios es su máximo bien!

¡Estos son mis deseos para vosotros, señoras y señores, para vuestros conciudadanos, y para toda la familia humana! Con todo el corazón, los pongo en las manos de "Aquel que tiene el poder de realizar las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar" (Ef 3, 20). ¡Que su bendición esté con todos vosotros!

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