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Discurso de Su Majestad el Rey, Juan Carlos I. Pascual Militar de 2.001. 6 Enero 2.001.

Discurso de Su Majestad el Rey. Pascual Militar de 2.001. 6 Enero 2.001.

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Palacio Real de Madrid, 6 de enero de 2001.
 
Queridos compañeros:

Un año más, tengo la gran satisfacción de reunirme con vosotros para celebrar la Pascua Militar y expresaros, en este año que comienza, mis deseos de paz, felicidad y prosperidad.

En esta ocasión vengo acompañado, además de por la Reina y el príncipe de Asturias, por las infantas y sus esposos, como forma de expresaros, en esta Pascua que coincide con los 25 años de mi reinado, el afecto y el reconocimiento que la Familia Real siente por las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil.

Estoy seguro de que el de hoy va a ser para mí un día muy emotivo. Además de la sensación gratificante que cada año me produce este acto, el tener también oportunidad de reunirme con mis queridos compañeros de promoción en un almuerzo y con veteranos camaradas de armas en la recepción de esta tarde, despertará en mí un cúmulo inolvidable de recuerdos, vivencias, sensaciones y emociones que traerán a mi memoria lo mucho que juntos hemos vivido y lo mucho que hemos logrado para bien de nuestra Patria.

Mi agradecimiento a todos vosotros por la Bengala, distintivo tradicional de los capitanes generales de los Ejércitos españoles, que el jefe de Estado Mayor de la Defensa me acaba de entregar en nombre de la Institución Militar.

Y mi agradecimiento también al ministro de Defensa por la cariñosa felicitación expresada a la Familia Real, así como por la evocación que ha hecho del sentido tradicional de esta Pascua Militar y por el claro resumen que ha ofrecido de nuestra política de Defensa. He escuchado con interés su exposición sobre el nivel alcanzado en los objetivos básicos de la Directiva de Defensa Nacional 1/96, así como sobre el nivel pretendido de efectividad para la seguridad y defensa en la última Directiva 1/2000.

Hace ahora veinticinco años, en este mismo lugar, os dije que éramos herederos de gloriosas tradiciones, pero que nuestro empeño principal estaba en el futuro. Fruto de ese empeño y del eficaz trabajo llevado a cabo es la pujante realidad de nuestros Ejércitos, que se perfeccionan y proyectan con ilusión en un nuevo escenario estratégico internacional, en el que combinan sabiamente tradición y modernidad.

Muchos, profundos y determinantes han sido los cambios operados en nuestras Fuerzas Armadas en los años transcurridos de mi reinado. Cambios referidos a conceptos estratégicos, de profesionalización del personal, de modernización del material, de racionalización de estructuras, y de investigación, doctrina y adiestramiento, como forma de impulsar una política europea común de seguridad y defensa.

Cambios que van desde los primeros logros alcanzados con la creación del Ministerio de Defensa para impulsar lo conjunto, hasta la muy reciente Ley de Régimen del Personal de las Fuerzas Armadas, pasando por una compleja y fructífera tarea legislativa, de la cual las Reales Ordenanzas son el paradigma que sirve de norma de conducta a todos los que integran la profesión militar.

Hacer un balance siquiera somero de esta realidad no es propio del ámbito de este acto. La conclusión que se extrae de estos importantes cambios es que nuestra sociedad ha sabido percibir a tiempo que la defensa es un instrumento excepcional para compartir paz y seguridad con un mundo globalizado en el que el recurso a la violencia es todavía un argumento recurrente.

Nuestras Fuerzas Armadas se han convertido, en consecuencia, en una eficaz herramienta de política exterior que ayudará a consolidar y fortalecer los compromisos de paz y seguridad contraídos por España, a través de las Organizaciones Internacionales de las que formamos parte.

Unas Fuerzas Armadas más reducidas, más operativas, más flexibles, mejor dotadas y con mayor capacidad de proyección es un objetivo por el que hemos luchado con tenacidad en estos años pasados. Llegar a alcanzarlo ha supuesto para todos un número considerable de renuncias y sacrificios, tanto personales como profesionales.

Por eso, una vez más quiero agradecer vuestro sentido del deber en beneficio de la lnstitución, que a su vez es el beneficio de España, al haber antepuesto siempre con generosidad lo colectivo y el bien común, a lo individual y personal.
 
Sabéis que estáis cerca de mi corazón y que contáis con el afecto sincero tanto mío como de mi familia, y me siento orgulloso de vosotros porque en estos pasados veinticinco años habéis sabido estar a la altura de lo que exigían las circunstancias.

Habéis evolucionado con la sociedad a la que servís y os habéis esforzado por adaptaros a las nuevas corrientes de pensamiento que los tiempos demandaban La sociedad, también generosa, no os ha dejado solos y os ha reconocido como cuerpo y sangre propia.

Quedan ya muy lejos, por ventura, los tiempos en que vuestras actuaciones despertaban recelo o prevención. Ahora, la sociedad reconoce vuestro sacrificio y vuestra eficacia en el desempeño de las numerosas misiones de paz y humanitarias en las que habéis participado en los últimos años, y que han llegado al corazón de nuestros compatriotas, por lo que os han entregado su respeto y cariño.

Siendo mucho lo que habéis conseguido, os quiero pedir hoy, como vuestro jefe supremo, que os esforcéis todavía más para ser en el futuro el espejo en el que se mire la sociedad de la que formáis parte.

En un mundo cada día más interdependiente, en el que se intercambian con gran rapidez ideas y conceptos, es preciso mantener las referencias morales que nos identifiquen con nuestro pasado como nación, y al tiempo, nos impulsen para alcanzar nuestro proyecto colectivo de futuro.

Ahí podéis desempeñar vosotros, queridos compañeros, y la Institución a la que pertenecéis, un papel determinante. Vuestros tradicionales valores éticos y morales reforzados por vuestra disciplina, sentido del deber y conciencia de servicio hacia la sociedad, son valores que, unidos a aquellos más específicos, dinámicos y creativos de otros sectores de nuestra sociedad, ayudarán grandemente a hacer de nuestra Patria la nación poderosa, vital e influyente que ya fue.

No puedo dejar de manifestar en estas breves reflexiones vuestro ejemplar comportamiento a lo largo de estos años en la lucha contra el terrorismo.

Durante muchos años los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil han sido uno de los objetivos preferentes de la actividad terrorista y en sus personas se ha focalizado toda la barbarie de la sinrazón y el odio. Hoy, lamentablemente, comparten este triste protagonismo con el resto de la sociedad, que a cualquier nivel se ve amenazada, de forma indiscriminada, por la vesanía terrorista.

Para todos los que han perdido su vida en actos terroristas, mi recuerdo más emocionado. A sus familiares y amigos nuestro más afectuoso y fraternal abrazo. El dolor y el sufrimiento que permanentemente se asienta en nuestros corazones como un recuerdo indeleble es la garantía de que su sacrificio no será estéril, reforzando más y más, cada día, nuestras convicciones de libertad y democracia.

Deseo en este día enviar una felicitación muy especial a los que están cumpliendo misiones humanitarias y de paz fuera de nuestras fronteras. Con su trabajo contribuyen a la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Los españoles los reconocen, con orgullo, como eficaces embajadores de la paz.

Para terminar, permitidme reiteraros, en esta vuestra fiesta, en mi nombre y en el de mi familia, nuestros mejores deseos de éxito y prosperidad, y animaros a que perseveréis en el camino emprendido con la eficacia y responsabilidad que siempre han caracterizado a los componentes de las Fuerzas Armadas y Guardia Civil.

¡Viva España!

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