
El por qué de la educación formal.
Una persona educada es aquella que posee buenas costumbres y de comporta de una forma cortés y respetuosa.
Buena educación y buenas costumbres.
Tradicionalmente se afirma que una persona educada es aquella que posee buenas costumbres; también es frecuente identificar el término con los hábitos de urbanidad y cortesía de que tanto hablan muchos de los padres de hoy y casi todos los abuelos.
La mencionada urbanidad tiene un peso tal dentro de la opinión general, que suele confundirse en algunas ocasiones con la palabra educación, como sinónimo o expresión de buenos modales en lo que respecta a las normas de convivencia y relaciones sociales, conducta y buenas costumbres; no obstante especialistas en el tema consideran que el concepto es más amplio.
Según ellos, la educación comprende todo el trabajo encaminado a la formación multilateral y armónica del individuo y, por tanto, al aspecto intelectual, científico-técnico, político-ideológico, físico, moral, estético, politécnico-laboral y patriótico-militar.
El trabajo educativo implica la acción que ejerce la escuela como un todo- con el aporte necesario e indispensable de la familia -en la formación de hábitos deseables de conducta y en la incorporación de concepciones y valores a la personalidad del educando en correspondencia con los objetivos de la sociedad cubana de que sus habitantes sean cada día más cultos.
Expertos apuntan también que la educación formal no puede ser fingida, sino que debe ser la expresión natural de un sentimiento de afecto, respeto y solidaridad para con todos los que nos rodean: el compañero de clase y de trabajo, los hermanos, padres y otros familiares, los adultos, y, sobre todo los adultos mayores o de la tercera edad que deben de verse como ejemplos a imitar.
El ejemplo de los maestros y la escuela.
Son muchas las personas que, aunque transcurran los años, recuerdan con nitidez y agradecimiento a sus maestros, sobre todo, a aquellos de los primeros grados. ¿Por qué, se preguntarán algunos? La respuesta es contundente: "mi maestra o maestro, según el caso, dejó huellas en mi vida que perdurarán mientras viva".-afirman-.
El ejemplo del maestro va desde la forma de vestir correctamente en el aula, la manera de hablar claro y pausado, el trato amable, la atención individualizada, y la respuesta precisa a las expectativas que les surjan a sus alumnos sobre diversos temas que les interesen, entre otros aspectos.
No obstante lo anterior, en la educación formal de los alumnos están involucrados todos los miembros del colectivo pedagógico de la escuela encabezado por el director, quienes procurarán que la organización escolar propicie la formación de hábitos de cortesía y de las llamadas buenas maneras, objetivo que se alcanza con sencillez y naturalidad, evitando todo lo que pueda producir un sentimiento de rechazo en el alumnado.
La misión de la escuela y de las familias es esencial a la hora de inculcar a sus hijos buenos hábitos y maneras; sin embargo, en buena medida, el empeño involucra a todos en la sociedad; nadie está ajeno a la hora de la formación y desarrollo de las mejores formas de conducta de convivencia social de las nuevas generaciones y de rechazo y censura ante una manifestación o hecho inadecuados.
José Martí aseveró acertadamente que el pueblo más feliz es el que tenga mejor educados a sus hijos en la instrucción del pensamiento y en la dirección de los sentimientos. Un pueblo de hombres educados será siempre un pueblo de hombres libres.
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