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Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". II.

Comentario de Julia Valera sobre la obra de Erasmo de Rotterdam "De la urbanidad en las maneras de los niños" -De civilitate morum puerilium-.

Erasmo de Rotterdam. 1537. De la urbanidad en las maneras de los niños. De civilitate morum puerilium
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A través de una serie de obras tales como la Glosa castellana al Regimiento de Príncipes, El caballero Cifar, el "Llibre de Cortesía", las Flores de Filosofía y otras, muestra cómo el saber cortesano se convierte en una concepción moral de las relaciones con los demás, en una doctrina o disciplina de vida. Su acostumbrada sensibilidad le conduce a percibir cómo ese saber moral destinado a regular la vida de sociedad se identifica con la forma de vida de ciertas clases sociales, ya que "en el alto linaje y grandes riquezas está guardado el tesoro de la virtud y del saber (JOSÉ ANTONIO MARAVALL: Estudios de Historia del pensamiento español. Ed. de Cultura Hispánica. Madrid. 1967 (Edad Media. Serie primera), p. 263 y ss.)".

El De civilitate... de Erasmo, al igual que las obras de otros humanistas, se inscribe en un momento de transición. De ahí que al tiempo que recoge preceptos medievales introduzca también nuevas tentativas. Responde, como muy bien ha visto Durkheim, a nuevas necesidades sociales. Por ello, los cambios que opera respecto a las del mismo género que le preceden no son únicamente modificaciones relativas a las buenas maneras, sino también al estilo mismo, al tono, al modo de enfrentarse a las diversas cuestiones. La fuerza, claridad y encanto con que Erasmo trata los usos y costumbres de su época adquieren la marca de un enfoque personal y son el síntoma de que está en marcha un importante proceso: la creciente individualización.

Este periodo histórico de reestructuración, que sucede al debilitamiento de la jerarquía medieval y precede a la formación de la sociedad estamentaria moderna, permitirá a intelectuales "seculares" como Erasmo no sólo adquirir una posición de prestigio, sino también mantener una cierta independencia de criterio; independencia que no les impedirá, sin embargo, sentirse más próximos a las clases pudientes que al resto de los grupos sociales. De todos modos, y a medida que se consolidan las jerarquías de la Edad Moderna, esta libertad de ideas se reducirá notablemente, pasando a ser el criterio mismo de la buena crianza la observación y preservación rigurosa de las diferencias sociales. Los moralistas no sólo escribirán entonces para la aristocracia cortesana, en gran medida se identificarán también con sus usos y costumbres.

La especial posición de Erasmo le permitirá formular reglas de civilidad sin referirse explícitamente a una clase social determinada. Frente a autores coetáneos suyos de la talla de Castiglione o Della Casa, que se dirigen al hombre de honor, al cortesano, al gentilhombre, las máximas erasmianas afectan a un público mucho más amplio. Para referirse a cosas, acciones y hábitos de su tiempo utilizará un lenguaje directo, relajado, chispeante; mas esas "libertades" escandalizarán pronto a los moralistas de la Contrarreforma. De todo lo dicho no se sigue, sin embargo, por su parte, un igual acercamiento a los diferentes modos de vida entonces existentes, ya que si bien se permite a veces criticar ciertos hábitos de la nobleza, su acerada pluma atacará sin piedad a muchas de las costumbres populares y especialmente campesinas.

A partir del siglo XVI emerge, como ha mostrado Norbert Elias, una nueva clase dominante: la aristocracia cortesana, compuesta por elementos de origen social diverso. Se asiste a la puesta en marcha de una sociedad pacificada; el control social se intensifica y los códigos del bien vivir se transforman. Con la formación de esta nueva clase social de tendencia absolutista, la civilidad se convierte en el barómetro, en el símbolo, de las buenas maneras, de la "buena sociedad". La nueva élite social difunde hacia las otras clases los buenos modales. La disciplina en las acciones, el control de la afectividad, la regulación minuciosa de determinados actos son una exigencia de las cortesanas maneras (Véase sobre este punto el capítulo que dedica a la etiqueta y el ceremonial NORBERT ELIAS en La sociedad cortesana. FCE. Madrid, 1993.).

Los eclesiásticos intentarán, desde muy pronto, recristianizarlas, instituyéndose en eficaces agentes de propagación de las mismas a capas de población cada vez más amplias a través fundamentalmente de la educación que imparten en los colegios. No en vano, por ejemplo, Juan Bautista de la Salle, fundador de las Escuelas Cristianas, escribe "Les Règles de Bienséance et de la Civilité Chrétienne", llamadas a ejercer un fuerte y duradero impacto. Este proceso de generalización de las reglas de bien vivir contribuirá a erosionar su valor a los ojos de las distinguidas clases que, en consecuencia, buscarán nuevas formas de distinción.

En el siglo XVIII, a medida que las clases burguesas se enriquecen y acceden a posiciones sociales elevadas, el término civilidad perderá progresivamente fuerza -al igual que ocurre con la nobleza cortesana- y comenzará a ceder el puesto a otros términos de los cuales emergerá el de civilización. Cortesía, civilidad y civilización corresponden para Norbert Elias a tres etapas importantes de la sociedad occidental. Señalan tres momentos de codificación y ritualización de la vida cotidiana en los que sobreviven ciertas reglas y surgen otras, en los que se perfilan variantes nacionales y de clase, pero también en los que se moldea una tendencia que, con fluctuaciones y ritmos variables, conduce a una cierta uniformización y generalización de las normas que deben ser observadas en una sociedad considerada civilizada. Para este sociólogo alemán, la civilización implica la puesta en marcha de una red de restricciones que tienden a la atenuación de los excesos y a un control cada vez más individualizado. ¿Qué criterios y qué intereses sirven de soporte a las reglas de civilidad? ¿En función de qué valoraciones se establece la línea que demarca lo permitido y lo prohibido? Aunque resulte un tanto difícil de creer, las razones en que se fundan las buenas maneras en los albores de la Edad Moderna son casi exclusivamente de orden social y moral.

Los juicios que se aducen responden a criterios de distinción social, a valoraciones de determinados grupos o estamentos. En suma, las buenas maneras son tales porque las practica una élite, un círculo distinguido de personas dotadas de "sensibilidad", "delicadeza" y poder para decidir lo que está bien o está mal, lo que se debe hacer o lo que es preciso evitar para no ser un rústico, un patán, un artesano, un pueblerino, un villano, un aldeano... El conocimiento racional no ha sido, por tanto, para Norbert Elias un agente motor en la civilización de las costumbres. De hecho habrá que esperar hasta el siglo XVIII para que los libros de urbanidad integren criterios relacionados con la salud y la higiene, criterios que pueden aparecer alguna vez en textos anteriores, pero sin apenas peso específico.

Es también en el siglo XVIII cuando, al "triunfar" la burguesía, la familia se erige en el principal instrumento de inculcación y trasmisión de las reglas de urbanidad. La sociedad burguesa introducirá nuevas modificaciones en los rituales de interacción: los contactos se acentúan, la división social del trabajo aumenta, las relaciones de dependencia se transforman y hacen menos visibles. Las nuevas dependencias establecidas por la burguesía son distintas de las de la aristocracia cortesana y, en más de un sentido, más constrictivas y pronunciadas. El control y represión de las pulsiones se basaban en la sociedad cortesana en el respeto que se debía a las personas de rango social elevado; con el acceso de la burguesía al poder se fundarán en criterios menos visibles, pero también coactivos en correspondencia con una intensa y compleja interdependencia social. Las sociedades en las cuales se atenúa la desigualdad entre los grupos suelen exigir de sus miembros un alto grado de disciplina y autodominio. Al no existir agentes reconocidos que explícitamente establezcan los límites entre lo permitido y lo prohibido, para relacionarse, para trabajar conjuntamente, es necesario adoptar precauciones, intensificar las tácticas de interacción. Tanto la sociedad cortesana como la burguesa son, en consecuencia y pese a sus diferencias, sociedades domesticadas, sometidas. Este proceso de sometimiento, de "civilización" se intensifica en las clases altas, quienes precisamente por su mediación adquieren una identidad que les permite diferenciarse y distinguirse del resto de los grupos sociales.

 

Nota
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