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Tarde diecisiete. Conducta que se debe observar en el juego.

El ánimo, hijos míos, tiene necesidad de distraerse después de haberse ocupado algunas horas en asuntos serios; con este motivo se han imaginado los juegos.

Lecciones de moral, virtud y urbanidad
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Emilio. - Papá, ayer con motivo del convite no nos reunimos aquí; y a decirle a V. la verdad, me pareció que me faltaba alguna cosa.

Jacobito. - A mi me sucedió lo mismo.

El Padre. - El ánimo, hijos míos, tiene necesidad de distraerse después de haberse ocupado algunas horas en asuntos serios; con este motivo se han imaginado los juegos. Cada edad, cada clase y aun cada sexo tiene los suyos propios, no obstante de que los hay también que convienen generalmente a todos. Los de la niñez son muchísimos, algunos de los cuales giran con las estaciones; los maestros y padres de familias deben tener especial cuidado en proporcionar a los niños juegos propios de su edad y de cada estación del año; unos, para dar mas agilidad y soltura al cuerpo por medio de un ejercicio que no sea superior a sus fuerzas; otros, para que a vueltas de la diversión y deleite vayan acostumbrando su entendimiento a discurrir, a inventar recursos y ardides; algunos, con los cuales pueden adquirir de un modo entretenido los primeros rudimentos de algunas ciencias o artes (Nota 1).

(Nota 1.) En la primera clase pueden comprenderse la pelota, el volante, los bolos, la cuerda, el columpio, los juegos de carreras y saltos, etc. En la segunda los juegos de prendas y acertijos, las damas, el ajedrez, el billar, etc., que deben usarse poco y después de estar cansados de los primeros en días malos, en noches largas, y sin que se atraviese el menor interés pecuniario; estos juegos son propios de muchachos que rayan en la juventud, y que empiezan a ser introducidos en la sociedad. En la tercera clase entran los mapas cortados en pedazos desiguales por provincias o reinos, para que los jóvenes aprenden el orden en que están las unas y los otros, y adquieran afición a la geografía.

Pero en este momento voy a hablaros, considerándoos como hombres, y os diré la conducta que se debe observar en el juego. Es menester ponerse a jugar con rostro alegre y con intención de contribuir al placer de los demás.

El que solamente ve en el juego el medio de ganar dinero, tiene el alma sórdida, necesariamente debe ser mal jugador; esto es, hará trampas cuantas veces se le proporcione la ocasión de hacerlas sin ser notado, pero también se expone a algún pesado lance.

Jacobito. - Papá, en ese caso, es como si robara el dinero, ¿no es verdad que sí?

El Padre. - Sí, hijo mío; un tramposo es un ladrón que roba el dinero a aquellos que él llama amigos suyos, es un hombre indigno de ser admitido en ninguna parte. Todo hombre de educación se conduce desinteresadamente, y juega solo por divertirse; si gana, no manifiesta una alegría inmoderada que pueda ofender a los que han perdido; y si pierde no se pone de mal humor.

Es mucha descortesía burlarse de los que no han jugado con destreza, y hay cierta malignidad en zumbar a los que han perdido.

El juego, hijos míos, es peligroso; no solo se pierde mucho tiempo cuando se adquiere demasiada afición, sino que se corre gran riesgo de quedarse pobre. Por lo tanto jugad las menos veces que podáis.

No se debe decir jamás a nadie si es tardo, o vivo en jugar, ni demostrar la menor impaciencia sacando el reloj, tomando un libro para leer, etc. El silbar, cantar, hacer ruido con los pies o con los dedos sobre la mesa son señales de una educación poco esmerada.

Los que presencian el juego deben observar el más riguroso silencio, sin inclinarse a favor de nadie para darle consejos, que ofenden al que se dan, porque hieren su amor propio, y todavía más al otro porque le hacen perder el juego.

Con el bello sexo, con las personas mayores y distinguidas es preciso tener aquellas deferencias que el uso ha sancionado en cada juego.

No es de caballeros mirar las cartas del contrario para saber su juego, y atacarle con esta ventaja debida a una falta de delicadeza. Pagad puntualmente lo que perdáis, sin aprovecharos del olvido de los otros.

En ninguna parte se descubre más la buena o mala educación del hombre, la nobleza o ruindad de sus pensamientos, como en el juego. Allí se ponen en movimiento de una parte la ambición, la codicia, la astucia interesada, la envidia, el rencor y otras mezquinas pasioncillas; de otra la generosidad, el desprendimiento, la noble emulación, la distracción desinteresada, y la chanza festiva y modesta. ¡Cuán diferentes serán los semblantes agitados por pasiones tan opuestas!

 

Nota
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