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La conversación. Segunda parte.

En los conciertos, conferencias o sitios en que todos escuchan, no se debe hablar y distraer la atención de los demás, impidiéndoles oír.

Arte de Saber Vivir - Prácticas Sociales. Ed. Prometeo
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La conversación y sus temas.

Una mujer superficial no poseerá jamás el arte de dirigir la conversación con tacto y delicadeza, encaminándola hacia objetos interesantes y elevados, de los que esté excluída la pedantería y no se encuentre puesto para la maledicencia ni para la burla.

Es una prueba de tontería hablar delante de extraños de los disgustos que nos afligen, de nuestros asuntos personales, y hasta una falta de educación contar con detalles minuciosos las cosas que nos atañen.

Muchas mujeres creen interesante hablar de ellas, de sus maridos, de sus hijos y de la manera como emplean el día.

Otras, por tímidas, apenas abren los labios, y causan gran embarazo al interlocutor, condenado a hablar solo, mientras que hay personas que acaparan la conversación y no dejan meter baza a nadie.

El acaparar la conversación o entremeterse a dar opiniones, sobre todo hablar alto, gesticular con viveza, son también defectos que han de evitarse.

Las jovencitas no deben dar su opinión ni mezclarse en ciertas conversaciones atrevidas, pero es igualmente peligroso hacer la ingenua, porque nada hay tan ridículo como una inocencia fingida.

En los conciertos, conferencias o sitios en que todos escuchan, no se debe hablar y distraer la atención de los demás, impidiéndoles oír.

"La persona de amena conversación ha de ser animada, dulce, sencilla, sin facultad ni rebuscamientos"

Un exagerado amor propio hace balbucear a muchas personas y hablar despacio, sin entonación, con monotonía y uniformidad, como si se escuchasen, mientras otras dan a cada sencillo párrafo de la conversación aire de discurso o de sentencia.

Es corriente ver personas que para hablar de un asunto vulgar hacen un largo exordio o digestión histórica, cansada y enojosa, que desvía del objeto principal, hasta el punto de que se ven luego obligados a recordarlo como consecuencia y moraleja.

Así, pues, la persona de amena conversación ha de ser animada, dulce, sencilla, sin facultad ni rebuscamientos, huyendo de lo vulgar y de la imposición del yo, para saber escuchar, callar, responder e interrogar oportunamente. Es un arte que solo un recto buen sentido enseña.

Las repeticiones y las locuciones vulgares se evitan con la costumbre de leer buenos autores y hablar con personas distinguidas. La razón es sencillísima. No estando acostumbrados a usar ciertas palabras, no acuden jamás a la memoria, y se adquiere forma galana y escogida con el hábito de leer y oír buenos hablistas.

Nada hay de tan pésimo efecto como escuchar de los lindos labios de una dama elegante, las palabrotas vulgares del arroyo. También el timbre de la voz es susceptible de educarse en el medio en que e vive. Comparemos el timbre fuerte y destemplado de un hombre o mujer del campo con la voz sonora de una dama o de un caballero educado. Conviene, pues, evitar los defectos de pronunciación y hacer que la voz adquiera serenidad y dulzura.

Es tal el encanto que emana de una voz dulce, que muchas personas, sin poseer belleza, son simpáticas por el acento. Hay, además, que tener en cuenta que las gracias físicas son efímeras, y que la última belleza que nos resta es la del talento y la conversación. Se ve con frecuencia en sociedad preferir la conversación de los ancianos, cuya fluidez de palabra nos encanta, a la sosería de los jóvenes.

Además, no hay que olvidar la célebre frase: "Si a las jóvenes bonitas puede dispensárseles no tener talento, todas las demás están obligadas a manifestarlo".

 

Nota
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