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De nuestros deberes respecto a los pobres, a los enfermos y a los desgraciados. I.

La urbanidad encierra una misión mucho más dulce y más suave que la de dar elegancia a nuestras maneras e iniciarnos en las prácticas escogidas de una sociedad de buen tono.

Novísimo Manual de Urbanidad y Buenas Maneras para uso de la juventud de ambos sexo
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"La urbanidad y la caridad son casi dos sinónimos". Anónimo.

Lo he repetido muchas veces durante el curso de esta obra: la urbanidad encierra una misión mucho más dulce y más suave que la de dar elegancia a nuestras maneras e iniciarnos en las prácticas escogidas de una sociedad de buen tono.

Su tendencia es mucho más moralizadora, y sus beneficios morales de una transcendencia mucho más importante, pues trueca a todos los individuos de la gran familia humana en hermanos, y apaga la abrasadora tea de la discordia, atizada por la grosería y la ignorancia. Ella es la que nivela al rico y al pobre por medio de la caridad y la benevolencia; ella es la que consuela al enfermo, que se revuelca en su lecho de dolor, y atrae a su lado a los felices de la tierra, los cuales abandonan gustosos sus placeres para enjugar las lágrimas del que sufre; ella es, por último, la que une al sabio y al ignorante por medio de la tolerancia, y la que realiza los sueños de bella fraternidad que predican los filósofos modernos.

¡Dichosos los que se someten a su imperio! ¡Dichosos los que acatan sus leyes suaves y civilizadoras! ¡Dichosos, en fin, los que saben cubrir todas sus acciones con ese mágico velo que las presta encantos tan bellos y seductores!

Cuando la urbanidad forma una dulce comunión con la beneficencia, toma proporciones tan sublimes que es preciso acatarla de rodillas, porque los beneficios quedan realzados por la más exquisita delicadeza. Entonces es mayormente cuando se convierte en virtud, y en virtud la más bella y provechosa, pues trueca a los hombres en ángeles de consuelo de los que ignorados lloran.

Dichosos, repito, los que se entregan a su benéfico influjo, porque hallarán en su misma conducta, en sus mismos sacrificios, la más suave y digna recompensa.

En efecto, ¡puede haber nada que nos reporte un placer más puro que esparcir paz, bienestar y consuelo, en el asilo donde moran la desesperación y el infortunio! ¡ puede haber nada más grato para un alma noble que el espectáculo de la felicidad ajena, comprada con el ligero sacrificio que ha hecho de algunos inútiles caprichos! ¡Ah! ¡seamos siempre benéficos y compasivos! ¡pensemos que algunas horas pasadas en la indolencia pueden servir de consuelo y alivio a los enfermos tristes y abandonados! ¡pensemos que la privación de algunos objetos insignificantes, pueden dar pan a una familia hambrienta! ¡pensemos, ¡ah! pensemos que los únicos placeres que jamás aburren, que jamás dejan en el alma un sabor de amarga hiel, son los que nos proporcionan el cumplimiento de nuestros deberes y las bendiciones de los infelices a quienes hemos arrancado, siquiera por algunos instantes, a su horrible desventura!

Tiernas alumnas mías, amantes jovencillas, a vosotras en particular me dirijo, porque vuestra misión es de paz, de amor y de ternura: sed benéficas y compasivas, no rehuyáis jamás el ir a consolar al enfermo, no rechacéis con dureza al pobre desvalido, acostumbraos desde la infancia a desprenderos de lo superfluo, para darlo a los que están hambrientos y desnudos.

Las migajas de pan duro que el pobre deja caer sobre la yerba, alimentan a muchos pajarillos; ¡las sobras de los ricos pueden alimentar a muchos infortunados!

No olvidéis que una sencilla diadema de flores puesta entre vuestros cabellos, os hará más hermosas que un espléndido brillante; y preferid a los objetos de un lujo inmoderado, el poderos adornar a los ojos del mundo con un collar de suaves beneficios.

No olvidéis que Dios ha dado a vuestra alma una sensibilidad más exquisita, a vuestros ojos una mirada más tierna, a vuestra voz una inflexión más dulce para que pudierais poner por obra sus divinos decretos, y ser los faros de luz, consuelo y esperanza que quien a los infelices al través de las penalidades de la vida.

Sed benéficas y compasivas, tiernas amigas mías, y Dios os dará sus bendiciones, y el mundo inclinará respetuosamente la cabeza a vuestro paso.

Con cuanto acabo de decir queda demostrado cuáles son nuestros deberes con respecto a los pobres, a los enfermos y a los desgraciados; pero el asunto es de tal importancia que voy a añadir todavía algunas observaciones.

Cuando alguno de nuestros amigos esté enfermo, enviaremos todos los días a preguntar por su salud, si es que no tenemos bastante confianza para ir en persona.

Las visitas que se hacen a los enfermos cuando no se puede servir de ninguna utilidad, han de ser cortas y silenciosas.

Si el enfermo o el que le asiste nos habla detalladamente de su enfermedad, lo escucharemos con interés y procuraremos infundirle esperanzas.

 

Nota
  • 11061

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