Cortesía relativamente a la mesa. V.
El amo debe cuidar mucho de que las conversaciones sean graciosas y amenas, sin hacerse malignas ni mordaces.
Los buenos modales en la mesa.
Como el trinchar es una incomodidad, natural parece que el amo se encargue de hacerlo, a menos que se deje para un criado inteligente. El incomodarse con el cocinero o con el repostero o con los criados en presencia de los comensales es suma descortesía, ya porque a los presentes les molesta esa incomodidad, ya porque suponen que los criados los mirarán como causa de los vituperios o reconvenciones que sufren.
El amo debe cuidar mucho de que las conversaciones sean graciosas y amenas, sin hacerse malignas ni mordaces, y sobre todo tiene obligación de impedir que un comensal sea el juguete de los demás, cual le sucedía en la corte de Calígula al pobre Claudio, el cual, como se durmiese en la mesa después de haber comido, era el hazmereír de los comensales que le arrojaban huesos de dátil y aceitunas, le quitaban el calzado y se lo ponían en las manos para que al despertar de súbito se dañase el rostro.
Sería mayor la descortesía si el mismo amo de la casa quisiese burlarse con sus convidados y reirse a su costa con alguna ocurrencia de mal género, como el loco de Heliogábalo que habiendo mandado construir camas de cuero y llenarlas de aire en vez de lana, cuando sus comensales comían y bebían con la mayor alegría hacía abrir de repente un agujero oculto por debajo, de manera que las camas se bajaban de improviso y los pobres diablos tendidos en ellas daban de narices en la mesa.
Diré finalmente, que no solo la cortesía y la decencia, sino también el honor y la moral prohíben al amo dar convites a fin de promover bromas licenciosas y de malas costumbres, imitando a Sulpicio Galba el cual solía dormirse después de comer a fin de que su esposa tuviese libre el campo para entretenerse mano a mano con Mecenas. Ese sueño era tan voluntario, que habiendo un criado querido aprovecharse de él para llevarse una botella, Galba se levantó prontamente y le dijo: "alto, muchacho, yo no duermo para todos"; de suerte que no dormía sino para su mujer.
Tratándose ahora de los convidados diré, que se expone al dictado de parásito el que acepta cuantas comidas se le ofrecen, y merece el de misántropo el que las rechaza todas. Puede uno rehusar un convite cuando puede traer compromisos y obligaciones que no agradan ni convienen, pues entonces el convite viene a ser un contrato en el cual, hay lesión por parte de uno. Esto es más común en tiempo de partidos políticos, o de otra clase, pues el aceptar una comida da lugar a suponer que se abraza el partido del amo o de los comensales.
Cuando se acepta un convite es preciso adaptarse a las costumbres de la familia, no mezclarse en los asuntos domésticos, no mostrarse descontento si las consideraciones no corresponden al mérito de uno. No debe pretenderse ocupar en la mesa un sitio distinguido, porque esto ofende la vanidad de los demás y le expone a uno a ser tachado de orgulloso. No debe desplegarse la servilleta ni comenzar a comer antes que el dueño o que la persona de más respeto. Es indispensable aguardar a que los otros se sirvan antes, sin empeñarse no obstante en ser el último si estos se oponen a ello, sino que se debe tener en esto un temperamento, que ni le haga pasar a uno por terco ni por altanero.
Acepta con graciosos modales y de ningún modo con gesto de desagrado cuanto te den sin perjuicio de comer luego lo que te parezca oportuno, puesto que nadie te obligará a indigestarte para darle gusto. Nunca pases a otra persona el manjar, el licor o el café que el amo o quien hace sus veces te ofrece directamente, pues de este modo le echas en cara que ha faltado a lo que las consideraciones exigían. Toma de una vez cuanto necesites, y guárdate de tomar dos veces.
Nunca manifiestes predilección particular por este o el otro plato, ni hables mucho de los manjares, pues esto arguye sensualidad muy reprensible. No censures los manjares si no son de tu gusto, o si la inadvertencia del cocinero ha dado lugar a alguna equivocación. No elijas los bocados mejores, y sobre todo nunca alargues los brazos para coger las fuentes distantes. No ponderes los convites que te dieron en otra parte, pues la comparación puede ofender al dueño de la casa en que estás comiendo. Tose, escupe y menéate lo menos posible, y nunca se te ocurra tomar un polvo. No dobles la cabeza sobre el plato, sino que debes bajarla un poco al llevar a la boca cosas líquidas.
Es superfluo decir que quien asiste a la mesa como simple testigo ofende el amor propio del dueño, el cual se proponía regalar el apetito de los comensales. Tu esquivez le hace sospechar que ha turbado tu habitual modo de vivir, y otra vez le obligará a hilarse los sesos a fin de adivinar tus hábitos y tus gustos.
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