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Actos que molestan a los demás. VII.

Es tan natural en el hombre la tendencia a ensalzarse a sí mismo y a deprimir a los otros, que casi sin notarlo y sin ánimo resuelto de ofender mortificamos el amor propio de los demás.

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida
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Actos que molestan la memoria, los deseos y el amor propio de los demás.

Siendo diferentes la suma y la importancia de las perfecciones de que están dotados los hombres, nace de ellas diferente expectación de consideraciones, de suerte que si a todos se tienen las mismas, queda ofendido el amor propio de los superiores y rebajado el valor de la cortesía. Llegan a vuestra casa un profesor y un deshollinador; y si al presentarse el segundo os levantáis cual hicisteis al llegar el primero, corréis a presentarle una silla, le hacéis servir una taza de café y le habláis como al profesor, es indudable que ofenderéis el amor propio de éste que se verá confundido con un deshollinador. De aquí resulta que cuando para elogiar a un hombre se asegura que es igual con todos, se dice una necedad, cuya justificación ha menester explicaciones.

En suma, los actos exteriores que demuestran afecto, estimación, y disposición a servir a los demás, deben corresponder a la calidad y al número de sus perfecciones, y han de crecer o disminuir según que éstas crezcan o disminuyan. El sentimiento de la conveniencia es el sentimiento pronto y delicado de las perfecciones ajenas y del grado de estimación que a ellas corresponde, sentimiento que se hace sensible por medio de los actos exteriores.

Es tan natural en el hombre la tendencia a ensalzarse a sí mismo y a deprimir a los otros, que casi sin notarlo y sin ánimo resuelto de ofender mortificamos el amor propio de los demás en el breve intervalo de una conversación. Las combinaciones más comunes, versan sobre los asuntos siguientes: Casi todos nos esforzamos en probar al desgraciado que él mismo es causa de su desgracia, y para sustraerse del deber de socorrerle se le dice en lenguaje muy claro: fuiste un tonto, o un malvado. Tal es por lo común el urbano consuelo que se procura a los afligidos. Suelen atribuirse a uno solo las desgracias o los malos acontecimientos en que tuvieron parte muchos; y para gozar del vil placer de zaherir la fama de persona determinada y conocida, no se hace mención de ella para que contra la misma caiga el odio de todos.

Con frecuencia nos quejamos de quien nos sugirió un consejo que por circunstancias imprevistas no ha dado buen resultado, no obstante de que nosotros mismos lo pedimos y antes de ponerlo en ejecución lo reputábamos muy bueno.

Se dice al hombre venturoso que no puede vanagloriarse de su ventura, porque lo debe a la suerte o al auxilio ajeno. El negocio no hubiera tenido principio sin las sugestiones de Pedro, ni proseguido sin el auxilio de Pablo, ni terminado sin la ayuda de Martín, y por este tenor nos hilamos los sesos para negar la destreza y la perspicacia al primer autor; mas si se tratara de achacarle un delito, seríamos menos avaros. Si al fin se conviene en que el buen éxito se debe a su industria, entonces aun decimos que habría sido mucho mejor tomarlo por otro estilo, cuyas ventajas se decantan hasta tal punto, que la gloria del otro queda eclipsada. Mas supongamos que has podido destruir esa ponderada posibilidad; en este caso no te creas vencedor, pues contra tu invención aun queda una reserva formidable. En efecto, aun habrá muchos que dirán haber sido ellos quienes te aconsejaron el proyecto.

La facilidad con que crecen o se difunden las imputaciones de vicios o delitos, honra poco a la naturaleza humana. Atendida esta inclinación, si te atribuyen algun delito, tu vecino asegurará que no lo cree, mas al través de sus respuestas lacónicas o difusas traslucirás su persuasión. Y mientras tanto uno no te volverá el saludo, otro se alejará de ti y otro evitará hablarte.

Otras veces anunciarás una idea que crees nueva, y al momento hay quien te demuestra que es vieja y manoseada se admira de tu ignorancia que la ha expuesto como nueva, y aun debes agradecer que no te atribuyan la vanidad del grajo que se adornó con las plumas del pavo. Si por casualidad han soltado tus labios un dicho agudo, tu vecino hará como quien no oye, manifestando que está ocupado en el examen del retrato que tiene en la tapa de la caja o mirando las pinturas de la sala. Si ocupas a la comitiva con una relación interesante, toma el sombrero y se va, o procura algún accidente para interrumpirte, o suscita algún rumor a fin de que pierdas el hilo.

Si incurres en alguna equivocación o inadvertencia, la risa de los circunstantes y su continua algazara te prueban que el placer de deprimir es por lo menos cien veces mayor que el sentimiento de la verdad y de la justicia.

Conocerás también la cortesía o la descortesía da las personas con quienes hablas, en el siguiente síntoma. Cuando uno incurre en una equivocación, el hombre urbano reprime la risa y apenas se sonríe momentáneamente, mientras el descortés se ríe como un loco; el primero reputa mosca una mosca; el segundo se esfuerza para convertirla en elefante.

 

Nota
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