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Algunas acciones pertenecientes a la conversación.

Hasta en las conversaciones jocosas se ha de guardar cortesanía.

Reglas de la buena crianza civil y cristiana
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La conversación es como el teatro de la civilidad y la cortesanía; es un comercio en que cada uno ha de contribuir con su propio caudal para hacerla agradable; no hay cosa más gustosa, si la urbanidad es recíproca en una conversación. Se ha de observar en ella un aire libre, pero honesto; hasta en las conversaciones jocosas se ha de guardar cortesanía; no será vituperable que parezcas joven en ellas, pero si que te hagas niño.

Has de saludar con profunda reverencia a los superiores cuando te acerques o apartes de ellos; y esta reverencia se ha de medir al respecto de lo que fuere el superior, más o menos elevado en dignidad y mayor que tú.

Cuando vengan a visitarte personas de distinción, aunque sean iguales, has de salir a recibirlas, luego que te avisen de su arribo; acompáñalas después al lugar destinado para la visita; preséntales luego las sillas para que se sienten, pues sería faltar al respeto si las dejases estar en pie, o hicieses pasear mientras las hablares, a no ser que ellas abiertamente manifiesten desearlo así. Cuando se van, pide la cortesía, que las acompañes hasta la puerta de la escalera y que no te retires hasta que las pierdas de vista. Si las circunstancias de las personas pidieren más o menos, te arreglarás el estilo recibido en el país.

No subas a caballo ni en coche delante de otro mayor que tú, a quien hayas ido a visitar; será mejor que andes algunos pasos en la calle antes de subir.

Levántate de la silla cuando alguno se acercare para hablarte, sobre todo, si es persona de calidad, mayor que tú, y aunque sea igual, como no seaís muy íntimos y familiares.

No entres cubierta la cabeza en el aposento de persona de superior esfera a la tuya, si estuviere en él; en cualquier parte que esté, descúbrete antes de saludarla y hablarla, o cuando pasa por delante del lugar en que estuvieres; lo que has de hacer, a tanta mayor distancia, cuando la tal persona es más elevada en dignidad.

En ninguna manera convides, al que sea mayor que tu a que se cubra, ni tu te has de cubrir tampoco, si él no te lo ruega, y aún en este caso debes esperar a que él se haya cubierto; no has de resistir a cubrirte con sobrada importunidad si te lo pidiere por segunda vez, a menos que sea persona tan elevada en dignidad que comprendas sea menester que te lo mande por tercera vez.

Entre iguales, después de haberse convidado recíprocamente con mucha urbanidad a cubrirse, es lícito hacerlo a un mismo tiempo; pero es faltar a la cortesía el tomar luego el puesto mejor o rehusarle con sobrada porfía cuando es ofrecido, y cada uno en su propia casa le ha de ceder a su igual.

Si no fueres muy superior en puesto o en dignidad a otro, no has de sufrir que esté en tu presencia mucho tiempo descubierto sin que le convides a cubrirse, ni ofrecer más de una o dos veces la precedencia a un inferior que no pueda aceptarla sin faltar a su obligación.

Siempre que una persona superior pasare por delante de tí, te has de parar un poco y retirarte también, principalmente a la entrada de las puertas y en los lugares angostos para darle lugar; y en una escalera le has de ceder el puesto mejor, que suele ser el más inmediato a la pared o el que sea más cómodo para pasar y subir.

Si tal persona viene para hablar a otro con quien tu estuvieres conversando, te has de apartar, a menos que te prevenga que no te muevas.

Lo mismo has de observar cuando entrares en el cuarto de un sujeto a quien deseas hablar y le hallares conversando con otro, aunque sea igual, y con mayor razón, si es superior. Y si entrando en cualquier otro lugar, hallares en él alguna persona de alta esfera a quien no necesitares hablar, también te has de retirar y apartarte.

Si esta tal persona superior entrare en el lugar donde estuvieres, quédate en pie y descubierto hasta que ella se haya sentado y cubierto; y lo mismo has de observar cuando se vaya, hasta que esté fuera; y todo el tiempo que se detuviere, ha de suspender o dejar interrumpida la conversación o la acción que tenías comenzada cuando entró.

Cuando llamares a la puerta de alguna pieza o aposento, no des grandes golpes y deja espacio suficiente, antes de que repitas la segunda llamada, y lo mismo de la segunda a la tercera, si es menester; lo que se ha de hacer más o menos según la calidad de las personas.

No abras con violencia y ruido las puertas de los cuartos donde entrares, y en particular si hay en ellos hombres de representación; y lo mismo evitarás al salir cuando volvieres a cerrarlas.

Cuando una persona de distinción te haga sentar a su lado, has de tomar por señal de respeto, si la hubiere, una silla inferior a la que él ocupa; pero no estaría bien que rehusases con sobrada porfía la que se te presentare.

Hablando con gente calificada, no te arrimes ni descanses apoyándote en parte alguna, ni te acerques a ella demasiado, que no haya lo que menos un paso de distancia.

No preguntes al que fuere de clase muy superior a la tuya, como se haya o como lo pasa, si no estuviere enfermo.

Si nada entiendes en la medicina, no te metas a prescribir remedios al enfermo que visitares, ni a tocarle el pulso, si no tuvieres con él alguna superioridad, advirtiendo que jamás le has de tomar a persona del otro sexo.

No tires de los vestidos al sujeto a quien quieres hablar; no le llames de lejos ni con palabras ni con signos, si es persona a quien debas respeto; mas ve a hallarla donde está y nunca señales con el dedo al sujeto de quien se habla.

No mires ni toques curiosamente los escritos, los libros u otras cosas semejantes de otro, sin su consentimiento, y no pongas la vista sobre lo que otro lee en particular.

Abstente, cuando pudieres, de estar distraído mientras que otros hablaren; de sentarte, estando ellos en pie, y de pasearte cuando estén detenidos o parados.

Delante de personas, aunque sean iguales, no has de dar las espaldas al fuego, no le has de tocar sin necesidad, ni acercarte a él más que a los otros, y ofrece gustosamente lugar a los que fueren entrando. Las leyes de la cortesía prohíben quitarse los zapatos o las chinelas para calentarse los pies delante de gente de modo.

No estornudes ni escupas delante de otros, vuélvete a un lado; y tampoco escupas a larga distancia, ni a la pared, ni de la ventana o balcón a la calle. Si lo que escupieres puede parecer mal, pondrás el pie encima, o mejor será escupirlo en tu mismo pañuelo; lo has de observar principalmente en casas de personas de suposición y de mucha limpieza; guarda que no salpiques con alguna gota de saliva a la persona que hablares, y para esto, ponte a distancia proporcionada.

No bosteces, sobre todo en conversación, si pudieres evitarlo; y cuando no puedas abstenerte, hazlo sin ruido y sin hablar, cubriendo la boca con la mano o con el pañuelo y volviendo algo la cara de la vistra de los asistentes.

En junta o congreso de muchos, en que se tratan negocios, en presencia de alguna persona superior que pide su sentir a los otros, cada uno ha de descubrirse todas las veces que es instado para darle o cuando pidiere el permiso para proponer alguna cosa en tal junta o congreso; podrá, no obstante, quedar cubierto, mientras hablare, si el que preside la junta previno al principio que se cubriesen.

Cuando estaras en compañía de algunos o muchos, no pases la mano por delante de una persona superior o a quien debas respetar, para dar alguna cosa a otro que está apartado o para recibirla de éste, porque parecería muy mal; pero preséntala o recíbela por detrás de tal persona como la cortesía lo pide; y cuando quieras ir a otro lado, no pases por delante de aquellos a quienes debas respetar, si ya no es que la necesidad te obligase a ello, pidiendo antes permiso.

No seas largo en las visitas, sobre todo a los enfermos, a aquellos a quienes es precioso el tiempo, como suele ser la gente dada a la devoción, al estudio o de muchas ocupaciones. Para esto es menester cortar o abreviar, todo lo posible, las ceremonias ordinarias y manifestales más presto el deseo, la afición o el respeto que les tienes por algunas señales exteriores que por largos cumplidos.

No mires las afectadas e importunas ceremonias de aquellos que rehúsan a cada instante la honra que les es debida, y que mezclan en sus razonamientos frecuentes excusas y molestos preámbulos de una afectada modestia. Evita con cuidado las aborrecibles complacencias de los lisonjeros, que por intereses aprueban indistintamente todas las acciones buenas o malas de aquellos a quienes desean agradar. Para las ceremonias necesarias y que se hacen por obligación, sigue el estilo de la gente de más opinión, conforme al tiempo, a la edad y a la condición de las personas; guarda en todo esto un medio y cuidado que no des en el exceso.

Haz por manera, que tu conversación sea medida y modesta, sin autoridad ni afectación; libre y alegre, sin ligereza ni disolución; dulce y graciosa, sin estudio, ni lisonja; abierta y cordial, con prudencia y discreción; y por último, proporcionada, útil y agradable a aquellos con quienes conversares.

Habla con voz moderada, ni sobradamente lenta, ni precipitada con demasía, ni áspera, ni afeminada; es decir, que has de hablar de modo, que sin hacer ruido, puedas ser fácilmente entendido de aquellos con quienes conversares.

Siempre nos hemos de conformar a los talentos que hemos recibido de la naturaleza, y no violentarnos ni en la acción ni en la voz como hacen muchos que fingen una voz lánguida o la lengua gruesa, y afectan un cierto modo de andar y unos gestos que no les son naturales. La violencia y la irregularidad se descubren luego; y el atractivo que tiene, naturalmente la sencillez, hace conocer todo lo que es afectado, indecente, repugnante y ofensivo.

No te has de servir de locuciones, frases o modos de hablar de gente ordinaria y común; guarda que no se te escape ninguna de aquellas palabras libres o equívocas, que hacen alusión a alguna cosa deshonesta.

En las palabras y cuentos jocosos, que se dicen por diversión y recreo, guarda siempre un cierto aire de moderación y decencia, por no caer en el desorden de aquellos que no tienen de ordinario seriedad alguna en la conversación, que todo lo vuelven risa y divierten, como truanes, a los concurrentes con frialdades, cosas impertinentes o acciones ridículas e indecentes, y lo que es más, con zumbas de las cosas santas, o de los defectos del prójimo. No rías sin motivo, y si hubiere ocasión de reír, no sea a carcajadas, ni con disolución.

En las conversaciones familiares no se han de usar períodos largos, ni agudezas estudiadas; nunca has de procurar distinguirte en la conversación, ni en otra parte.

A nadie contristes con palabras picantes, altivas o de desprecio; manifiesta con tu modo de hablar humilde y respetoso, que defieres la honra a aquellos con quienes conversas, sobre todo cuando son personas de consideración; no debes asi mismo en su presencia dar señal alguna de cólera, contra los que están bajo de tu autoridad.

En los modos de hablar y en los tratamientos se ha de seguir el estilo corriente en la ciudad, y el ejemplo de la gente, que pueden hacer ley en esto; lo mismo en el escribir; todo esto es asunto largo. Cada reino, cada provincia y cada país tiene sus estilos, y es menester conformarse al más comúnmente admitido.

Dicta la prudencia que hables rara vez de ti propio y de lo que puede redundar en tu alabanza. Cuando estés obligado a decir algo, lo has de hacer con pocas palabras, con humildad y modestia, sin despreciar a los otros, ni levantarte sobre ellos.

Es impertinencia grande proponer en la conversación cosas poco convenientes al tiempo y a las personas, como decir cosas tristes en las recreaciones, bajas y ligeras en compañía de gente sabia y docta, sutiles y remontadas delante de sencillos e ignorantes. Sobre todo, jamás abuses de la atención de los que te escuchan, con referirles cosas frívolas; por ejemplo, tus sueños o cosas semejantes.

Explica con pocas palabras lo que tengas que decir, particularmente hablando con personas de mucha consideración o muy inteligentes. Cuando hablares de negocios, sea con quien fuere, no hagas largos preámbulos, ni grandes excusas, sino entra luego en la materia, si puedes hacerlo fácilmente; evita, sobre todo, las frecuentes, digresiones, como también las repeticiones ociosas.

No refieras tus dependencias particulares y domésticas, sino a tus amigos, o a los que puedan darte consejo o informes convenientes. En todo género de relaciones, ya sea de cosas particulares, ya sea de historias, ten cuidado de no ser sobradamente prolijo, sobre todo cuando no lo pide el asunto, o adviertes que los oyentes no gustan de ello. Cuando refieras algo, no pidas la aprobación a los que te escuchan con estas palabras u otras semejantes: "¿No es verdad?" Y mucho menos les has de dar con el codo golpeándolos. Nunca nombres al sujeto de quien supiste las cosas que cuentas, menos que estés seguro que no le sabrá mal.

Evita en las conversaciones las respuestas tardías, las preguntas sobradamente familiares, réplicas poco juiciosas o ásperas, familiaridades poco esperadas, una alegría desabrida y tumultuosa, un disgusto demasiadamente sensible, ojos errantes e inquietos, bostezos y distracciones de lo que se dice.

En la conversación aunque sea entre iguales, habla con moderación y a propósito sobre el asunto que se tratare; no seas, ni silencioso con exceso, no hablador tampoco, y sujeto a tal flujo de palabras que nada te pueda detener. No interrumpas al que ha comenzado a hablar, aunque sepas ya lo que quiere decir; mas dale tiempo de concluir su razonamiento oyéndole con semblante pausado y decente, sin ponerte a leer o hacer alguna cosa, a menos que haya necesidad, y esto aún después de haber pedido permiso a los circunstantes, si no fueres superior de ellos.

En compañía de muchos no digas tu sentir en los asuntos que se proponen antes de que se te pida, si no eres el más calificado de todos o no prevés alguna necesidad. Cuando digas tu sentir, no hagas largos exordios, mas ve presto al punto de la cuestión propuesta.

No te opongas fácilmente al sentir de los demás, ni defiendas con temeridad tus pensamientos, y en materias en que es permitida la diversidad de opiniones, no condenes a los que defiendan la opinión contraria a la tuya.

No digas cosa que antes no hayas pensado bien; no respondas a otro antes que haya acabado de hablar; no sugieras palabras al que se explica con lentitud y dificultad, si ya no es que él lo desee, o que hables en particular con una persona familiar.

Cuando llegues a una conversación, no preguntes de que se habla, si no tienes autoridad sobre los demás, o mucha familiaridad con ellos. Si la conversación se hubiere suspendido por tu respeto, ruega cortesmente que se sirvan continuarla, pero el que comenzó ha de volver a referir en breves palabras lo que tenía dicho hasta el punto que el otro entró, si es sujeto que merezca respeto particular.

No te informes con curiosidad de las cosas ajenas que no te tocan; no cuentes inconsideradamente las voces que corren en el pueblo; no hables de las cosas futuras o inciertas que no puedes saber sino por conjeturas; y por ningún motivo hables de cosas que piden secreto.

No manifiestes que los defectos naturales de los otros te mortifican; no los mires con curiosidad, ni hables de ellos sin precisión; y sobre todo, en ningún caso, te es permitido contrahacerlos por zumba o dárselos en rostro a los que los tienen.

Recibe con agrado y con muestras de reconocimiento las advertencias que se te dieren; disimula con prudencia las faltas de respeto que contra ti se cometan; no te metas a dar consejos o reprensiones a los que no fueren súbditos o dependientes tuyos, a menos que te obligue a ello la caridad cristiana, y entonces lo harás con mucha discreción.

No desprecies al que hace lo que puede en la dependencia que se le ha cometido, aunque no salga como deseabas. A nadie reprendas jamás con cólera; pero cuando convenga hazlo con moderación, mansedumbre y discreción.

En conversación de muchos a ninguno hables en secreto; pero si fuese necesario, después de pedido el permiso para ello a la compañía o al superior, apartarás a corta distancia al que desees hablar, y despacha presto con breves palabras.

Si en un congreso o junta hubiese alguno más elevado en dignidad que los demás, todos han de volverse de ordinario hacia él cuando hablaren, y dirigirle principalmente sus razonamientos, sin conversar en particular con otros en su presencia. Si a tal persona más elevada en dignidad hablara a alguno con voz baja, los otros han de callar, pero sin escuchar lo que ella dijere.

 

Nota
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