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De las diferentes especies de reuniones. De los entierros.

Las esquelas de invitación para los entierros deben estar concebidas en términos muy claros y precisos, y sobre todo en los que sean más serios y usuales.

Manual de Buenas Costumbres y Modales. 1.852
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Manual de Buenas Costumbres y Modales. Urbanidad y Buenas Maneras.

1. Las esquelas de invitación para los entierros deben estar concebidas en términos muy claros y precisos, y sobre todo en los que sean más serios y usuales, y no deben aparecer participando el deceso sino los deudos o amigos muy inmediatos del difunto. Son extravagantes y aún ridículas, las esquelas mal redactadas, las que se apartan de la forma ordinaria, las que contienen expresiones que no son estrictamente necesarias, y aquellas en que nominalmente participan muchas personas, por más que el parentesco o la amistad las autorice a todas a ello. Las costumbres de cada país son las que dan la pauta para el ceremonial de un entierro. En ciertos países las invitaciones para los entierros se hacen por los periódicos. Los familiares hacen una invitación y las entidades comerciales u oficiales, con que el difunto ha estado vinculado, hacen otras tantas invitaciones.

2. No es lícito avisar para un entierro a personas que no tuvieron relaciones con el difunto, o que no las tienen con ninguna de las personas que lo participan. Sin embargo, cuando fallece un sujeto que estaba investido de un alto carácter público, o que por sus grandes virtudes y sus servicios a la sociedad gozaba de una notable popularidad, está permitido prescindir de esta prohibición, avisándoselo en el primer caso a los invitados, sean quienes fueren, y en el segundo a todas las personas que deban suponerse deseen tributarle el homenaje de acompañar a sus restos.

3. A los parientes y a los amigos íntimos del difunto, no se les pasa esquela de invitación; al hacerlo, sería suponer que necesitaban de estímulos extraños para llenar sus deberes, y con razón se vería en esto una ofensa hecha a su carácter y a sus sentimientos.

4. Los deudos muy inmediatos del difunto y las personas que los han acompañado en la invitación, son los que naturalmente forman el cuerpo de doloridos. Pueden agregarse a éste otras personas, cuando un vínculo estrecho y decoroso las haya unido con el difunto y las una con su familia; más por esto es necesario que proceda una excitación expresa de los principales doloridos. Sin esta restricción, el cuerpo de los doloridos podría aumentarse excesivamente, y aún llegar a quedar desnaturalizado; pues entonces debería ser la amistad la moviese a incorporarse a aquél, y, presentes como debe suponerse a todos los relacionados con el difunto, ninguno querría aparecer poco afectuoso, siguiéndose de aquí la incorporación de un crecido número de personas, que bien podrían componer a veces la totalidad de los acompañantes.

5. El padre y el esposo, están relevados de asistir al entierro; y respecto de los demás deudos, ellos se abstendrán de hacerlo, cuando encontrándose profundamente conmovidos, no se sientan con fuerza bastante para sobreponerse a su dolor, hasta conducirse con la serenidad y circunspección que exigen todos los actos públicos.

6. A la hora señalada para la reunión, los doloridos que han de acompañar el ferétro se situarán en la pieza donde éste se encuentre, y allí permanecerán hasta el momento de la salida.

7. En la marcha a la iglesia, lo dolientes se colocarán detrás del féretro; teniéndose para esto presente:

7.1. Que los puestos preferentes son en primer lugar el centro, y en segundo y tercer lugar la derecha y la izquierda del que ocupe el centro.

7.2. Que la preferencia en estos casos no la establece la edad ni la categoría de los dolientes, sino el grado de parentesco o amistad que los haya unido con el difunto.

7.3. Que cuando por ser muchos los dolientes han de distribuirse en dos o más filas, la preferencia respecto de éstas consiste en la mayor inmediación al féretro.

8. En cuanto a los acompañantes, éstos irán siempre en dos alas a uno y otro lado del féretro, marchando a una distancia conveniente unos de otros, de manera que el orden y la simetría contribuyan a dar al acto la seriedad que es tan propia de toda pompa fúnebre.

9. Los acompañantes deben marchar con el paso lento, y con un aire de circunspección y recogimiento que armonice con la naturaleza del acto y con la situación de los dolientes; pues es siempre una muestra de educación y de cultura, en manifestar en la exterioridad que se participa del dolor de las personas afligidas que se acompañan.

10. Es según esto un acto de sobremanera descortés e impropio, el conversar durante la ceremonia, o dentro del templo, y el ir una persona apoyada en el brazo de la otra. En cuanto a fumar en el tránsito, esta es una falta en la que no puede incurrir jamás ni las personas que solo tengan una ligera idea de la buena educación, y de los deberes y prohibiciones que imponen las convenciones sociales.

11. Dentro del templo los doloridos toman los puestos principales, que son siempre los más próximos al lugar donde se coloca el féretro. Respecto de los acompañantes, éstos se colocarán en los demás puestos, según la edad y la categoría de cada cual.

12. Una vez terminados los oficios religiosos y la inhumación, los acompañantes se retiran sin despedirse, haciendo sólo una cortesía a los doloridos aquéllos que los encuentren a su salida; más lo amigos más inmediatos del difunto se dividen en dos secciones, una de las cuales, junto con alguno de los deudos de éste, va a acompañar al cadáver hasta su inhumación, y la otra al cuerpo de doloridos, hasta la casa de donde salió el entierro.

13. Las personas que, según el párrafo anterior, acompañen a los dolientes hasta la casa de donde salió el entierro, entrarán con aquéllos a la sala, y tomarán asiento luego que los dolientes lo hayan hecho. Pasado un corto rato, en que está prohibida toda conversación en voz alta, la más caracterizada de las personas se pondrá de pié, lo cual harán inmediatamente todos los demás circunstantes, y se despedirá dando la manos a cada uno de los dolientes. sin expresarles que toma parte en su sentimiento, pues el solo hecho de haberlos acompañado lo indica suficientemente. Los demás acompañantes que no tengan algún motivo especial para permanecer por más tiempo en la casa, se retirarán en el mismo acto y de la misma manera.

14. El ataúd es cargado en hombros desde la capilla mortuoria a la carroza por los familiares masculinos o amigos más íntimos, o por personas especialmente contratadas.

15. Las cintas en número de ocho son llevadas por las personas más caracterizadas oficial o socialmente y son solicitadas por los familiares, o designadas por el protocolo en caso de personajes oficiales. Las cintas se llevan de la capilla mortuoria a la carroza y llegando al cementerio se cambian los portadores de ellas de la carroza al mausoleo o nicho donde se efectuará el entierro.

16. En la caravana de automóviles que acompaña a la carroza irán en el primer carro las personas más allegadas al difunto que son las que arrastran el duelo acompañadas por el edecán del Presidente de la República, si es que éste se ha hecho representar en el acto.

17. Si hay discursos, éstos se dirán en el cementerio. Después de los discursos y de los servicios religiosos se efectúa la inhumación de los restos con lo cual termina el ceremonial del entierro.

Ver el manual completo de Antonio Carreño.

 

Nota
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