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G. LA PRUDENCIA: El código de buenas maneras de la Corte absolutista. I.

El código de buenas maneras de la Corte absolutista. La prudencia.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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VI. LA PRUDENCIA: El código de buenas maneras de la Corte absolutista.

1. Introducción.

Los siglos XVII y XVIII son sendos siglos de dificultades. Ya en el inicio del reinado de Felipe III está presente una conciencia de crisis que no desaparecerá de ahora en adelante. La Hacienda, al borde de la bancarrota, hace imposible el mantenimiento de un Imperio que contaba con posesiones tanto en Europa como en Ultramar. Las ciudades sufren un goteo despoblador que acrecienta la paulatina ruralización de la sociedad española. Por ende, la tierra vuelve a convertirse en un valor fijo tras los fracasos comerciales e industriales. Ruralización y revalorización de la tierra alimentan una suerte de proceso de "refeudalización": se incrementan las exigencias señoriales sobre la propiedad de la tierra, adquieren una dureza inusitada las condiciones de explotación de la misma, se revitaliza la presencia de nobles en las filas del gobierno y prosigue la creación y venta de títulos nobiliarios. No obstante, tal proceso de "refeudalización" no comporta una restauración fidedigna de la sociedad medieval-feudal, ni siquiera un estricto regreso a ella. El proceso de "refeudalización" alude a la emergencia de un aristocratismo (Maravall, 1980:72-90) que conecta la pujanza nobiliaria de estos siglos con la preeminencia triunfal del sistema de valores de la nobleza del siglo anterior. Y es que el retorno a una sociedad feudal, guerrera y caballeresca se antoja inviable una vez que los nobles dejan progresivamente de lado las armas para abandonarse a los placeres y vicisitudes de la vida cortesana (Martínez Shaw, 1998:309-318).

El siglo XVII arranca con la expulsión de los moriscos en el año 1609. Ésta provocó notables quiebras en la economía de la época. España continuaba siendo, en muchos aspectos, una sociedad colonial basada en la explotación de los otrora vencidos, y los moriscos, como tales, se revelaron fundamentales en el entramado económico del país (Nadal, 1986:43-53). Si el soporte económico se encuentra debilitado, el demográfico tampoco corre mejor suerte. Las epidemias y la peste aumentando la mortalidad catastrófica; varones en edad de trabajar marchando como conquistadores-colonizadores a las Indias y el descenso de la natalidad son todos ellos factores que minan el contingente de la población (Nadal, 1986:55-64; Martínez Shaw, 1998:321-323) (Nota: En este sentido, y al igual que sucede en el siglo XVIII, estamos ante concepciones poblacionistas del desarrollo. Semejantes concepciones sostienen, a grandes rasgos, que es la despoblación la primera causa que explica y provoca la decadencia de un país). Mas la crisis del siglo XVII va más allá de lo económico, lo político o lo demográfico. Adviene una conciencia general que advierte que en el discurrir de las sociedades existen, inevitablemente, coyunturas desfavorables. Si bien en aquel momento no se utiliza profusamente el término "crisis" sí que se emplea su homólogo y afín "males".

Los "males" que afectan al país se enfrentan con soluciones, con "remedios". Así, se tornarán frecuentes y abundantes publicaciones sobre "remedios" que alivien o reparen los problemas que aquejan a la sociedad (Nota: Como indica Maravall (1980:56-60), la palabra "crisis" ya había sido utilizada con anterioridad en el campo de la medicina para referirse a los cambios, ya fuesen favorables o desfavorables, sobrevenidos en el organismo durante la enfermedad. Sin embargo, no fue utilizada durante este periodo para aludir a estados de perturbación o malestar social. Su equivalente en este sentido, como digo, fue la palabra "males". No obstante, lo que sí es palpable es la conciencia de decadencia y cambio como consecuencia de a) alteraciones en el sistema de valores y comportamientos congruentes con ellos -el honor, la riqueza o el sentimiento comunitario-, b) el malestar ante el encuadramiento social de individuos y grupos y c) la formación y consolidación de nuevos grupos sociales -burguesía-).

El siglo XVIII es el siglo del cambio dinástico. La llegada de los Borbones trae consigo un programa de reformas en los ámbitos económico, cultural y administrativo. Se confía en el desarrollo técnico como vehículo impulsor de la economía, la cultura comienza a adquirir el rango de instrumento generador de adhesión al sistema y la administración persigue su fortalecimiento y racionalización. Los Decretos de Nueva Planta, promovidos entre 1707 y 1716, avanzan en pos de la construcción de un Estado centralizado. Logran una relativa uniformización pero no una homogeneización institucional y administrativa completa (Martínez Shaw, 1998:368-371). La monarquía borbónica es absolutista, centralizadora e intervencionista. Encarna el ideal de un poder concentrado en manos del monarca; poder ejercido en la práctica por un complejo aparato de ministros, consejeros y delegados.

A pesar de todas las dificultades que aquí apunto (Nota: Esta caracterización básica de los siglos XVII y XVIII puede ser ampliada en diferentes aspectos a partir de Domínguez Ortiz (1976), Artola (1982), Domínguez Ortiz (1989), Elliott (1991) y Casey (2001)), existe un espacio social a lo largo de ambos siglos en las que éstas parecen, aparentemente, no sentirse. Se trata de un espacio social que realza la magnificencia y carácter divino del monarca, que reclama para sí el poder político y administrativo y que pretende ser el punto de referencia hacia el que orientar el modo de vida de la persona. Este espacio social no es otro que la Corte. Tras fijar Felipe II la capitalidad en Madrid en el año 1561 y en paralelo a la afirmación de la hegemonía hispánica en Europa y Ultramar, la Corte de Madrid se erigió en modelo para la Europa cortesana durante el último tercio del siglo XVI y todo el siglo XVII (Álvarez Osorio, 1991:256). Posteriormente, el modelo sería Versalles o la Corte prusiana en los siglos XVIII y XIX respectivamente.

Al abrigo de la Corte y de sus peculiares características se forja un nuevo código de buenas maneras que tendrá como protagonista al cortesano. Este código se llamará de la prudencia. Gracias a sus preceptos sabrá el hombre conducirse en la Corte y con sus enseñanzas podrá el neófito iniciarse en los vericuetos del mundo cortesano. El código de la prudencia convive y se solapa en sus inicios con el de la cortesía moderna. No es posible establecer un punto fijo en el tiempo a partir del cual pueda decirse que uno se agota y otro empieza. Lo que sí es claro es que el código de la prudencia se destina a un auditorio más selecto y restringido que el de su predecesor: el mundo de la Corte. Este auditorio, sujeto y objeto del código, es quien marca las diferencias con el universo de la cortesía moderna.

El objetivo de este capítulo lo constituye el estudio del código de buenas maneras de la prudencia. Este código, estrechamente vinculado al ámbito cortesano, no se diferencia en cuanto a su lógica interna de cuantos le anteceden. Establece al igual que los anteriores un conjunto de coacciones, que en nombre de la prudencia, actúan sobre el comportamiento a favor de la regulación y ordenamiento del mismo. Tales coacciones poseen una justificación y como tales, responden a un argumento que legitima su existencia. Las coacciones se materializan en forma de preceptos y consejos en manuales sobre buenas maneras y en publicaciones encuadradas en lo que he dado en llamar 'literatura cortesana'.

Para el estudio del código de la prudencia me he servido de las publicaciones que a continuación cito. Inicialmente, el análisis de los principios básicos que rigen dicho código lo he efectuado a partir de la obra de Baltasar Gracián (1601-1658) Oráculo manual y arte de prudencia, publicada en 1647. En ella se recogen trescientas máximas cuyo objetivo es proporcionar una guía para la consecución de la perfección mundana y espiritual en la persona. Su intencionalidad es firmemente didáctica y el reconocimiento de esta obra viene avalado por las sucesivas traducciones que, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, la pusieron al alcance de lectores franceses, italianos, suecos, alemanes, holandeses, rumanos, polacos, húngaros y rusos. Aunque no se trate estrictamente de una obra perteneciente a la denominada "literatura cortesana" ya que las enseñanzas de Gracián pretendían llegar más allá del ámbito de la Corte, sí es cierto que fue útil como patrón de referencia a numerosos cortesanos en su pugna por el prestigio y el favor real (Nota: Para Elías (1987:570) el Oráculo manual y arte de prudencia es el primer manual de psicología cortesana que se publica en Europa. La ligazón de esta obra con el universo cortesano se manifiesta, por ejemplo, en el título con el que aparece en su edición francesa: L'homme de la cour (El hombre de la corte). Este título se mantiene; en las veinte ediciones que conoció la obra durante los siglos XVII y XVIII). Gracián pretendía con sus obras definir un tipo humano integral ("El Héroe", "El Político" o "El Discreto") y en ésta no hace otra cosa que exponer su concepción total de ser humano. Inicialmente fue publicado como volumen de reducido tamaño, circunstancia que facilitaba su transporte y manejo. El Oráculo Manual... constituye un ejercicio de depuración del saber de Gracián, que se presenta reducido a la mínima expresión al eliminar todo lo que es superfluo en el mensaje. La idea básica que articula la obra es la de un mundo cambiante para el que se precisa que el individuo se comporte según la ocasión también de forma cambiante. El texto no presenta ninguna estructura definida sino que ha de ser el lector quien reconfigure el ideario de la prudencia tal y como Gracián lo construyó, recurriendo a la observación personal y dejando de lado ayudas teológicas.

 

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