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D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. VI.

La sociedad estamental española: El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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No hay más que una manera de participar en la exclusividad, privilegios y honores de la nobleza. Esta manera no es otra que el nacimiento. La limpieza de sangre se le presupone al noble y nunca por sí misma es suficiente para conferir honores nobiliarios. Nacimiento y limpieza de sangre no están, pues, al mismo nivel; no son dos mecanismos equivalentes para formar parte de la nobleza; no son dos mecanismos paralelos ni sustituibles entre sí. El nacimiento es prioritario y complementándolo, en posición subordinada, aparece la limpieza de sangre (Maravall, 1979:118). La limpieza de sangre introduce en la sociedad estamental española elementos propios de una sociedad estratificada por castas en la que las posiciones sociales resultarían determinadas por la mayor o menor pureza de sangre transmitida con el correr de las generaciones. Sin embargo, elementos de esta naturaleza, típicos de una sociedad de castas, no consiguen desbancar al nacimiento como criterio básico de estratificación social en tanto no se hace depender de la limpieza de sangre la pertenencia al estamento nobiliario, que continuará fiándose al encuadramiento de la persona en un linaje noble. Así pues, la limpieza de sangre no permite por ella misma ser noble pero sí que, en caso de no poseerla, anula la posibilidad de pertenencia al estamento nobiliario (Maravall, 1972:18, volumen II). Por tanto, cabe concluir que a) la exigencia de limpieza de sangre es un mecanismo de cierre estamental que dificulta el acceso a la condición social de noble; b) la limpieza de sangre es un requisito previo al honor que de por sí posee el noble debido a su pertenencia a un linaje nobiliario y c) la limpieza de sangre no tiene un sentido religioso sino un sentido social al emplearse no como criterio estratificador propio de una sociedad de castas sino como mecanismo de cierre para acceder al estamento nobiliario.

En la España estamental no puede hablarse de la existencia de dos jerarquías paralelas e igualmente válidas de nobleza, a saber, la que vendría dada por el nacimiento o la que se expresaría en función de la limpieza de sangre. Sólo hay una y ésta es la determinada por el nacimiento siendo la limpieza de sangre de carácter complementario y subordinado.

La limpieza de sangre adquiere importancia como mecanismo de cierre estamental conforme se debilita la base que tradicionalmente había soportado y legitimado la preeminencia social de la nobleza: el desempeño de la función guerrero-militar. El Estado que se va perfilando y construyendo a lo largo de la Edad Moderna precisa cada vez en menor medida del ardor bélico y del carácter aguerrido de la nobleza. Por el contrario, lo que progresivamente requiere son medios diplomáticos, técnicos, administrativos o funcionariales; circunstancia que favorece una mudanza de intereses entre los nobles que, abandonando la guerra, comienzan a orientar su mirada hacia lo cortesano. La disolución paulatina del vínculo nobleza-guerra es ya evidente a fines del siglo XVI (Nota: Domínguez Ortiz (1973:144) sitúa como fecha simbólica tope de la vocación guerrera de la nobleza el año 1588 en el que por última vez se alistan los nobles para combatir, en este caso, formando parte de la Gran Armada). Sirva como ejemplo de esto que expongo el mensaje que el 15 de Julio del año 1600 dirige el Consejo de Estado al monarca Felipe III. En él se comunican las dificultades con las que se ha topado para dar con una persona capaz de dirigir la guerra de Flandes. Habiendo buscado entre una infinidad "siente mucho que aunque ha recorrido mucho la memoria de todas las que hay en España e Italia, no halla ninguna [persona] en quien justamente con la grandeza concurra la práctica y experiencia que se requiere para gobernar exército" (Maravall, 1979: 208-209) (Nota: En Maravall (1979:210-211) pueden encontrarse más ejemplos que ilustran esa idea de disociación del vínculo nobleza-guerra).

Existen también razones técnicas que dan cuenta del abandono de la función guerrera por parte de la nobleza. La capacidad creciente por parte del Estado para reunir un ejército "profesional" y permanente consigue que prevalezcan valores de adiestramiento, disciplina y trabajo conjunto frente a la moral nobiliario-caballeresca que enfatiza el heroísmo individual, la hazaña o el arrojo. El carácter progresivamente masivo de la guerra precisa de enormes contingentes de soldados frente a los que se apaga la iniciativa personal y el carácter extraordinario atribuido al noble-caballero. Aparecen además las armas de fuego frente a las cuales el armamento y el equipo tradicional del caballero -espada, escudo, armadura, lanza, peto y caballo- poco pueden hacer. Súmese a esto que la participación en la guerra podrá ser cada vez menos esgrimida como razón de prestigio y diferenciación por parte de la nobleza: el creciente tamaño de los ejércitos hace que resulte preciso contar con soldados de la más diversa extracción social (Maravall, 1972:521-536, volumen II; Maravall, 1979:38). Así pues, una vez que menguan el brío de los nobles, y que la función bélico-guerrera pierde fuelle como criterio distintivo de nobleza y mecanismo de cierre estamental, la nueva barrera que impide el acceso al estamento nobiliario es la limpieza de sangre (Maravall, 1979:217). La limpieza de sangre, como ya he señalado, es un requisito previo para el disfrute del honor nobiliario mas considerada de forma aislada o por sí misma no ennoblece. Antes bien, se subordina al nacimiento y lo complementa como criterio determinante de acceso al estamento nobiliario (Nota: Según Maravall (1979:116): [La limpieza de sangre] no ennobleció nunca, sin más, a los limpios, ni liberó de las limitaciones de bajo estado a toda una masa de población -que desde luego, suponía varios millones- y que siguieron sujetos al régimen legal de condición vil").

Lo que sí sucede con la limpieza de sangre es que enorgullece e incluso llena de vanidad a quienes la poseen y se encuadran en grupos sociales inferiores. Los inferiores en rango social, aunque no pueden enorgullecerse de ser nobles, sí que pueden utilizar su sangre libre de contactos con judíos o árabes como motivo de presunción (Nota: Esta actitud está en la base del incidente que ya reseñe en nota a pie de página n° 22 y que enfrenta a Jean Muret, embajador extraordinario de Luis XiV con un mozo de mulas). Esto pudo contribuir a crear la sensación de que existían dos escalas de nobleza paralelas -la de nacimiento y la de sangre limpia- pese a que, insisto, la limpieza de sangre nunca bastase por sí sola para ennoblecer a una persona. Aún con sangre limpia, el inferior en rango social a) continuó soportando el peso máximo de los tributos, b) no disfrutó de privilegios judiciales tal y como acontecía con la nobleza, c) siguió estando obligado a formar parte de las levas militares forzosas o a acoger en su casa a soldados cuando las tropas se desplazaban y d) vió vetado su acceso a puestos en la administración del Estado.

La limpieza de sangre únicamente tiene valor en términos simbólicos y no en términos prácticos de ordenamiento social. Las críticas que pudieron dirigir los grupos inferiores en rango social a los nobles con sangre de procedencia dudosa no rebajaron sus privilegios ni tampoco supusieron una ampliación del disfrute del honor en sentido pleno a todas las capas de la sociedad. La sangre de linaje nobiliario fue siempre el criterio absoluto de pertenencia a la nobleza. Podía comprarse un título -y esto fue un medio utilizado por la Corona para engrosar las arcas del Estado- y ser formalmente noble ante el descrédito de una opinión pública que sabe que el título es obtenido previo pago de una cuantía concreta y no procede, pues, de un linaje noble (Nota: Numerosos son los comentarios críticos vertidos contra la compra-venta de títulos nobiliarios. Sirvan como ejemplo las palabras que siguen, las cuales recogen las protestas de las Cortes en 1592 ante la política de venta de hidalguías por parte de Felipe II: "De venderse [títulos de hidalguía, los más bajos de toda la escala nobiliaria] resultan muchos inconvenientes porque las compran de ordinario personas de poca calidad y ricas, entran en oficios que requieren hidalguía, por el cual medio vienen muchas personas que no son convenientes a tener los dichos oficios, y se acrecientan muchos hidalgos y exentos... y para todo género de gente es odioso vender las hidalguías, porque los nobles sienten que se les igualen personas de tan diferente condición y se oscurezca la nobleza... y los pecheros sienten que los que no tuvieron mejor nacimiento que ellos se les antepongan por solo tener dineros". Citado en Domínguez Ortiz (1973:42)).

Es más, incluso se puede comprar la limpieza de sangre pero nunca la sangre original de un linaje distinguido. Fue práctica habitual durante el periodo estamental español el soborno a aquellos que certificaban la limpieza de sangre de una persona o familia para que hiciesen desaparecer cualquier mancha que pudiera perjudicarles (Nota: Pedro Crespo, personaje creado por Calderón de la Barca para El Alcalde de Zalamea, pone de manifiesto con estas palabras la imposibilidad de conseguir con dinero la pertenencia a un linaje nobiliario: "Dime, por tu vida, ¿ hay alguien/ que no sepa que yo soy/ si bien de limpio linaje,/ hombre llano? No, por cierto:/pues ¿qué gano yo en comprarle/ una ejecutoria al Rey,/si no le compro también la sangre?. Pedro Calderón de la Barca, El alcalde de Zalamea; citado en Maravall (1979:119)).
En conclusión, la limpieza de sangre como mecanismo de cierre de acceso al estamento noble revela la pérdida de importancia de la función bélico-guerrera tradicionalmente asumida por la nobleza (Nota: La pérdida de esa función desata críticas contra la preeminencia social de la nobleza una vez que desaparece la función que justificaba y legitimaba tal preeminencia. Véanse si no las siguientes palabras:"¿y qué quedaría entonces de la nobleza actual? Títulos góticos y extravagantes. Se llamarían todavía duques, marqueses, condes unos pocos individuos, que ni conducen tropas, ni gobiernan marca alguna, ni son compañeros de ningún Príncipe. Otros conservaría el nombre indefinible de barón; pero muy presto sucedería a estas señales de barbarie lo que a las plantas defraudadas en los jugos que las nutren: se marchitan, se angostan y las estaciones, consumando su ruina, convierten sus desperdicios en abono vegetal". Cabarrús, Carta sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pública, 1792-1795; citado en García Pelayo (1946:59)).

 

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