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La civilización del comportamiento. La sociología de Norbert Elias: Programa teórico y teoría del proceso civilizatorio.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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Los medios de autoridad y administración que se encontraban en manos de "poderes locales" pasarán a manos del "poder central"; requisito básico para la emergencia del Estado. El "poder central" se ocupa de crear un ejército profesional que le libera de la dependencia militar que acusaba respecto a sus vasallos. Los gastos que tal creación conlleva obligan a reorganizar las finanzas de manera racional y planificada, extendiéndose tal reorganización al campo de la administración y las leyes. El cuerpo administrativo se perfecciona fijándose un conjunto de competencias que funcionarios y administradores especializados atienden. El mantenimiento del cuerpo administrativo exige la constitución de un patrimonio estatal asegurado por el ingreso regular de tributos; tributos que han de alcanzar a todos los integrantes del territorio. Gobernantes y administradores no son propietarios de los medios militares, administrativos o tributarios y quedan excluidos del aprovechamiento particular de las fuentes de ingresos económicos (por ejemplo, de los tributos). Dinero y Estado se encuentran estrechamente interrelacionados. El desarrollo de una economía capitalista-monetaria encuentra un respaldo notable en la construcción del Estado (Held, 1989:41). El dinero circula gracias al establecimiento de un sistema regular de tributación o a las grandes oportunidades de venta en masa que proporciona la creación de enormes ejércitos a servicio del poder central.

El Estado se emancipa militar, económica y también jurídicamente. Se establece un derecho unificado para todo el territorio al que están sujetos todos y cada uno de los habitantes. De esta manera, como afirma Heller suscribiendo la teoría weberiana del Estado, "la codificación dispuesta por el príncipe [depositario del poder central] y la burocratización [la complejidad progresiva del aparto administrativo] de la función de aplicar y ejecutar el derecho eliminaron, finalmente, el derecho del más fuerte y el de desafío, e hicieron posible la concentración del ejercicio legítimo del poder físico en el Estado, fenómeno que, con razón, se señala como una característica típica del Estado Moderno" (Heller, 1987:151).

Es imprescindible referirse a Freud como autor a partir del cual Elias caracteriza el proceso civilizatorio como avance progresivo del autocontrol. Es el Freud de El malestar en la cultura (Freud, 1970) de quien Elias hace acopio en su argumentación. Freud, al igual que Elias, muestra su desconfianza ante las razones materiales o higiénicas como explicaciones del comportamiento y la emocionalidad humanas. Empero, lo que en Elias es socio-histórico, en Freud es biológico. Elias, en su explicación, pone el acento en la trascendencia de las mudanzas sociales en el curso de la historia como factor decisivo en la comprensión de las transformaciones conductuales y afectivas del hombre occidental. En cambio, Freud hace descansar su explicación en componentes biológicos. Su presupuesto de partida es la existencia de un estadio en el que las pulsiones y los impulsos del individuo no conocían restricción alguna y era primordial e instintiva la hostilidad entre los hombres (Nota: Textualmente señala Freud (1970:40): "[El proceso de evolución cultural] podemos caracterizarlo por los cambios que impone a las conocidas disposiciones instintuales del hombre, cuya satisfacción es, en fin de cuentas, la finalidad económica de nuestra vida").

Freud parte de una suerte de "punto cero civilizatorio" que Elias jamás acepta (Nota: Elias niega la existencia de un "punto cero civilizatorio" en el que el ser humano se halle libre de condicionamientos sociales. Se opone a una concepción del ser humano y de su supuesta naturaleza al margen del influjo social toda vez, para él, deseos y emociones son socialmente constituidos. Van Krieken, sin embargo, apunta que esta concepción eliasiana contraria a la consideración de una naturaleza humana previa a la sociedad queda en entredicho ante la utilización de términos como "agresión", "deseo", "impulsos" o "coacción" que supondrían un reconocimiento implícito de una vida instintual naturalmente humana anterior a la constitución de la sociedad. Cfr Van Krieken (1998:129)). La inexistencia de ese "punto cero civilizatorio" para Elias explicaría por qué lo que hoy suponemos civilizado puede resultar incivilizado para las futuras generaciones (Nota: Afirma Elias (1987:105): "Es posible que nuestra etapa de la civilización, nuestros comportamiento, despierten en la posteridad sentimientos de repugnancia similares a los que, a veces, despiertan en nosotros los de aquellos cuya posteridad somos"). La civilización en el sentido eliasiano es un proceso y como tal no posee ni principio ni fin (Nota: Dice Elias (1987:532): "La civilización no ha terminado. Constituye un proceso"). Esta idea, incompatible con la noción de 'punto cero civilizatorio' se opone también al presupuesto básico del que arrancan las teorías pactistas liberales sobre el Estado. Éstas se apoyan en una historia de tipo 'conjetural' y edifican su argumentación a partir de un supuesto estado de naturaleza primigenio -en el que los hombres cooperan o se atacan- que bien puede asimilarse a un "punto cero civilizatorio".

En muchos aspectos, la explicación freudiana guarda un paralelismo evidente con la tradicionalmente ofertada por el pensamiento liberal clásico. Para Freud, del que ya hemos dicho que parte de la instintiva hostilidad entre los hombres, se establece un orden jurídico gracias a que los individuos contribuyen a él sacrificando sus instintos (Nota: Afirma Freud (1970:39): "La vida humana en común sólo se torna posible cuando llega a reunirse una mayoría más poderosa que cada uno de los individuos y que se mantenga unida frente a cualquiera de éstos. El poderío de tal comunidad se enfrenta entonces, como 'Derecho', con el poderío del individuo, que se tacha de 'fuerza bruta'. Esta sustitución del poderío individual por el de la comunidad representa el paso decisivo hacia la cultura").

Este orden jurídico que posibilita una convivencia humana pacífica se asienta sobre la renuncia a la satisfacción instintual (Nota: Apunta Freud (1970:41-42):"(...) la cultura reposa sobre la renuncia a las satisfacciones instintuales (.) Esta frustración cultural rige el vasto dominio de las relaciones sociales entre los seres humanos, y ya sabemos que en ella reside la causa de la hostilidad opuesta a toda cultura"). Tal orden jurídico anuncia la irrupción de la cultura en la vida humana con las coacciones que ésta impone en aras de la coexistencia pacífica entre los individuos. Para Freud, la cultura es el conjunto de producciones e instituciones que distancian la vida humana de la de sus antecesores animales y que sirve a un doble fin: protege al ser humano frente a la Naturaleza y regula las relaciones inter-individuales (Freud, 1970:33).

La evolución cultural conllevaría también un cambio en las disposiciones instintivas humanas si bien este cambio apunta siempre en dirección a la frustración cultural, entendida como serie de constricciones que limitan la libre satisfacción de los impulsos individuales. Estas constricciones son externas al individuo pero cuando devienen interiorizadas se sustituye el miedo a la autoridad, al orden jurídico o a los otros por el sentimiento de culpabilidad. El paso desde la coacción exterior a la interior y la mudanza desde el miedo a la culpa comportan la aparición del Super-Yo: el Super-Yo es una instancia psíquica inferida por el propio individuo que se arroga las funciones de conciencia moral en la vida humana. Así pues, según Freud, inicialmente acontece la renuncia instintual por temor a las represalias que impone una autoridad exterior. Más tarde, este temor a la autoridad exterior se interioriza y el hombre termina por renunciar a la satisfacción instintual por miedo a la conciencia moral (Freud, 1970:68-69).

Tanto Elias como Freud observan una radical oposición entre los placeres instintivos y las exigencias de la vida social. El primero, como ya se ha dicho, convierte en histórico lo que en Freud es biológico; esto es, el paso de las coacciones externas a internas en forma de Super-Yo (Van Krieken, 1998:20-21; Béjar, 1993:142). Pero Elias llega más allá de Freud cuando avista, dentro del proceso de la civilización, esa paulatina segregación de comportamientos que aboca a la reclusión de ciertas conductas entre los bastidores de la vida social al abrigo de la mirada de los demás (Nota: Esta reclusión de algunas conductas será retomada posteriormente por analistas semióticos de los procesos culturales como Levi Strauss o Foucault. Cfr. Bauman (1979:122)).

Empero la que considero gran diferencia entre estos dos autores estriba en la valoración que ambos efectúan de la civilización como proceso fundamentado en la represión de impulsos. Freud demandó una justificación racional y comprensible para la represión de dichos impulsos. Su contención a través de la interiorización de normas no significa que éstas no puedan ser objeto de escrutinio crítico e incluso susceptibles de modificación gracias al tratamiento psicoanalítico (Wehowsky, 1977:68-70). La posibilidad de modificación está presente en el esquema freudiano puesto que Freud entendía que la civilización, al estar asentada en la represión instintual, comportaba una disminución de la felicidad en los hombres como consecuencia del incremento de los sentimientos de culpa (Van Krieken, 1998:128-129). Los costes civilizatorios en términos de represión son gravosos en exceso para los hombres: es palpable el descontento y la frustración que en los seres humanos conlleva el avance del autocontrol civilizatorio (Nota: Freud (1970:75) insiste en que "el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad"). Por el contrario, Elias no problematiza en demasía los resultados del proceso de la civilización (Lasch, 1985:712-713; Van Krieken, 1998: 128-129). Asume los costes civilizatorios y entiende que los beneficios que trae consigo -previsibilidad y regularidad del comportamiento, pacificación de la conducta, reducción de la agresividad- los compensan ampliamente. Para Elias, civilización es madurez (Lasch, 1985:713). Los hombres renuncian a la satisfacción primaria de sus impulsos y los subordinan en aras de una convivencia fructífera junto a sus semejantes. Para él, además, es factible alcanzar un buen balance entre los impulsos que reclaman satisfacción y las constricciones que pesan sobre ellos (Van Krieken, 1998:129). Esta no problematización general del proceso civilizatorio aleja a Elias de Freud y acentúa su cercanía al optimismo de los teóricos decimonónicos del progreso social (Lasch,1985:713).

 

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