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En este oficio comemos de la vanidad de los demás.

Le llaman desde asociaciones de vecinos, hasta familias para pedirle consulta para organizar una cena con presencia destacada o una boda. «¿Cómo lo hago?» es la pregunta constante. Tiene las respuestas, todas agrupadas bajo una máxima: «Sentido común».

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Entrevista a Antonio Sancho.

Llegó con 30 años a la Diputación. Ahora está considerado una referencia en protocolo. Es el maestro de los maestros de ceremonias. Su anecdotario daría para entregas por fascículos.

Llegó hace 26 y ahora es una autoridad nacional. Es el hombre al que todos recurren desde Aragón, Madrid o Cataluña, desde una asociación de vecinos, cualquier ayuntamiento y el Obispado. Le llaman desde asociaciones de vecinos, hasta familias para pedirle consulta para organizar una cena con presencia destacada o una boda. «¿Cómo lo hago?» es la pregunta constante. Tiene las respuestas, todas agrupadas bajo una máxima: «Sentido común».

Antonio Sancho Pedreño (Cádiz, 1953) es jefe de Mayordomía, Ceremonial, Relaciones Públicas y Protocolo de la Diputación Provincial de Cádiz. Es el que decide quién se sienta dónde, quién habla en qué orden, dónde va a estar todo cuando las luces se enciendan y desaparezca el margen de error.

Llegó al viejo Palacio de la Aduana en 1983. Siete años después, ya era el responsable del área. Aunque su padre y su tío paterno habían desarrollado similares funciones, nunca imaginó seguir sus pasos. Llegó con los conocimientos propios del opositor, pero se apasionó, se formó en centros que ya no existen, en cursos por toda España, sin parar. Desde hace unos diez años, los papeles se han invertido.

Ahora es el que imparte conocimientos, el invitado a dar decenas de conferencias cada año. La vocación descubierta, la mezcla de obligación y devoción rompe en mil pedazos el tópico del funcionario. No tiene horarios, ni festivos, hora de entrada ni de salida. Su trabajo tiene que ver con el servicio y en ese campo hay pocos límites.

Es el gran maestro de ceremonias en Andalucía. Acumula premios y distinciones, presidió la Confederación Iberoamericana de Relaciones Públicas y colaboró en la fundación de la Asociación Hispánica del Ceremonial. Es un artesano del detalle. Sabe que nada sucede por casualidad y lo ejerce.

En la mesa central de su despacho, cuando concede esta entrevista, sólo hay un periódico: LA VOZ. Si la entrevista se la hiciera otro medio escrito, sería esa otra portada la que estaría a la vista, como dejada caer por accidente. Ha conocido a cuatro presidentes de la Corporación Provincial, a ministros, reyes, artistas y científicos. Siempre entre bambalinas. Si todo sale bien, nadie pregunta por él, nadie sabe que existe. Por eso le gusta la discreción y rehúye el protagonismo. Por un día, le toca.

Iba usted para fraile ¿Le ha ayudado esa formación a ser un profesional de las ceremonias?

-Estudié con los Capuchinos, en Antequera, pero lo dejé. Con el paso de los años, me he dado cuenta de que me sirvió mucho lo que aprendí en esos años. Llegué a ser responsable de algunas misas. Parte del ceremonial institucional tiene su origen en el eclesiástico. Se parecen más de lo que puede pensarse.

Tiene usted fama de autoridad nacional en la materia ¿Lo asume?

-No me gusta eso de autoridad. Soy una persona a la que muchos llaman para pedir alguna ayuda. Igual he colaborado con el Obispado, para algún acto en la Catedral, por ejemplo, que con casi todos los ayuntamientos de la provincia, sin diferencias de color político. O con la Junta de Andalucía. También me llaman asociaciones de vecinos, o peñas, para consultar. Hasta particulares piden asesoramiento sobre cómo sentar a los invitados a una mesa o en una boda. Tengo el defecto de no saber decir que no.

¿Y qué le preguntan?

-De todo. La consulta más habitual es preguntar en qué lugar debe ir cada autoridad, cuál es el turno de palabbra. Muchas veces llaman de empresas o asociaciones que quieren aplicar a sus actos las normas institucionales, para darles un poco de organización. En realidad, lo que piden es un poco de orden.

¿Nos falta algo de protocolo para relacionarnos? ¿Es verdad que la sociedad ha perdido respeto por las formas? ¿O eso lo han dicho los mayores de todas las épocas?

-Echo de menos esa asignatura que se llamaba urbanidad. O los ma-nuales de comportamiento que les daban hasta a los soldados en la mili. Mucha gente lo reclama, quiere saber cómo manejarse en una mesa, en un acto concreto...

La asignatura desapareció, pero en las librerías abundan los manuales sobre buenos modales. ¿Ha pensado en escribir alguno?

-He tenido algún proyecto, alguna idea y alguna oferta, pero me falta tiempo. Incluso pensé en hacer algo con mi hijo en internet. Pero tampoco he podido hasta ahora.

Cuentan a su alrededor que ha tenido ofertas muy importantes para trabajar en otras instituciones.

-Sí, las he tenido, pero no era el momento de cambiar, por cuestiones personales, por levantar la casa, por tener hios pequeños...

¿Hasta de la Casa Real?

-No, de la Casa Real, no.

¿Cuáles son los mayores retos a los que se ha enfrentado? ¿Los actos oficiales en sede institucional? ¿Los actos fuera de palacio?

-Todos tienen sus dificultades. Desde el Día de la Provincia, en el que hay que coordinar a muchas autoridades, preparar espacio para todos, encadenar muchas intervenciones... Hasta los actos al aire libre o en otros lugares. Recuerdo un funeral castrense en Los Barrios, en tributo a unos soldados fallecidos, por el que me condecoraron. O en el entierro de Rocío Jurado, en el que volvimos del revés el Santuario de Regla. Pero los religiosos colaboraron mucho y la gente se entregó tanto que ni se paraba demasiado tiempo ante el féretro. Siempre es difícil. Siempre parece que no hay tiempo ni forma de hacerlo. Pero se hace. Una vez, incluso, tuve que organizar un acto presidido por dos políticos que no se hablaban, ni se saludaban.

¿Cómo lo resolvió?

-Les dije a los dos, por separado, que el otro estaba encantado de que estuviera allí, que le alegraba que presidiera y que era un honor. No era cierto, pero a la semana volví a verlos charlar como amigos.

¿Algún cargo público se ha molestado con usted por no ser invitado aunque fuera decisión de otro?

-Sí, sí. Claro, eso me ha pasado.

¿Alguna vez se conforman con estar mal ubicados o no estar en la lista?

-Uno de cada cien. Siempre dicen que no se molestan por ellos y sí por la institución que representan.

¿Sólo ha trabajado con presidentes socialistas? ¿Se imagina con uno de otro partido?

-Por supuesto. Trabajaría igual con un presidente del PP o de Izquierda Unida, o del PA. En mi trabajo, más que personas, hay cargos. El respeto que merece el presidente está por encima de quién lo sea. Yo, incluso a cargos públicos con los que tengo gran amistad o relación de años, les hablo de usted si hay alguien presente. Es cuestión de consideración y de respeto a su figura, no de preferencia personal.

¿Qué venden exactamente los expertos en protocolo?

-No sé si vendemos algo, pero siempre digo que trabajamos con la vanidad de los demás. En cursos y conferencias, siempre les digo a los nuevos que comemos de la vanidad humana. Hay que cuidarla.

 

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