El presidente Mel y el protocolo.
Toda sociedad que busca no caer en el desorden debe someterse a ciertas reglas.
Toda sociedad que busca no caer en el desorden debe someterse a ciertas reglas.
Hay una forma de jerarquía en las relaciones de los particulares con sus mandatarios, como en las distintas especies de animales.
Desde que los agrupamientos humanos más primitivos sobrepasaron el estadio familiar, encontramos un orden jerárquico que obedecía a sus propias reglas.
En las sociedades más evolucionadas, el orden es una necesidad, pues la infinita complejidad de las relaciones humanas impone el respeto de reglas indispensables en el desarrollo de la vida común.
El presidente Mel, como tal, debe someterse a un ceremonial y a un protocolo en particular.
El ceremonial crea el marco y las formalidades que deben presidir cualquier acto público solemne o no y el protocolo codifica las reglas que gobiernan el ceremonial para darle al primer mandatario las prerrogativas y privilegios a los cuales tiene derecho, imponiéndose la cortesía que debe predominar en las relaciones entre los particulares y el presidente en las dos vías y cuya violación debe ser interpretada como un irrespeto a la ciudadanía, o al primer mandatario dada su alta investidura, según sea el caso.
He hecho las anteriores precisiones en virtud de los constantes errores del ciudadano presidente al hablar sin ningún rigor, con un desfachatado discurso, a veces sectario, no digno de un mandatario de la República, denunciando supuestos errores de las administraciones anteriores, a las cuales ha acusado de haber dejado "quebradas" las instituciones del Estado, dando a entender que sus fondos fueron dilapidados.
En otras ocasiones lo hemos visto y la prensa internacional así lo ha recogido, tocado con un sombrero tejano de fino pelo y ala ancha que en nuestro país sólo lo utilizan los ricos hacendados, pero que no es la vestimenta del ciudadano común, ni una prenda para ponérsela en la Casa Blanca con senadores norteamericanos, en la reuniones con otros Jefes de Estado y ahora en la ONU.
Más bien se lo debió quitar, como bien lo ha hecho Fidel Castro al cambiar la guerrera militar para enfundarse en un fino traje Armani en sus visitas papales.
Lo sucedido con el presidente hondureño no es, como creo yo, una falta de caballerosidad o cortesía de su parte, como cualquier malpensado pudiera intuir, sino una demostración de que en Honduras no tenemos reglas protocolares y ceremoniales, de lo contrario la Cancillería de la República ya hubiera intervenido en este tipo de exhibicionismo malentendido.
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