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Salvemos los buenos modales.

Asistimos a una decadencia de la cortesía y la urbanidad, como señala con indiscutible sensatez monsieur Pradel.

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La cortesía se va a pique por culpa de la despreocupación de la gente joven que juzga los buenos modales anticuados, ridículos, inútiles y -lo que es más tremendo- porque quienes desprecian esas reglas de urbanidad se consideran seres superiores: tales los muy agudos conceptos vertidos por Henri Pradel en su necesario manual Educación de la cortesía (Ediciones Paulinas, México, 1959). Por cierto, "es preciso luchar para conquistar la buena educación; es imprescindible dominarse, controlarse, corregirse", para no llegar a situaciones tan críticas como la de una señorita escandalosa que no supo moderarse a tiempo, agrediendo con sus gritos a las señoras que tomaban su té de las 5 en renombrada confitería parisina.

Empecemos, pues, por reconocer que asistimos a una decadencia de la cortesía y la urbanidad, como señala con indiscutible sensatez monsieur Pradel: "Los modales bruscos se han generalizado; las mujeres elegantes se abren paso a codazos; ya no se cede el mejor sitio a las personas de más edad; se habla a los gritos en cualquier lugar; se mira de arriba abajo a las personas que pasan; no se dice buen día ni se dan las gracias ni se presentan excusas, nadie pronuncia un por favor; se les arrebata la palabra a los señores y a las señoras mayores..." Un panorama francamente desolador, a qué negarlo, "un verdadero reinado de la grosería", como apunta el autor de Educación...: "Hasta los progresos de la ciencia conspiran para suprimir los últimos vestigios de la urbanidad: pensemos en los altoparlantes actuales que deberían más bien llamarse altoaullantes. ¿No es todo esto una demostración de que la vulgaridad ha entrado a formar parte de las costumbres actuales?". Pero no todo estará perdido si se trata de influir sobre la gente joven para que no salpique sus diálogos con la reiteración de muletillas que demuestran incultura. Desdichadamente, "también hay palabras gruesas que han ingresado en el léxico de la juventud, así como vocablos de doble sentido que algunas personas creen que les dan un toque de modernidad".

No es de extrañar que quien así se expresa en la vida social ignore reglas elementales, como la que indica que cuando se le desea rendir homenaje a alguien, hay que colocarse a su izquierda. Henri Pradel reconoce que en ocasiones son las propias mujeres las que no saben aceptar un gesto de politesse: "Un amigo quiso cederle su lugar a una señora en el auto". Evidentemente, se necesita mucho valor en los tiempos que corren para comportarse de forma educada si las propias damas no participan de la tarea pedagógica. Esto son algunos de los motivos, según Pradel, de la descortesía:

"La americanización de las costumbres, la masculinización de la mujer, el espíritu de independencia adoptado desde la infancia y, sobre todo, la disminución de la virtud".

Efectivamente, en el autodominio de nuestros impulsos, en la permanente autovigilancia se encuentra la solución de la moderna dejadez en materia de buenas maneras.

 

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