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La grosería, la peor plaga para la humanidad.

Me reafirmo en mi postura sobre que el respeto a los demás, las formas y la educación no podrán erradicarse, por mucho que se empeñen los progres.

Grupo El Dia
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Alfonso Ussía en su "Tratado de las buenas maneras" afirma que: la peor plaga que padece hoy la humanidad es la de la grosería. Sentencia que ratificamos todos aquellos que nos movemos en diferentes esferas sociales, aprendiendo y observando, analizando los comportamientos que definen la personalidad del individuo, su tarjeta de visita, ese saber estar tan necesario en este país enfermo de mala educación. Hoy en día todo vale, eso es ser guay, moderno, hacer lo que mola, ponerse con el insulto. Da igual ir de colores a un entierro o de blanco a una boda, vestir de chándal para acudir al cine o de lentejuelas en la cola del médico. Lo que cuenta es llamar la atención a toda costa.

Me reafirmo en mi postura sobre que el respeto a los demás, las formas y la educación no podrán erradicarse, por mucho que se empeñen los progres, pues son partes esenciales de la convivencia en armonía. Los buenos modales se aprenden desde los primeros pasos y balbuceos, obedeciendo la carencia actual de los mismos a un falso concepto de libertad, de modernidad, mal inculcado por ciertos sectores de la clase política.

Merced a ello, las nuevas generaciones adolecen de esa base tan necesaria en la educación integral del individuo, ya que ésta no va a la par con los títulos académicos, ni con el dinero, y mucho menos con los cargos. Se aprecia esa falta de formación en la creciente demanda existente en el mercado de los cursos cortos, pidiendo que se ofrezcan los relacionados con las buenas maneras, las habilidades sociales, la comunicación, las relaciones institucionales, etc., lo que a su vez está generando mucho intrusismo profesional, pues hay quien cree que un módulo de quince días ya lo avala para ejercer un oficio plural y complejo como es la práctica del protocolo en todas sus vertientes.

España agoniza en educación. Este valor no pone, no mola, es un bien tan escaso, si se me permite el símil, como el agua. Urge hacer un trasvase de buenas maneras desde otras culturas, hacer surcos para luchar contra el árido terreno de los gestos soeces, de los aplausos fáciles al mal gusto; montar plantas desalinizadoras para la ordinariez y la vulgaridad, recuperar el prestigio de la elegancia borgoñona. Por muchos planes educativos que se reformen, nos sobran enseñanzas y nos falta educación.

Hay que intentar controlar las corrientes del mal gusto, el saludo deportivo del golpe de mano, palma contra palma, el abuso del tú y la corte de sobrinos putativos que nos llaman tío. Estás en la cola de la taquilla del cine y aparece una pareja vestida de gala, con tatuajes, anillos varios, pulseras de más, pendientes y piercings; tenis de marca, gafas y bolso de firma, hablan, ríen, se mueven de un lado al otro y cuando ya estamos a punto de pedir las entradas te increpan con el "oye, tía, que yo estaba antes, no te cueles".

Y uno que tiene una migaja de educación y piensa que la película no va a adelantarse por que ellos entren primero, murmura una disculpa: perdone, pase usted primero, no se preocupe. La cosa les hace gracia, siguen con su fiesta mientras piden: dos entradas pa' la cuatro. Pagan y se van. No conocen el uso del por favor, ni del gracias, estamos en el reino de los personajes tipo de los programas de televisión, de los símbolos de la Logse, de los exponentes de la absoluta incapacidad expresiva a que han llevado los planes de estudio a los jóvenes de la España del tuteo. Los mismos que ponen cara de estupor o de burla cuando oyen a alguien pedir algo por favor. Ellos comen palomitas, a mí me gusta decir cotufas, ponen los pies en el sillón delantero, hablan en alto, botan al suelo el vaso de refresco vacío y te empujan para salir de la fila, aunque todavía no hayan acabado los créditos. No se les pone nada por delante.

En España se ha permitido que se quiten los peldaños de los principios y de los valores, que se implante la Educación para una Ciudadanía que no tiene educación... ni ganas de tenerla. Se pretende sustituir la moral por la ética; borrar las fronteras entre el bien y el mal; medir las cosas en función del dinero, el disfrute que se haga de ellas o lo cómodo que sea su planteamiento.

El ciudadano de cierta edad, como es mi caso, siente pavor y terror a hacer valer sus derechos ante esos que nos hablan de tú y de tío. Un pánico que se ampara en el desprecio a las formas del que alardean, en la falta de respeto a la figura de la autoridad en todas sus variantes, a los principios constitucionales, signo inequívoco una vez más de una educación y una moral per capita que está por los suelos. Se echa en falta la vieja cultura tradicional agraria, esa que España está perdiendo con tanta reforma educativa, tanto plan y tanta modernidad... Era una educación más que primaria, superior, exquisita, la de ese mago del campo que se quitaba el sombrero para saludar, y que se expresaba con la veneración y el respeto del usted acompañado de la sempiterna sonrisa.

Ahora todos sabemos leer y escribir, pero nos comunicamos peor, se ha perdido la magia de las formas, la palabra no viene envuelta en papel de regalo, y éste la mayoría de las veces es un vale canjeable, un intento ficticio de atrapar afectos para un ser humano que cada día por su mala educación experimenta una mayor soledad. El mapa de las relaciones personales precisa del uso de los códigos antiguos del protocolo, le pese a quien le pese.

 

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